In Time

El tiempo es oro

Con El show de Truman (1998), en labores de guionista, Andrew Niccol demostró su condición de generador de universos paralelos en los que el ser humano se las arregla para ser víctima de sus propios excesos. Más allá de la crítica a una tele-realidad en auge, con la metáfora del gran plató de televisión se ponía de manifiesto cómo pueden llegar a gobernarnos fuerzas que escapan a la razón, imperceptibles pero que existen y manejan los hilos desde arriba sin que nos demos cuenta.

Varios años y con algunos largometrajes como director después, Niccol planeta otro universo distópico regido por unos pocos afortunados que operan a su antojo el teatro de marionetas en el que se ha convertido el mundo. Un mundo en el que el tiempo opera como moneda de cambio, otorgando la posibilidad de alcanzar la inmortalidad al que pudiese permitírselo, pero sobre todo, esclavizando al ciudadano de a pie para el que no llegar a fin de mes no significa perder solo su casa, sino dejar de respirar.

Como no podía ser de otra forma, los habitantes de la zona adinerada poseen la mayor parte del tiempo llegando a acumular sumas astronómicas, amén de controlar los bancos de préstamo de tiempo a los que es posible acudir cuando la carencia de segundos en el reloj puede poner en peligro la supervivencia.

“Para que unos pocos sean inmortales, muchos tienen que morir”

Lo que transmite queda claro desde el inicio, aunque pocos de los diálogos ahondan sobre las causas del fenómeno injusto, quizás por no estropear una declaración tan atractiva. La trama discurre por otros cauces más llevaderos para una audiencia que difícilmente esperaba ver una Inside Job protagonizada por Justin Timberlake.

La reivindicación política se ahoga por imperativos hollywoodienses que orientan la trama hacia un reduccionismo personificado en el único representante de la clase dominante convertido en villano. Al otro lado se encuentra el Robin Hood moderno que actúa por simple y llana filantropía. La ecuación es infinitamente más compleja.

Queda todo pues a merced de las escenas de acción. ¿Hace esto poco disfrutable a “In time”? Ni mucho menos. Niccol crea el universo y juega con sus reglas para dar mucha más tensión de la habitual a todos los recursos de este tipo de cine, siendo precisamente ese tiempo en forma de tatuaje en los brazos de todos y cada uno de sus habitantes el que actúa como una suerte de cronómetro angustioso, cuya condición mecánica le impide volverse piadoso de improviso.

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