Tim Burton: Filmografía

El mes de Mayo queda marcado por la vuelta de Tim Burton con su decepcionante Sombras Tenebrosas (Dark Shadows). En Revista Magnolia lo hemos aprovechado para acercarnos a su figura a través de un BIOPIC y del análisis de una selección de su filmografía.

El sueño de la razón produce monstruos

Escrito por Antonio M. Arenas

Quizás los primeros cortos de Tim Burton eran demasiados oscuros para Disney (y por qué no decirlo, también demasiado geniales), por lo que no fueron ellos, sino Warner Bros, quienes permitieron al de California dar el salto al largometraje. Y lo hicieron dando primero rienda suelta a las aventuras del infantil mundo de Pee-Wee (el eterno niño encarnado por Paul Reubens), para a continuación permitirle crear el otro mundo, el del más allá y pesadillesco de Bitelchús, más cercano –al menos en espacio- a las inquietudes y el universo de un Tim Burton que nos abría las puertas de su cuarto oscuro.

No deja de ser curioso (y todo un acierto) que el personaje que da título a la película no sea más que un secundario de la misma. Bitelchús es el joker de la función, el as en la manga de Burton para dar forma a nuestras peores pesadillas. Un ser con un sano humor escatológico que, dosificado en pequeñas gotas y rodeado de un acertado suspense, termina por robar todo el protagonismo a la feliz pareja formada por Geena Davis y Alec Baldwin. Bueno, feliz hasta que pasan a mejor vida y tienen que lidiar con los nuevos habitantes de su casa, a los que tratarán de echar haciendo lo que les toca como fantasmas: asustándoles.

Ante una premisa tan particular se agradece no encontrarnos un drama sobre el paso de la vida a la muerte, como tampoco se pretende ahondar en la tragedia ni aparecen sentimentalismos de ningún tipo, tan habituales últimamente. Al contrario, los protagonistas afrontan su fallecimiento con una entereza digna de elogio, intentan adaptarse a su nueva situación aunque hayan perdido todo lo que tenían, resistiéndose a abandonar lo único que les queda, su casa. Este conflicto da lugar a generosas situaciones en las que el terror y la comedia son uno. Las peculiaridades de los nuevos inquilinos y el encanto de que la hija de estos pueda verles (¿Es Wynona Ryder la primera niña gótica y simbólica fan del cine de Burton?) hacen el resto, junto a un diseño de producción de lo más tétrico mediante el que (continuando el estilo del mejor Sam Raimi, que acababa de estrenar Terroríficamente Muertos) Burton construye diversas secuencias terroríficas en las que lucen y se disfrutan los cuidadísimos y artesanales efectos especiales (que recuerdan a los de La Cosa de John Carpenter), como las maquetas construidas para la ocasión, que le dan un encanto y personalidad arrebatadora a esta anti-fábula sobre la (im)posible convivencia entre los vivos y los muertos.

Pero recuerda, no digas su nombre tres veces o aparecerá para dar forma a la peor de tus pesadillas. Aunque estar muerto tampoco parece precisamente un sueño, por lo que si te aburres, ya sabes….

La noche del murciélago

Escrito por Pablo Vigar

Burton venía de rodar Bitelchús (1988) cuando alguien decidió asociar su nombre al intento de insuflar vida cinematográfica al personaje de Batman (tras una incursión años antes en el mismo medio, en forma de prolongación de la serie de televisión). El éxito que había cosechado la cinta del otro gran pilar de DC Cómics, Superman, dio la confianza necesaria a la Warner Bros. para inmortalizar en el celuloide al murciélago justiciero, al héroe sin poderes, víctima de un pasado que le atormenta y verdugo de un inestable presente.

La marca burtoniana no andaba aún en 1989 muy desarrollada. Con tan sólo un par de largometrajes a su espalda y el mismo número de (superiores) cortos, no había llegado aún la que es reconocida como su obra universal, Eduardo Manostijeras (que no su obra cumbre, siendo esta Ed Wood). Podríamos enunciar que Batman representa la primera piedra de los actuales derroteros de la carrera de este singular director, en cuanto a que fue la primera vez que el realizador e inventor de mundos barrocos cogió algo que no le pertenecía y le aplicó su molde.

Porque, de acuerdo, el universo de Batman puede encajar, y de hecho así ocurre, con el tono lúgubre y gótico que caracteriza al director de Vincent (1982), pero pareciera que el murciélago en sí no encaja del todo con él. De hecho Burton se muestra más interesado en analizar la personalidad del Jóker (magnífico registro cómico de Jack Nicholson y con un origen que dará la clave para el conseguido climax), que en tratar con quien da título a la cinta, que precisamente es el Bitelchús de Michael Keaton, y cuyos minutos en pantalla se ven reducidos en pos de los de su enemigo.

