The Artist

It’s the cinema, stupid

Resulta desconcertante, cuando no descorazonador, atisbar en las marquesinas de los cines advertencias acerca del carácter mudo y en blanco y negro del film The Artist. No es objeto de este artículo dilucidar las causas de tan singular hecho, pero es indudable que pone de manifiesto la naturaleza peregrina del film en la cartelera actual.

Huelga describir, por consabido, las peliculas que dominan en las salas comerciales. Nos cuelan la enésima precuela o secuela de un film cualquiera, promovidos -los productores- por la previsible rentabilidad de un discutible pero beneficioso 3D y unos efectos especiales que subrayen la forma para disimular el enclenque fondo. La paradoja es que el cine, la luz que nos ilumina la sala oscura para contarnos una historia, cada vez se ve menos (el 3D resta un 30% de luminosidad) y se contrarresta con unos efectos especiales que nos aturden más. Nos gritan lo que no vemos.

Es romántico, que en este contexto, The Artist se aleje de la oscuridad y el ruido y aparezca en nuestros cines con su luminosidad, su blanco y negro, su aspecto 4:3 y ese buen hacer técnico y artístico. Su director Michel Hazanavicius arriesgó concibiendo una película que fácilmente podría caer en un ejercicio vacuo e innecesario, la jugada le ha salido bien: el reconocimiento de la crítica y la buena acogida del público lo evidencian. Es obvio que Hazanavicius no inventa nada, él mismo declaró que se empapó del cine mudo de la época para escribir su película; existe, por tanto, una intención patente de homenaje.

En The Artist hay cine. Son perceptibles las conexiones temáticas con Cantando bajo la lluvia (Donen y Kelly, 1952) y el Crepúsculo de los dioses (Wilder, 1950), por citar sólo dos. La mutitud de referencias a directores y films pone al borde del pastiche a Hazanavicius que, sin embargo, sabe equilibrar la historia introduciendo una suerte de licencias –el ruido, el final-  que, aunque efectivas, colocan a la película, en su forma, en un inequívoco eclecticismo posmoderno.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Es de rigor ensalzar las interpretaciones de los actores como pilar del film. Desde los secundarios de lujo, como John Goodman o James Cromwell, a cameos como el de Malcom McDowell; sin olvidar al escudero canino, fiel y resolutivo cual Milú tintinano. En definitiva, un colchón artístico en el que descansa el carisma de la pareja de protagonistas, Jean Dujardin y Bérénice Bejo, el primero fue mejor actor en Cannes y ambos estarán en las quinielas de los Oscar.

En el ecuador de la película, la estrella de cine mudo George Valentin (Dujardin) baja abatido las suntosas escaleras de los estudios después de verse, y confirmarse, excluido de una industria que apuesta por el cine sonoro. A mitad de camino, se cruza con Peppy Miller (Bejo), extra en las películas de Valentin y ahora estrella de cine sonoro, que sube pizpireta del brazo de dos hombres. Unos bajan y otros suben. Esta escena, genialmente resuelta por Hazanavicius con planos generales, picados (fracaso, para él) y contrapicados (éxito, para ella), sirve de metáfora condensadora de esta historia, la del fracaso artístico, trillada y recurrente, pero una vez más conmovedora.

En el fondo, subyace la crisis como motor de cambio. Un espejo en el que podría mirarse ahora la industria cinematográfica. The Artist funciona en su forma, un arriesgado cine mudo, porque tiene una historia que contar y sabe cómo hacerla. Que paradoja. Michel Hazanavicius, un francés, ha homenajeado una época dorada del cine de Hollywood para dar una lección al propio cine americano, ahora en crisis, sino económica, sí creativa. No son las formas, es el fondo, son las historias, a veces hay que recordar lo esencial: it’s the cinema, stupid.

 

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