El cine dentro de The Artist

Anatomía de un recuerdo

The Artist (Michael Hazanavicius, 2011) ha sorprendido al volver demostrar al gran público que el lenguaje del cine es universal, no entiende de épocas. Pese a ello, no deja de impactar que la gente vaya en masa a las salas a ver una película muda y en blanco y negro, parece como si no hubiera cambiado nada y el invento siguiera funcionando igual que hace un siglo, aunque si lo hace, no es solo por contar buenas historias, sino porque cuenta con toda una historia del cine detrás, que es distinto. The Artist es un divertido homenaje al cine mudo, pero sobre todo, incluso en ocasiones sin quererlo, es un ejercicio de historia y cinefília que resulta interesante desgranar.

Para ello nos remontamos a cuando el cine no era cine, tan solo el último avance científico, el resultado de los avances técnicos y fotográficos llevados a cabo en distintas partes del mundo. Fue clave para su creación la aportación de Edison, su kinetoscopio (una máquina en la que, previo pago, se veían pequeños trozos de película en bucle) fue creado en 1891, tuvo clara visión comercial y causó expectación en la época.

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En la mayoría de estas películas se retrataba el movimiento de los actores, su simple captura era por aquel entonces toda una auténtica revolución técnica.

En cambio, según la mayoría de historiadores, son los hermanos Lumiere los verdaderos creadores del cine. Trabajaron mejorando el invento de Edison hasta gestar a finales de 1985 el cinematógrafo, un aparato que grababa imágenes y permitía la proyección de película en pantalla grande.

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La llegada de un tren a la estación fue su primera proyección. Al principio sus obras no tenían un lenguaje cinematográfico, sencillamente colocaban la cámara y captaban el movimiento. Aunque había una diferencia, esta vez no era el de un actor, sino el de la propia realidad

Pero, ¿y si el cine no se hubiera inventado en Francia? ¿Y si en realidad lo hubieran inventado en Alemania los desconocidos hermanos Skladanowsky?

Y así pudo haber sido, pues aunque tienen el honor de ser los primeros en haber proyectado imágenes en movimiento (exactamente seis semanas antes que los Lumiere), el invento del cinematógrafo deslumbró al mundo entero y dejó caer en el olvido la aportación de Max, Eugen y Emil Skladanowsky al cine. Su Bioskop era un gigantesco y complejo proyector de fabricación casera que no podía igualarse en rendimiento ni sencillez al cinematógrafo.

Un siglo después, Wim Wenders realizó una extraña y apasionante película llamada A trick of the light (1995), en la que, a modo de fascinado docu-drama, recuperó la figura y obra de estos peculiares artesanos del séptimo arte, rehaciendo su cine y recreando su vida a través de los recuerdos de la pequeña hija de uno de ellos (ya anciana), estableciendo de este modo una honesta y edificante mirada al pasado.

Si The Artist está rodada en blanco y negro, sin sonido y se proyecta en 4:3, A trick of the light está filmada en su mayoría con una auténtica cámara silente de los años 20, lo que unido al mimo de Wenders por asemejarse profundamente y con dedicación al tipo de filmación de la época muda (algo que The Artist no respeta tanto y se toma más a la ligera) convierte a su obra no solo en un homenaje a estos pioneros, que también, sino en una pieza de museo que parece sacada de principios de siglo XX, no de finales como realmente es. La voz en off de la hija rompe deliberadamente con los cánones del cine mudo, al establecer una narradora, pero al mismo tiempo empapa el film de un espíritu de aventura y emoción puras, nos contagia de las sensaciones que debieron sentir al estar creando, sin saberlo, el cine.

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Ese mismo cine que ahora podemos ver en otro invento llamado youtube.

Tras comedias de Chaplin (El Chico, 1921), Buster Keaton (El Maquinista de la General, 1927) y Harold Lloyd (El hombre mosca, 1923) -quizás The Artist adolece de no recordar el slapstick en homenaje ni en su forma- o grandes producciones de Erich Von Stroheim (Avaricia, 1923) y Cecil B De Mille (Los Diez Mandamientos, 1923), el expresionismo alemán o la nueva objetividad rusa (de los que destacan la obra de Murnau y Eisenstein, respectivamente) entre tantos otros directores y movimientos, el cine mudo llega a su fin. The End.

Pero el cine sonoro era conocido mucho antes de que se estrenara la primera película sonora, solo que su implantación  en salas comerciales daba demasiados problemas técnicos, la tecnología todavía no estaba preparada para dar el salto. Tras una fuerte crisis económica, la Warner compró el sistema Vitaphone (en el que el sonido se grababa en un disco fonográfico sincronizado con la película) que no le dio resultados hasta cuando, en 1927, El cantor de Jazz (Alan Crosland) triunfa de manera arrolladora en taquilla, hace salir a la Warner de la bancarrota y cambia el cine para siempre.

Considerada la primera película sonora de la historia, aunque no lo era en su totalidad, en el film su protagonista llegado el momento miraba a cámara y advertía al espectador que todavía no había oído nada, justo antes de comenzar a cantar. Tan sencillo, y a la vez, tan perfecto.