Mención merecen una perfecta Gotham City (que valió por un Oscar de la Academia a Mejor Dirección Artística y Decorados) y la partitura de Danny Elfman, reconocible ya desde los primeros compases que envuelven a esta decente obra. Una a la que Burton volvería no mucho tiempo después, y para la que incidió todavía más en los aspectos más tétricos de su macabra mente, una, por suerte, aun sin domesticar.

De mayor quiero ser director de cine

Escrito por Antonio M. Arenas

Es difícil comprender hasta que punto la imagen que tenemos de Edward Davis Wood Jr. viene de lo que sabemos sobre su vida o del recuerdo de alguna de sus películas (si es que las hemos visto), resulta inevitable establecer el film de Tim Burton como una obra capital para edificar su historia, una película a partir de la que podemos dar imagen y sentido a su desdichada trayectoria tras las cámaras. Ed Wood (1994) funciona maravillosamente como sentido homenaje a su protagonista, pero lo hace afianzada por su labor como apasionante reconstrucción de una vida incompleta y olvidada a la que el cine le debía una. Y Tim Burton se la devuelve con creces. Su mayor logro es conseguirlo sin acercarse al temido biopic, sin edulcorar ni ocultar ciertas partes de su vida, como viene siendo habitual para idolatrar o defenestrar al susodicho/a. Burton, probablemente en el mejor momento de su carrera, recrea su vida sin trasladarla a su oscuro mundo particular, siendo desde la realidad (las secuencias de los rodajes y los personajes que rodean a Ed tratan de ser de lo más fidedignos) llevada a territorios de la más pura ficción (su revelador –y falso- encuentro con Orson Welles) como consigue transmitir su esencia, la de un pobre iluso que, por malas que fueran, tan solo era feliz haciendo películas. Bueno, y también vistiéndose de mujer, nadie es perfecto.

Aunque sea bonito pensar que era un tipo especial, su ambición y posterior patetismo así nos lo pueden hacer creer, la realidad es que, obviando sus fetichismos, la de Ed Wood fue una vida humilde y olvidada como la de cualquier otro desconocido, aunque se empeñara en no serlo. El éxito, por llamarlo de algún modo, por mucho que lo quisiera nunca le llegó. Su mayor triunfo, ser tan malo como para ser elegido tras su muerte como “el peor director de cine la historia”, cambió su historia para siempre. Un premio, probablemente el primero, que sin duda habría recogido encantado. La suya era una vida apasionada por un cine que no le devolvió todo el sentimiento que le puso, tanta ilusión y convicción que contrastaba con su escaso talento y técnica, defectos que a nuestros ojos se suplen con la candidez y entrañable torpeza que generan la imaginación de sus películas más conocidas.

¿Pero estábamos hablando de Ed Wood o de Johnny Depp siendo Ed Wood dirigido por Tim Burton? Ya no lo sabemos, es aquí donde trasciende el film. Y lo hace sin necesidad de excesivos maquillajes ni aparatosos diseños de producción, desde la sencillez de un poderoso blanco y negro, logrando la cercanía que transmite una noble interpretación. Si algo aflora permanentemente durante su visionado es la fragilidad y emoción del Bela Lugosi resucitado por un espléndido Martin Landau, pero en el fondo, lo que hace grande a esta apasionada obra sobre la vida del supuesto peor director de cine de la historia, es la manera tan honesta de identificarse con Ed Wood que establece el propio Tim Burton. A fin de cuentas, al rodar una película el director se expone al ridículo y a la grandeza, al olvido y al recuerdo, sentimientos que Tim Burton conoce y comprende, que refleja de manera sutil y tierna en la vida de un perdedor que nunca perdía la sonrisa. Ahora que dicen que el cine está en crisis, que incluso el propio cine de Tim Burton está en entredicho, sería el momento para que otros Ed Wood perdieran el ridículo. O para que Burton volviera a verla y recordara lo que a fin de cuentas era hacer cine. Creer en él.

Un pez grande en un estanque cada vez más pequeño

Escrito por Carmelo González

El nuevo siglo nos había dado en la boca con su efecto 2000, sus euros y sus malditos “2” y “0” cada vez que escribíamos una fecha. El mundo seguía girando como si no hubiese pasado nada pero en el mundo de Tim Burton, como si el efecto 2000 hubiese hecho su trabajo, algo empezaba a desmoronarse.

