Iber.film.america 2012

En los últimos premios Goya, el presidente de la Academia de cine, Enrique González Macho, afirmó que internet no era una alternativa ni un sustituto. Y pese a todo el revuelo y polémica que se montó alrededor de esa frase, la verdad es que no le faltaba razón. Internet no es una alternativa porque no es el futuro, es el presente y una de las mejores y más activas soluciones para conseguir que el cine español se vea a lo largo y ancho del mundo con tan solo un click. Y de manera legal, que conste. El primer festival online de cine iberoamericano así lo demuestra.

Iber.film.america es una iniciativa surgida desde el portal Filmotech, auspiciado por EGEDA, que abre una necesaria ventana para que el cine español y latinoamericano encuentren un público al que quizás no pueden llegar en salas comerciales. Más de 126.000 visitas certifican el éxito de un festival que recogía una heterodoxa muestra del más reciente cine iberoamericano, entra las que se incluían películas que ya fueron estrenadas en cines junto a otras que no consiguieron distribución, albergando de manera gratuita un espacio en el que conseguir una de las premisas fundamentales de toda industria cinematográfica, lograr hacer visibles sus películas. Es por ello que no solo no podemos obviar la importancia de internet como difusor del cine español (recientemente los visionados en Filmin se han reconocido como válidos para las subvenciones) sino que lo reafirma sin ambages como una ventana a explotar de manera comercial. Y aunque en su primera edición el festival fue gratuito, ofreciendo contenidos de calidad la gente estará dispuesta a pagar por ver cine desde sus casas, como a pequeña escala ya lo está haciendo. Quizás nadie se hará rico ni saldremos de la crisis con ello, pero conseguiremos que nuestro cine se vea, y aunque eso parezca importar poco, ya es mucho.

La sección oficial estuvo formada por 14 películas, de las que resultó favorita del jurado la argentina Medianeras (Gustavo Taretto, 2011). Contracorriente (Javier Fuentes León, 2009) ganó el premio del público, mientras obras más personales como Guest (Jose Luis Guerín, 2010) y Transeúnte (Eryk Rocha, 2010) se conformaron con el reconocimiento del jurado. Sobre estas cuatro películas centramos el análisis de un festival que esperamos vuelva a repetirse en el futuro, con mayor éxito si cabe, pero sobre todo con mayor respaldo de unas instituciones a las que todavía les cuesta darse cuenta de que internet no es el enemigo.

Escrito por Javier Pérez

El prólogo de Medianeras es toda una declaración de intenciones y una perfecta carta de presentación para el debut en largo de Gustavo Taretto. Basada en un cortometraje del director, la película establece una relación sine qua non entre sus dos protagonistas y la arquitectura de Buenos Aires desde su primera secuencia: una sucesión de planos fijos de edificios acompañada por una voz en off que establece inteligentes y graciosas analogías entre la historia y características de los espacios arquitectónicos de la capital argentina y los problemas de sus habitantes.

Una introducción que a la vez bebe del lenguaje del cortometraje, la publicidad y el videoclip pero recuerda a un momento muy concreto de la historia del cine: la Manhattan de Woody Allen, en una referencia-homenaje que más tarde se hará explícita. Poco que objetar, pues los temas con los que se obsesionan los excéntricos-fóbicos burgueses personajes del neoyorquino aquí se encuentran con los ocurrentes juegos expresivos propios de los microrrelatos a los que está acostumbrado Taretto en sus géneros de origen. Un cóctel nada despreciable, a pesar de sus peligros (la reiteración y la pretenciosidad, básicamente).
Durante todo el film seguirán presentes un tono estilizado y la búsqueda (y rebúsqueda) de lo original, que inevitablemente recuerdan a la Amélie (2001) de Jean-Pierre Jeunet, en gran parte por culpa del uso reiterativo de la voz en off. Esta característica de la que todo guionista debería huir en teoría, es sin embargo coherente en Medianeras, una herramienta estilística más que narrativa que ofrece el contrapunto necesario a las imágenes grises, la naturaleza muerta a la que Taretto consigue dar vida.