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No parece casualidad que la localización de esta secuencia nos recuerde tanto al inicio de The Artist, incluso los andares del protagonista parecen ser imitados, ya que aquí fue dónde terminó y empezó todo. Del mismo modo, aunque de forma distinta, en ambos la música es la manera de afrontar el cambio.

Pero si hay una película con la que resulta inevitable comparar The Artist y que retrató con acierto la incertidumbre en la industria del paso del cine mudo al sonoro, esa es Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen y Gene Kelly, 1952). En ella, su protagonista es una estrella del cine mudo que trata de superar la llegada del sonoro protagonizando un musical. Si han visto The Artist, ¿no les suena?

 

De hecho, encontramos multitud de similitudes entre ambas, y no solo por funcionar como retrato de la época, sino incluso en pequeños detalles argumentales o características de sus personajes. Por ejemplo, el George Valentín de Jean Dujardin tiene un tono de sobrado divo que nos recuerda directamente al de Gene Kelly en el film (en el que también asistimos al rodaje de sus películas), como la actriz con la que comparte escenario al inicio también tiene muchos rasgos parecidos a esa horrible actriz a la que en Cantando bajo la lluvia tienen que doblar porque no sabe cantar. De todos modos, si ambas películas tienen algo en común es al musical como nuevo vehículo cinematográfico y reflejo de los nuevos tiempos que llegaban. Adaptarse, o bailar.

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Sirva de ejemplo este momento que puede recordar a la escena con la que concluye The Artist.

Uno de los temas que toca la película de Hazanavicius con crudeza es la decadencia que sumió a los actores de cine mudo que no lograron superar el paso al sonoro, quedando completamente olvidados, como sombras de las estrellas algún día fueron. Por ello la comparación con El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950) es obligada, pues como Norma Desmond, George Valentín tampoco asume el paso del tiempo, cree que su éxito y fama son superiores al cine sonoro, chocando de bruces contra la realidad al fracasar con su última película, viéndose sumido en una espiral de autodestrucción que le lleva a la locura al verse incapaz de recuperar el esplendor perdido.

Del mismo modo, el cameo de Malcolm McDowell o los pequeños papeles de John Goodman y James Cromwell podemos observarlos como desfiles de viejas glorias del cine, con la ironía de ser estrellas del sonoro. No olvidemos que antiguas estrellas del cine mudo como Buster Keaton, Cecil B DeMille o Erich Von Stroheim aparecen en el film de Billy Wilder, varios de los cameos más tristes de la historia.

Por otro lado, determinadas secuencias nos llevan a comparar la fotografía de la película con la habitual en el cine del giganteco Orson Welles, cargada de claroscuros y sombras fuertemente contrastadas para revelar la oscuridad de sus personajes e imprimir al fotograma una gran carga dramática. Lo comprobamos con mayor intensidad en la secuencia en la que Valentín, después de haber perdido todo, encuentra sus pertenencias y premios en la casa de Peppy Miller, esa joven actriz que sin pretenderlo le ha robado el éxito y con la que mantiene una platónica relación. Sentimos su fracaso, algo así como La caída del imperio Romano, y el uso de contrapicados y la iluminación nos remiten sin remedio a la fuerza expresiva de Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941), en la que es sin duda una de las mejores secuencias y redondea la imaginería cinematográfica de la que se nutre el film.

Sin olvidar la utilización de una pieza de la BSO que Bernard Herrman compuso para Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958), algo que su protagonista, Kim Novak, se ha apresurado a considerar “una violación”, entre tantas otras películas y pequeños detalles que seguro se escapan de este análisis y empapan The Artist.

Pero en el cine clásico no acaba este trayecto, al final todo queda en casa. Y es que esta no es la primera vez (ni la segunda) que Hazanavicius recuerda el pasado y lo trae al presente, ya realizó un ejercicio aproximado (y de aproximación) al dirigir la comedia OSS 117: El cairo, nido de espías (2006) y su secuela, OSS 117: Perdido en Río (2009).

Centrando la comparación en la primera parte, no parece casualidad que sus protagonistas -Jean Dujardin y Bérénice Bejo- sean los mismos. Ni tampoco que sea una descarada película de entretenimiento (algo que, en el fondo, no es ni más ni menos The Artist) al servicio de una historia que comienza como un homenaje en blanco y negro -tras sus debidos rótulos de estilo clásico- en un aeropuerto que parece el mismo en el que se rodó la mítica secuencia final de Casablanca (Michael Curtiz, 1942). Como buena parodia del cine de espías (que no tanto como buena película) continúa con estampados, olor a naftalina, héroes despistados, nazis vengativos y malos con birrete para diversión del personal. Al que le pueda hacer gracia, claro.

En esta ocasión su impacto fue bastante más leve, pero ya dejaba constancia de las inquietudes y habilidades de Michel Hazanavicius tras las cámaras, formando parte, quizás sin saberlo, de la probable génesis de The Artist, que de seguir así, probablemente también formará parte de la esencia de su próximo proyecto. Pero aún es pronto para saberlo, solo nos queda esperar a lo que nos sorprenda su filmografía en el futuro. O en el pasado, quien sabe.

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