El director que había causado sensación en los noventa, gracias a películas como Sleepy Hollow o Edward Scissorhands, empezaba el siglo con su particular visión de Planet of the Apes. La película fue un éxito comercial, como ya consiguiera en su día con Batman, pero a diferencia de la del hombre murciélago su nueva obra no hacía justicia ni a la película del 68, ni a su estilo personal. Algo parecía estar cambiando en el californiano… Pero entonces llegó Big Fish. Esta película añadió una nueva dimensión a la obra de Burton, ya que consiguió aunar a la perfección su marcado sentido estético con “el mundo real”.

Big Fish nos narra la historia de Edward Bloom catalizada por la vergüenza que sufre su hijo Will, cada vez que su padre relata uno de sus disparatados cuentos autobiográficos. Esta narrativa, dialéctica en cierto modo, permite al director jugar con dos ambientes claramente diferenciados como son por un lado las secuencias sobre la vida de Edward Bloom, en disonancia con las situaciones que avanzan el presente histórico del protagonista, o lo que es lo mismo: que van resolviendo la relación entre padre e hijo.

El carácter exagerado, metafórico y cuasi “psicotrópico” de la mitología que rodea la historia de Edward Bloom es un escenario excelente para desarrollar la desbordante creatividad de Burton. A pesar de ello nos encontramos una estética que puede resultar incluso comedida, en ocasiones, para los estándares a los que nos tiene acostumbrado el autor. Debido en buena parte a la fuerza del guión, en cuanto a lo inverosímil, el sabio manejo de los elementos de ambiente conforma junto con la dirección de actores un pilar básico para convertir en cuento de hadas lo que podría haber sido con facilidad una fanfarria vodevilesca pasada por LSD.

El retrato del “mundo real” a lo largo de la cinta es soberbio, consigue una naturalidad y un dramatismo social que pocas veces hemos visto en la filmografía de Burton.

Con Big Fish el californiano consigue demostrar al mundo que puede mantener su esencia evitando personajes y decorados maniqueos. Nos acerca a su obra, reflejándose a sí mismo en la figura de Edward Bloom como cuenta cuentos incomprendido, y nos muestra que su fluidez con el séptimo arte es total, incluso cuando escapa de lo que aparentemente se espera de él.

Cabe también aclarar que buena parte de la trascendencia de Big Fish se debe a la maravillosa novela de Daniel Wallace, en la que se basa la película, que se ajusta como anillo al dedo a la imaginería de Tim Burton.

En mi opinión esta es una obra clave ya que establece un punto de inflexión en la continuidad de la filmografía de su autor. Además consiguió reflotar, aunque de forma momentánea, su creatividad reafirmando que aún le quedaban cosas por decir en esto del cine. Cierto es que esta película supone el último aleteo, penúltimo a lo sumo, de genialidad de su autor que ha decidido optar por encauzar su carrera en una sucesión de insufribles revisiones de estética manida más enfocadas a vender camisetas y posters entre niños y niñas con lápiz de ojos negro que a renovarse como autor. Por no hablar de los constantes disparos en la rodilla a los que somete a Johnny Deep aunque, eso es otra historia…

Tim Burton no ha sabido limpiar su acuario y a día de hoy cuesta ver el gran pez en el que llegó a convertirse.

Ilustrando con grilletes

Escrito por Gonzalo Ballesteros

No hay una obra más subversiva, indomable y excéntrica que la obra de Lewis Carrol, Alicia en el País de las Maravillas. Y ese carácter de texto caprichoso, absurdo y poderoso se ajustaba bien al cine de Tim Burton, o más bien al Burton que quiso ser Vincent Price. Es por ello que Alicia (2010) suscitó grandes expectativas al momento de su estreno, no sólo por la confluencia de Carrol y Burton, sino por la proyección del film en 3D, ¿qué mejor que explotar la técnica con una película presumiblemente tan poderosa como Alicia?

Si sumamos a las deficiencias de la proyección estereoscópica (como la oscuridad de la imagen o la pérdida de color) que, en Alicia, el 3D está más dispuesto a ser un factor más efectista que narrativo (apenas Scorsese o Wenders han conseguido narrar); encontramos la primera gran decepción del film. Una decepción más ligada a una falta de aprovechamiento que a una falta de legitimidad en el uso. Porque en definitiva, lo mejor de Alicia son las imágenes, Burton exprime su imaginario para ilustrar a la Reina de Corazones o al Sombrerero Loco y en lugar de intentar ser fiel a los personajes de Carrol, apuesta acertadamente por construirlos desde su punto de vista y de esta forma dotarlos de su personalidad.

