Moonrise Kingdom

The Young Person’s Guide to Wes Anderson

En 1946 Benjamin Britten compuso The Young Person’s Guide to Orchestra una obra pedagógica para el film Instruments of the Orchestra producido por el gobierno británico, en esta obra la poderosa sinfonía inicial (original de Henry Purcell) deja paso, a través de comentarios explicativos, a los distintos grupos de instrumentos de forma independiente: cuerda, viento, percusión… Con esta diferenciación por familias se alcanzan los objetivos didácticos para poder entender y disfrutar mejor de la posterior convergencia musical. Alrededor de un tocadiscos a pilas, tres hermanos de corta y similar edad escuchan la citada obra en una de las habitaciones de una amplia casa que Wes Anderson se encarga de mostrar con un travelling horizontal; cómo si se tratara una casa de muñecas. La estudiada secuencia será la primera del recital de zooms, planos simétricos, travellings y, cómo no, setpieces a cámara lenta. Wes Anderson toca instrumento a instrumento una melodía, que lejos de resultar artificial, permite al espectador componer una sinfonía con gran corazón.

Dos outsiders, inquilinos de ese limbo temporal y cruel que existe entre la infancia y la adolescencia, se enamoran y deciden escaparse juntos en la pequeña isla en la que viven. Es el verano del año 1965. Él: huérfano, extravagante, cuatrojos e inadaptado boy scout; ella: la mayor de cuatro hermanos, hija de unos padres infelices, enfadada con el mundo y pegada a una maleta llena de libros. Un encuentro casual (“¿tú que clase de pájaro eres?”) y una decidida correspondencia son el punto de partida de una huida conjunta, para disfrutar de su amor, para vivir la aventura. El director vuelve sobre la adolescencia tras Academia Rushmore (1998) dónde un debutante Jason Schwartzman encarnaba a un personaje demasiado adulto para sus quince años; también retoma el tema de la familia como ya hiciera en Los Tenenbauns, una familia de genios (2001). En Moonrise Kingdom se (re)trata familia y adolescencia, con sus fortalezas, sus verdades y sus miserias, y todo en clave de comedia. Especialmente destacables son las metáforas que construyen Anderson y su coguionista Roman Coppola en torno a la isla, marco sin escapatoria, dónde cada accidente geográfico tiene significado (la cala es el refugio del amor) y la isla en conjunto es una gran metáfora (al igual que en la adaptación del cuento Dónde viven los monstruos de Spike Jonze).

Anderson y Coppola edifican mediante el guión una estimulante historia de amor y el propio Wes se encarga de realizar la aventura con una puesta en escena perfecta. Si en sus primeros trabajos ya ofrecía marcados recursos autorales, en sus últimos films y en especial en el que nos ocupa, todos los planos son andersianos. Huelga decir que él no inventa nada, pero se apropia de una serie de recursos efectistas y modernos que ya son marca de la casa. No hay lugar para la improvisación, no hay planos de relleno, todo está pensado al milímetro y me aventuro a decir que la puesta en escena es una extrapolación fiel de un trabajado storyboard. La fidelidad absoluta de Wes Anderson por su forma de realizar puede resultar algo artificiosa, no faltarán los críticos que le acusen de impostado, pero los que nos dejamos seducir por sus encantos no podemos mas que rendirnos ante su obra más trabajada visualmente.

Uno de los elementos que arrastrarán a las masas a este banquete visual que es Moonrise Kingdom, es la constelación que compone el reparto. Ahora que los ecos de la Eurocopa resuenan por cada esquina, encontramos en vallas y marquesinas una alineación insuperable. Se trata del póster del film de Wes Anderson, dónde todos los actores posan como una gran familia, mucha estrella junta: Bruce Willis, Edward Norton, Frances McDormand, Tilda Swinton… ríete tú de los Iniesta, Casillas y compañía. Sin olvidar a los titulares fijos: Bill Murray, cuyo nivel de depresión y de degradación es proporcional a la risa que provoca y Jason Schwartzman (familia de Coppola, por cierto) que no puede faltar en los films de su mentor, y es una debilidad para quien firma esto. Con todo, el indudable peso mediático de los secundarios no perjudica a la joven pareja de protagonistas (los debutantes Jared Gilman y Kata Hayward), lejos de eclipsarles, los complementan, y son ellos solos quienes soportan el peso del film en la mayoría de secuencias.

Al final, los distintos elementos de Moonrise Kingdom, atractivos en su independencia: actores, guión, puesta en escena… confluyen dando como resultado una película superlativa. Y esa es la conquista de Wes Anderson, ofrecer una serie de elementos independientes a través de una puesta en escena y una realización que roza el artificio pero que no son otra cosa que los instrumentos, uno por uno, que suele tocar Wes; dejando al espectador la tarea de montar la composición final. Si además, este espectador se acerca por primera vez a la obra del director encontrará, como en la pieza de Britten, una dirección didáctica, transparente, que define perfectamente a Wes Anderson; esta es su particular Young Person’s Guide. 

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