Sombras Tenebrosas (Dark Shadows)

Fantasmas (y vampiros) del pasado

Aunque no por ello menos cierto, sería recurrente, e incluso tópico, decir al respecto de las últimas películas de Tim Burton que cualquier tiempo pasado fue mejor, ya que no es tan solo el caso. La realidad es que para el director de Eduardo Manostijeras (1990) cualquier tiempo fue pasado, lo que es todavía más grave. A cada película comprobamos que su lugar no es este, que su tiempo ya pasó, su cine se ha esfumado al ritmo que el niño de su interior ha crecido, parando de soñar (y de tener pesadillas), dejando de lado la inocencia que le caracterizaba por una cada vez más pragmática y menos estimulante toma de decisiones artísticas. Su fascinación por crear mundos extraños en los que poder ser uno mismo se encuentra perdida y desvirtuada por completo, quedando tan solo una sombra del asustado niño que fue, un niño perdido ahora en mundos de lo más comunes, obligado a recrearlos de nuevo durante toda la eternidad.

La última de estas sombras, lejos de ser tenebrosa, no podría resultar más convencional. Una supuesta comedia de terror en la que el terror hace reír y la comedia da miedo, siendo generosos. Al estar ambientada en los 70 (época en la que tenía lugar la serie original), el diseño de producción ansía quedar repleto de las suficientes referencias (tanto sonoras como visuales) para hacernos viajar en el tiempo, pero en cambio, es tal el abuso (y el mal uso) de estas referencias, que la traslación queda carente de credibilidad o sensibilidad alguna. Todo ello perfectamente ejemplificado en una fastuosa fiesta setentera rematada con una gratuita aparición de Alice Cooper, que casualmente también actuaba en Wayne’s World (1992). La comparación ya está hecha.

Tanto el pueblo pesquero como la mansión de los Collins son un espacio fílmico inexistente, fantasmal, lugar de tránsito de unos muertos que regresan a una condenada vida en la que no encuentran el descanso eterno soñado. Una maldición narrada a modo de tétrico prólogo (algunas de sus imágenes son de lo poco rescatable del film, pese a su premura nos hacen creer que no todo está perdido) es el punto de partida de una historia de venganza eterna consumada en acto de amor y fuego, con el rugir de las olas rompiendo en las rocas de un acantilado como constante nexo de unión para el pobre entramado del puñado de personajes que se agolpan en pantalla buscando un poco de atención que el guión no les da, y que la dirección tampoco les presta. Burton parece estar más pendiente de los gags y los momentos erótico-festivos que de construir una ficción sólida alrededor del vampiro Barnabas, un personaje que pierde todo atractivo al no ser más que la enésima y aborrecible transformación de un Johnny Depp cada vez más ridículo y fuera de lugar en este tipo de papeles.

La adaptación del culebrón vampírico Dark Shadows llega tras las de Charlie y la Fábrica de Chocolate (2005), Sweeney Todd (2007) y Alicia (2010), que constatan la pereza y desidia de su director para enfrentarse a nuevos retos, un carácter conservador que solo ambiciona la consecución de la fórmula, repetirse a si mismo y moverse en mundos del imaginario popular, de fácil producción y aún mayor probabilidad de éxito, lejos de aquellos terroríficos que recreara de manera más artesanal y personal en sus inicios. Tim Burton ha pasado de filmar cuentos perturbadores, y ciertamente subversivos, a moldearse de manera complaciente a la industria, la misma que le lleva hasta el punto de adaptarse a si mismo (el largometraje de animación de su corto Frankenweenie (1984) está cerca de estrenarse) o a seguir expoliando los cuentos populares con una aparentemente innecesaria adaptación de Pinocho. Nada nuevo en el horizonte, aunque siempre nos quedará una duda. Ante adaptar(se) o morir, Vincent habría elegido muerte.

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