El mayor problema del film se haya en su guión, Disney encarga a Linda Woolverton (La Bella y La Bestia, El Rey León) la adaptación del texto de Lewis Carrol a un blockbuster de manual. Así, perpetra la que es la adaptación de Alicia menos estimulante y más domesticada de las llevadas a la gran pantalla. Una traición que no es tal por la falta de fidelidad al texto original, algo totalmente legítimo, si no por convertir la apología del LSD en un manual de autoayuda con moraleja.

Puede que sea por la imposición de los estudios, o por la desgana de Burton, pero su última gran apuesta se ha hundido por no atreverse con las riendas del guión y, así, crear encorsetado, con un guión que le hace prisionero de lo correcto. Nos quedamos con sus ilustraciones, sus dibujos y su capacidad de creación; pero hay un problema cuando preferimos disfrutar a Burton en el MoMa antes que en cine.

Fantasmas (y vampiros) del pasado

Escrito por Antonio M. Arenas

Aunque no por ello menos cierto, sería recurrente, e incluso tópico, decir al respecto de las últimas películas de Tim Burton que cualquier tiempo pasado fue mejor, ya que no es tan solo el caso. La realidad es que para el director de Eduardo Manostijeras (1990) cualquier tiempo fue pasado, lo que es todavía más grave. A cada película comprobamos que su lugar no es este, que su tiempo ya pasó, su cine se ha esfumado al ritmo que el niño de su interior ha crecido, parando de soñar (y de tener pesadillas), dejando de lado la inocencia que le caracterizaba por una cada vez más pragmática y menos estimulante toma de decisiones artísticas. Su fascinación por crear mundos extraños en los que poder ser uno mismo se encuentra perdida y desvirtuada por completo, quedando tan solo una sombra del asustado niño que fue, un niño perdido ahora en mundos de lo más comunes, obligado a recrearlos de nuevo durante toda la eternidad.

La última de estas sombras, lejos de ser tenebrosa, no podría resultar más convencional. Una supuesta comedia de terror en la que el terror hace reír y la comedia da miedo, siendo generosos. Al estar ambientada en los 70 (época en la que tenía lugar la serie original), el diseño de producción ansía quedar repleto de las suficientes referencias (tanto sonoras como visuales) para hacernos viajar en el tiempo, pero en cambio, es tal el abuso (y el mal uso) de estas referencias, que la traslación queda carente de credibilidad o sensibilidad alguna. Todo ello perfectamente ejemplificado en una fastuosa fiesta setentera rematada con una gratuita aparición de Alice Cooper, que casualmente también actuaba en Wayne’s World (1992). La comparación ya está hecha.

Tanto el pueblo pesquero como la mansión de los Collins son un espacio fílmico inexistente, fantasmal, lugar de tránsito de unos muertos que regresan a una condenada vida en la que no encuentran el descanso eterno soñado. Una maldición narrada a modo de tétrico prólogo (algunas de sus imágenes son de lo poco rescatable del film, pese a su premura nos hacen creer que no todo está perdido) es el punto de partida de una historia de venganza eterna consumada en acto de amor y fuego, con el rugir de las olas rompiendo en las rocas de un acantilado como constante nexo de unión para el pobre entramado del puñado de personajes que se agolpan en pantalla buscando un poco de atención que el guión no les da, y que la dirección tampoco les presta. Burton parece estar más pendiente de los gags y los momentos erótico-festivos que de construir una ficción sólida alrededor del vampiro Barnabas, un personaje que pierde todo atractivo al no ser más que la enésima y aborrecible transformación de un Johnny Depp cada vez más ridículo y fuera de lugar en este tipo de papeles.

La adaptación del culebrón vampírico Dark Shadows llega tras las de Charlie y la Fábrica de Chocolate (2005), Sweeney Todd (2007) y Alicia (2010), que constatan la pereza y desidia de su director para enfrentarse a nuevos retos, un carácter conservador que solo ambiciona la consecución de la fórmula, repetirse a si mismo y moverse en mundos del imaginario popular, de fácil producción y aún mayor probabilidad de éxito, lejos de aquellos terroríficos que recreara de manera más artesanal y personal en sus inicios. Tim Burton ha pasado de filmar cuentos perturbadores, y ciertamente subversivos, a moldearse de manera complaciente a la industria, la misma que le lleva hasta el punto de adaptarse a si mismo (el largometraje de animación de su corto Frankenweenie (1984) está cerca de estrenarse) o a seguir expoliando los cuentos populares con una aparentemente innecesaria adaptación de Pinocho. Nada nuevo en el horizonte, aunque siempre nos quedará una duda. Ante adaptar(se) o morir, Vincent habría elegido muerte.

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