La Dama de Hierro

Cuchillo de palo

 

“Si quieres que se diga cualquier cosa, pídeselo a un hombre. Si quieres que se haga algo, pídeselo a una mujer.” 

Joaquín Reyes, que diga, Meryl Streep, bueno, creo que… Margaret Thatcher

 

Repasar la vida de la ex-primera ministra británica a la postre resulta un plato más tentador y sugerente para sus partícipes que para el espectador moderadamente atraído por su polémica figura. La más afortunada es la propia Meryl Streep, que se encuentra con un papel muy jugoso, hecho para conseguir premios y convertirla de nuevo en la más y mejor actriz del mundo. Parece como si la película estuviera al margen, que sea buena o no es lo de menos, pensarán. Y llevan razón, pero es una lástima desaprovechar a una de las figuras políticas más trascendentes de finales de siglo pasado para el lucimiento de ella, su maquillaje y peluquería. En lugar de un trabajo de mayor calado político e histórico, La Dama de Hierro, como buena hagiografía, pasa por alto los temas más ásperos de su vida y de sus polémicos años de mandato, centrándose en aquellos recuerdos más amables, a fin de cuentas, nos encontramos decepcionados ante un retrato de Margaret Thatcher como madre y mujer, por encima de como política, y si acaso, como mujer política.

Si uno de los principios del montaje es la organización de la narración, el guión de Abi Morgan se lo toma al pie de la letra, ya que, adquiriendo el punto de vista de su propia protagonista, estructura la película a través de los momentos que una ya anciana y senil Thatcher va recordando de su vida. Por lo tanto asumimos la distorsionada visión cercana de los hechos al asistir a los recuerdos de la propia Margaret Thatcher, pero no deja de flaquear la obviedad y poca sutileza con la que se acude a los flashbacks o con la que presenta la relación con su hija, pero sobre todo con su difunto y fantasmagórico marido. Del mismo modo no se ahonda en sus dilemas y decisiones políticas, que casi siempre resultan acertadas, al igual que ella parece un gran ejemplo de mujer y política que tiene a todo el mundo en su contra.

La poca experiencia (y el menor talento) de su directora tras las cámaras -es necesario recordar que Phyllida Lloyd es una directora teatral que llegó al cine de rebote para adaptar el musical de Mamma Mia! (vaya, también protagonizado por Meryl Streep)- no ayudan a la hora de otorgar personalidad o credibilidad al relato, al contrario, resbala cada vez que intenta salirse de lo convencional, centrándose con almíbar en lo momentos íntimos de su vida (redundando en tema de la pobre tendera que llegó a primera ministra) o tratando de dar un toque punk aligerando el trasfondo político y social de la época a ritmo de videoclip, provocando un contraste constante en la narración, abusando por adición de todas las técnicas que encuentra a su alcance, pero sin precisión alguna, llegando a producir un efecto contrario al deseado, nuestro alejamiento del amargo drama de su protagonista, tan solo una anciana que otrora revolucionara la vida de muchos y ahora apenas puede con la suya. Y es que ya lo dice el dicho, en casa de la dama de hierro, cuchillo de palo.

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