Studio 60 on the sunset strip

La tiranía de la audiencia

El 18 de septiembre de 2006 la NBC emitió el episodio piloto de una de las series con más expectación del momento: Studio 60 on the Sunset Strip. Con la firma de Aaron Sorkin (creador y guionista) y el rostro de Matthew Perry, el proyecto no solo prometía, sino que no defraudó. La serie comienza en las entrañas de un plató de televisión donde se emite en directo un programa de lo más parecido a Saturday night live, y al que apenas le quedan unos minutos para estar en el aire. Ya en directo, después de que un alto cargo le obligase a retirar un sketch que podría ofender a cierto sector religioso, el director del programa decide interrumpir la emisión, echar a todos los actores del plato y colocarse delante de las cámaras iniciando un monólogo sobre la hipocresía y la lobotomización  de la sociedad a la que pertenecemos,  la censura en una  falsa democracia y el arma de doble filo que es la televisión. Como no es de extrañar, le cortan la emisión y entra la cabecera de Studio 60 seguida de un fundido en negro con el nombre de uno de los personajes. Es entonces, cuando tenemos un segundo para coger aire, volver al mundo real y darnos cuenta que hemos asistido a uno de los monólogos más intensos y maravillosos del mundo de la televisión. Es entonces, cuando conocemos la esencia de Studio 60. 

Aaron Sorkin no necesita presentación, sus guiones son culpables de maravillas como El ala oeste de la casa blanca, donde también encontramos a Bradley Whitford, o La red social, cuyo comienzo no deja indiferente a nadie. Los diez primeros minutos del piloto son una bomba de relojería que Sorkin activa al principio de cada episodio y que, más tarde, desactiva al final creando una atmósfera de tensión y ritmo, marcada por una cuenta atrás que está reflejada en el enorme reloj digital que luce Matthew Perry en su despacho. La huella de este todoterreno de la escritura se palpa en cada secuencia con diálogos complejos y muy rápidos, difíciles de seguir aun siendo la cuarta vez que ves un episodio. Ejemplo de ello es el grosor de los guiones de la serie, por regla general un folio de guión es un minuto de representación, y en Studio 60 los episodios estaban compuestos por unos 90 folios para 45 minutos.

Esta es una serie que habla de verdaderos humoristas, que deben salir ante las cámaras dispuestos a hacer reír a millones de personas, independientemente de todos sus problemas personales; de guionistas, que deben ser ingeniosos y trabajar a contra corriente, y lo que las crisis de creatividad les supone; de la calidad como sinónimo de talonario; de la lucha constante contra la competencia por la audiencia; y de la ausente, en ocasiones, libertad de expresión. En definitiva, habla de lo que la mayoría de los espectadores desconocen de este mundo. Es bastante irónico, a todos nos encanta la televisión, pero  tras varios parones y cambios de horarios, el 28 de junio de 2007, esta obra maestra sobre la pequeña pantalla, llegaba a su fin por falta de audiencia, con una temporada de 22 episodios.

Comencé diciendo que Studio 60 no defraudó, y lo mantengo, aunque se cancelara, no lo hizo. Quien defraudó fue la audiencia, quien no supo admirar y valorar la calidad y el talento, o simplemente no estaba a la altura. Es lo triste de este mundillo, el éxito y los proyectos no dependen del sacrificio, la dedicación y el trabajo, la calidad o incluso el roce de la perfección, sino de terceros que, como dictadores, se sientan en sus sillones y con sus mandos eligen que programas viven y cuales mueren. Y es que Studio 60 nunca fue una serie creada para entretener, sino para ser admirada.

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