Por su reflexión sobre la incomunicación, el aislamiento, las incapacidades, Medianeras es una película de su tiempo, pero sobre todo es el retrato de un colectivo, el nerd, híper-comunicado y a la vez incapaz de conectar y con una veneración absoluta a la cultura pop. Imprescindibles son los trabajos de unos perfectos Javier Drolas y Pilar López de Ayala, tímidos, obsesivos, introspectivos. Adorables.

Esta es la comedia romántica para los impopulares, tal y como ha hecho Judd Apatow con sus producciones en EEUU, aunque con un tono diferente, más alejado de la comedia bruta de gags y más cercana al indie. Perfecta candidata a convertirse en película de culto, contiene la virtud de la honestidad. Sus personajes y situaciones son reales, Mariana y Martín seguramente existen, y además, les gusta Medianeras.

Escrito por Javier Pérez

Pocas sinopsis resultan más sencillas y descriptivas que la que se puede leer en todo Internet de Contracorriente. A diferencia de muchas grandes películas, indescriptibles e incatalogables, con una simple frase, el espectador ya sabe a qué se enfrenta con el visionado de la ópera prima del peruano Javier Fuentes-León. Un pescador de un pequeño pueblo al norte de Perú con mujer embarazada mantiene en secreto un romance con un pintor extranjero.

Efectivamente, tres rápidas pinceladas son suficientes para hablar de este drama LGTB, etiqueta deleznable que Contracorriente afortunadamente logra trascender. Fuentes-León expone con soltura los temas pertinentes y esperables: el choque entre los valores sociales más tradicionales y las situaciones y sentimientos contrarios a ellos, la culpabilidad y el desconcierto que surgen en la psique de quien no puede aceptar ni entender su propio ser, el hermetismo de unas estructuras morales y de comportamiento que (no solo) se encuentran en poblaciones pequeñas en países menos desarrollados. Todos ellos conflictos muy complejos e interesantes, pero hay que admitir que ya un poco trillados. Las pocas conclusiones a las que el film puede llegar están ya masticadas por el espectador desde antes de empezar el visionado.

Por suerte, lo que podría ser simplemente una historia manida llega a convertirse en algunos momentos en una delicia visual (Fuentes-León sitúa a sus personajes en un escenario casi paradisíaco y abre al máximo sus planos para deleitarnos con los tonos cálidos de la arena cómplice del amor prohibido y los fríos de un agua que guarda secretos y da paz a las tormentas interiores) y está contada con un acertado tono alejado de la tragedia, mucho más cercano al realismo mágico, y una progresión constante.

Quizá pecando de buenrollismo y con un optimismo desmesurado, el final de Contracorriente apela al sentido común (que en la realidad de común tiene poco) y soluciona conflictos internos de identidad y rencores de una escena a la otra, forzando un desenlace redentor y satisfactorio. El caso es que tampoco se le puede reprochar esta intención.

No resulta natural la evolución de un protagonista que se miente a sí mismo constantemente, mentiras que no deja de jurar explícitamente en muchas escenas, hasta que un punto de inflexión imperceptible para el espectador lo lleva a honrar un amor antes denostado y ser respetado por una sociedad retrógrada. Puede llegar a parecer inverosímil, pero, como siempre, queda en nuestras manos la posibilidad de acompañar al director y guionista en su canto al amor (al amor homosexual, al amor de una mujer con el corazón roto, al amor de unos amigos y familiares que respetan y aceptan lo que no entienden).

Escrito por Antonio M. Arenas

“No hay diferencia entre el documental y la ficción. No la hay. Una buena ficción siempre contiene algo de documental, y un buen documental algo de ficción.”

Chantal Akerman.

