Profesor Lazhar

Sin crisálida no hay mariposa

En el agitado tiempo presente donde los gobiernos consideran la inversión en educación como gasto y los ciudadanos son a veces criminalizados por defender lo público, lo de todos, ante el expolio de una estafa llamada crisis; es recomendable analizar la escuela y su estado como laboratorio de un futuro potencial pues lo que sembremos hoy serán los frutos de mañana. En este sentido, el cine como herramienta de análisis social y reflexión se ha acercado a la escuela en multitud de ocasiones. Recientemente podemos rescatar el caso de La clase (Entre les murs, Laurent Clantet) Palma de Oro en Cannes en 2008 que radiografió el estado de la escuela pública francesa de una manera casi documental. En el film de Philippe Falardeu, Profesor Lazhar (Monsieur Lazhar, 2011), también francófona aunque en este caso canadiense, nos hallamos ante una película en la que la escuela y la relación entre el alumno y el maestro serán los puntos principales en torno a los cuales girará una historia que equilibra drama, humor y sentimentalismo de una manera honesta e inteligente.

Un acontecimiento dramático dejará a los niños de primaria huérfanos educativamente pero ante todo traumatizados por una violencia psicológica que les sorprende a una edad muy temprana. En ese punto aparece Bashir Lazhar, un refugiado político argelino, que se hará cargo de una clase que al igual que él necesita sobreponerse al dolor. El viaje conjunto que deberán emprender profesor y alumnos no quedará exento de dificultades. Lazhar, hombre de la vieja escuela en todos los sentidos, se ve  desbordado ante trabas de distintos sectores: choca con una metodología moderna que le resulta extraña, donde no caben los dictados de Balzac; el claustro de profesores se encuentra resignado y sin ambición de cambio; los padres le limitan a “enseñar y no a educar” a sus hijos y, por último, se encuentra ante un sistema en el que la sociedad educativa rechaza el contacto físico entre profesor y alumno, mermando así la educación afectiva, cómo si cualquier signo de afecto condujera a problemas de índole legal. Pese a todo, el vínculo que establecen los niños con su maestro es más fuerte y ambos pueden superar el duelo.

Es necesario reseñar que pese a que el film gire entorno a la violencia latente, ya sea psicológica o política, siempre queda sitio para el humor y Philippe Falardeu consigue un perfecto equilibrio entre humor y drama, lejos de la sensiblería a la que sería proclive el cóctel: niños y drama. Y es que Profesor Lazhar no sólo no es un film trágico y triste si no que es esperanzador y luminoso, tanto en forma como en fondo. Transmite rigor, valores y sobre todo reflexión y espíritu combativo ante el modelo educativo imperante donde la mera transmisión de conocimientos ha desplazado la tradicional educación integral en cultura, moral y conocimientos, en resumen, la educación en valores. Si algo sacamos en claro de Profesor Lazhar es que tanto necesitan los alumnos a su maestro, como el maestro a sus alumnos y, por supuesto, todos nosotros la educación.

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