Diez años de The Wire

Se cumplen diez años de la emisión del episodio piloto de The Wire. Su estreno no fue en salas, ni falta que hizo. Su prudente y sigiloso caminar por la pequeña pantalla contrasta con la calificación de mejor serie de la historia. Poco ruido, pero muchas nueces. Para celebrar tamaña efeméride, en Revista Magnolia dedicamos un artículo a la serie que jodió al espectador medio.

The Wire: “… way down in the hole”

“The Wire tiene la densidad, la diversidad, la ambición totalizadora y las sorpresas e imponderables que en las buenas novelas parecen reproducir la vida misma, algo que no he visto nunca en una serie televisiva, a las que suele caracterizar la superficialidad y el esquematismo.”

Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura

Cuando se habla de The Wire hay que dejar clara una cosa: la a menudo referida como mejor serie de la historia es una pensada para que se joda el espectador medio. David Simon, autor de estas palabras, te arrastra a Baltimore, el vertedero de América, y te suelta allí, entre sus esquinas, sus casas bajas y sus muelles. Desde el momento en que te suelta de la mano desaparece, dejándote a tu suerte. No te acompaña ni se interesa por cómo estás. Te ves sólo ante el peligro, y da igual que no sepas muy bien qué ocurre, o que ni siquiera entiendas del todo lo que te dicen voces ajenas, has llegado y te vas a quedar. Sólo, pero te vas a quedar.

The Wire no es la biografía de unos personajes (aquí realmente haríamos bien en decir personas), es la radiografía de un lugar, de uno (de los tantos) puntos del globo en que converge lo dañino, lo perjudicial. Almas que vagan sin orden y sin rumbo desempeñando el papel que la gran tragedia griega que es la vida se empeña en otorgarles. Y pobre de ti si pretendes cambiarlo, estás jodido (como el espectador medio), porque en Baltimore si eres peón conoces tu función, salir pronto de la partida, por lo que raro es que al final te espere la ansiada conversión en Reina. Porque, como se dice en un momento de la serie, el Rey es el que manda, pero la Reina es la pieza que lo dirige todo.

En The Wire cada temporada viene dedicada a un caso y a una localización. Los personajes vienen y van, en función de las exigencias de la historia y no al revés. Los resultados de las investigaciones no aparecen en cuestión de segundos y ni la policía es tan buena ni los traficantes tan malos. Para quien esto suscribe las temporadas del puerto y de la escuela (temporadas dos y cuatro) albergan lo mejor que ha dado la serie, y podría ir un poco más allá y decir que lo mejor que ha dado la televisión en esta su nueva faceta (gracias HBO) de refugio del cine.

Y si precisamente el cine es muchas veces asociado al concepto de hiperrealidad, The Wire deja caer el prefijo y germina la noción de realidad. Llana y simple. La serie se nutre de las vivencias de los creadores, policía el uno, periodista el otro, de este pozo americano que lleva por nombre Baltimore. Estaríamos equivocados al afirmar que el gran telón de fondo de la serie es el narcotráfico. El narcotráfico es sólo la excusa, sin más, que nos permite entrar en algo casi peor: los estratos sociales. Ya sea en el puerto, en política, en el periódico o en la escuela, la vida no da tregua, y los que luchan por sobrevivir están cada día que pasa un peldaño más cerca de la autodestrucción, física y moral. Como dice Simon, “una América en guerra consigo misma, a todos los niveles posibles”. Que se joda América, y nosotros con ella.

 

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