Estas palabras, recogidas a la propia cineasta belga durante el film, desvelan la razón de ser una obra que nace de la aparente y espontánea anécdota (la grabación de los viajes a los distintos festivales a los que es invitado su autor) para llegar a cotas inesperadamente profundas, tanto en la emoción que transmiten las diversas historias personales con las que se cruza, como especialmente a través de la mirada que Guerín arroja sobre estas y sobre su propio tránsito por diversos rincones del mundo tan distintos (o no) entre sí.

La cámara de Guerín busca y encuentra; hace del oficio de documentalista el del mayor de los cineastas de ficción. Todo está tan calculado, medido y montado que parece real, quizás porque lo fue, emprendiendo una reflexiva búsqueda de sentido a toda la belleza y la honestidad de lo que está (vi)viendo. A modo de diario de bitácora, Guerín registra sus distintas estancias en hoteles y festivales de cine de todo el mundo, pero sin darles más importancia de la que tienen, saliendo a la calle en busca de películas que contar, de imágenes que grabar y de gente con la que hablar. Cámara en mano, se nutre de las experiencias vividas durante un año para formar un mosaico en blanco y negro de un invitado a la fiesta que son el cine y la vida.

Como buena muestra y origen del estilo elegido, su encuentro con Jonas Mekas no parece precisamente casual. Con él ha mantenido correspondencia fílmica, y en él encuentra un iniciador y referente del llamado diario fílmico. Por ello mismo, que la cámara de video del propio Mekas grabe a la de Guerín no es solo un gesto cómplice al espectador y a sus respectivas obras, pues aunque ver a una cámara siendo grabada por otra pueda parecer un acto aparentemente fútil, nos señala que el cineasta es el que cambia cuando graba la realidad, es él quien está siendo grabado y reflejado al ofrecer su propia perspectiva sobre lo que le rodea, encerrado a partir de ahora en las imágenes que selecciona. Pero tenemos la fortuna de que, como ya lo hiciera volviendo a Innisfree o al barrio Chino de Barcelona, Guerín logra mostrar de nuevo en este viaje su destreza como documentalista. Por lo tanto, como gran cineasta.

Escrito por Antonio M. Arenas

Cobran verdadera importancia los festivales de cine online cuando nos acercan a propuestas tan radicales como esta, que de otra manera difícilmente podrían asomarse a nuestras pantallas. Me pregunto cuál sería el espacio en el que se pudiera proyectar Transeúnte sin sentirse fuera de lugar, donde encontrara su público. Como su propio nombre advierte, para no ser olvidada tendría que transitar y perderse de festival en festival hasta encontrarlos, ya que su paso por salas comerciales se antoja un imposible para una obra de estas características, pues el film de Eryk Rocha está mucho más cercano al cine experimental que a la ficción o el documental al uso. De hecho, podría funcionar igualmente y pasar como ficción que como documental, es indiferente. Y ese es el mérito de un trabajo esforzado por aproximarse al día a día de su protagonista, Expedito, seguir su camino y no hacernos sentir otra cosa más que su ruido, sus ruinas, su soledad. Las mismas que comparte con una ciudad en eterna vía de desarrollo. Un recorrido a cuyo paso vemos un Río de Janeiro decrépito, fotografiado en un blanco y negro (en super 16MM) que resalta los grises que todavía asoman al futuro de una ciudad contagiada de extrañas alegrías y tristezas.

Como si fuera una efigie salida del mundo de Val del Omar, Expedito deambula por la calle mientras escucha su música. La cámara raspa de poro a poro su recorrido, capta sus imágenes y sobre todo los sonidos que le rodean, haciendo hincapié en la memoria visual y sonora a la hora de (re)construir y montar la historia, si es que existiera, ofreciendo un punto de vista en el que el espectador está obligado a participar como narrador de la película a partir de pequeños trozos de realidades. Una exigencia quizás demasiado grande para la que, más allá de la extenuante experiencia, difícilmente se pueden encontrar resultados.

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