Misión Imposible: Protocolo Fantasma

El mayor espectáculo del mundo

Que el cine de espías hace tiempo que dejó de moverse en las sombras para andar a cielo descubierto es algo que no se le escapa a casi nadie. Desde que Sean Connery debutase como agente secreto con rango de doble cero al servicio de su Majestad, las gabardinas, los temores por la Guerra Fría y el humo de los cigarros fueron quedando en segundo plano hasta disiparse por completo. Pasando por un renovado James Bond, su reflejo modernizado Jason Bourne o el Ethan Hunt que nos ocupa, los espías han dejado de intentar pasar desapercibidos para intentar ofrecer el mayor espectáculo del mundo.

‘Misión Imposible: Protocolo Fantasma’ es la cuarta incursión en el universo surgido a partir de la serie del mismo nombre. En ella, un grupo de espías contratados por una central de inteligencia (la FMI, o Fuerza de Misión Imposible) se enfrentaba semana tras semana a las misiones que el resto de agencias internacionales concebían como imposibles. Se ayudaban de la tecnología más avanzada del momento, en forma de gadgets multiusos que incluían hasta máscaras para suplantar la identidad (sin lugar a dudas la herramienta más celebrada de la franquicia).

Después de que directores como Brian de Palma, John Woo y J.J. Abrams ofreciesen su particular visión sobre este equipo de espías, o lo que es lo mismo, sobre Ethan Hunt (Tom Cruise) y sus diferentes comitivas, le toca el turno a Brad Bird, que da con este filme su salto al largometraje de acción real. Y si de Palma se zambulló en conspiraciones interagenciales, si Woo redujo la intriga a su mínima expresión para subrayar la acción y si Abrams entendió que la vida de espía iba irremediablemente asociada a la personal, el director de ‘Los Increíbles’ ha hecho del trabajo en equipo su máxima y del humor su lema (personificado en un grandioso Simon Pegg).

El resultado es una lujosa y vibrante carrera contrarreloj que salta de una escena de acción imposible a la siguiente sin tiempo para mucho diálogo ni divagación, bien armada pero algo pobre por su condición pirotécnica desatada. Aunque resulta verdaderamente entretenida, y ya se sabe a lo que se va, se podría haber sacado algo mejor de una idea interesante (la desautorización de la agencia y la condición de proscritos del equipo) que termina por convertirse, como no podía ser de otra manera, en una montaña rusa en la que las conspiraciones de despacho, los susurros y las intrigas gubernamentales, o lo que es lo mismo, el espionaje clásico, ya no encuentran cabida.

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