Wes Anderson: Música

Toda persona que goce de cierta relevancia de cara a la opinión pública, por razones profesionales o de otra índole diametralmente opuesta, es susceptible de ser imitada en las continuamente emergentes redes sociales. Suplantadores reconocidos, algunos conforman sátiras inteligentes del personaje al que aluden mientras que otros se conforman con imaginar como sería su vida si fuesen esa otra persona a la que admiran. Incluso Wes Anderson, ese atípico director de cine, generador de un universo tan personal que haría falta un diccionario propio para desgranar cada detalle de sus películas, tiene una poco exitosa réplica en Twitter. En la biografía de esta cuenta se describe al director de la manera más sucinta posible que permiten los pocos caracteres disponibles:

“Hago películas donde la cámara no se mueve demasiado. A veces sale gente andando a cámara lenta con música de la invasión británica”.

Una generalización cómica que simplifica un par de aspectos sin dejar de hacer cierto honor a la verdad. La cámara no se mueve mucho, eso está claro, aunque es inevitable que vuelva a nuestro recuerdo alguna que otra secuencia (el rectilíneo viaje en el tren de la vida de The Darjeeling Limited o la disección del barco de The Life Aquatic) en la que el movimiento de la cámara que lleva a cabo Anderson, como trazado con escuadra y cartabón, es tan profundamente estético como esclarecedor.

El segundo aspecto también convendría matizarlo. No cabe duda de que en el momento en el que la frecuencia de fotogramas por segundo se ve alterada en una película de Wes Anderson, sabemos que vamos a presenciar uno de esos momentos estelares en su cine. La música juega en esas imágenes un papel fundamental, indivisible de la puesta en escena, pero aunque en el repertorio utilizado por el cineasta se reconocen temas icónicos de una década y un torbellino musical como pudo ser y fue la “british invasion”, aducir que en toda su filmografía solo se remite a su década predilecta sería un error.

Nos podríamos desplazar a su ópera prima, Bottle Rocket, para hallar uno de esos genuinos momentos (este sin slow motion) en los que Anderson ya dejaba entrever su fascinación por los sesenta y la voluntad por fusionar en perfecta simbiosis partituras con momentos. En uno de ellos Anthony (Luke Wilson) abandonaba a Dignan (Owen Wilson) en pleno desayuno para correr al primer encuentro sexual con su fugaz enamoramiento paraguayo, la lacónica Inés, acompañado de “Alone again or” de Love. El tema se incluye dentro de un fabuloso disco perpetrado por una inclasificable banda americana, temprana inspiración para The Doors dicen algunos, que se apartó voluntariamente de la vorágine comercial negándose a girar hasta mucho después de haber pasado por su mejor momento.

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Sin desplazarnos en el tiempo musicalmente hablando, pero aún centrados en esas escenas en slow motion tan características del cine de Anderson, podemos dar un salto hasta The Royal Tenembaums para comprobar como hay vida más allá de la nómina de grupos británicos que rodean el universo Wes Anderson. El reencuentro de Richie Tenembaum, el juguete roto del tenis profesional, con la inestable dramaturga de profesión que es su hermana adoptada, va más allá de la celebración del bizarro amor incestuoso gracias a los arpegios y la voz meliflua de la alemana Nico, frecuente colaboradora de The Velvet Underground. El término inmortalizado cobra aquí todo su sentido, ya que pareciese como si los personajes fuesen a quedar congelados en algún momento por voluntad del propio Richie.

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Si aún así queremos rememorar alguno de esos paseos ralentizados a ritmo británico no hay más que revisitar Rushmore. En la trifulca amorosa entre los personajes de Bill Murray y Jason Schwartzman suena una parte de la mini-ópera rock de The Who: “A quick one while he is away”.

Pero es imposible no declarar cierta predilección hacia la magnífica escena de Bill Murray en la piscina, esa que aglutina todo el imaginario del autor que la suscribe, en un retrato de la degradación moral de un personaje que tira pelotas de golf a una piscina mugrienta mientras su mujer flirtea con otro hombre la fiesta de cumpleaños de sus hijos gemelos. Y qué decir del mítico bañador Budweiser que luce con soltura en su elegante zambullida desde el trampolín. La música de The Kinks, con su melancólica “Nothing in this World” no podría encajar mejor con la disposición de la secuencia; otro hito en el cine de Wes Anderson.

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Tampoco se queda atrás, también en Rushmore (prolífica película en momentos legendarios), la forma de presentar al personaje de Schwartzman junto con su insana devoción por la majestuosa institución escolar a la que pertenece. Una mano invisible pasa las páginas del extenso anuario extraescolar de Max Fischer, al que le viene como anillo al dedo el sonido crudo y los riffs de “Making time”, el one hit wonder de  The Creation. Tan contundentes suenan sus acordes que el guitarrista de esta banda, con un llamativo parecido a Pete Townshend, solía ejecutarlos con un arco de violín.

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¿Y si Wes Anderson se sometiese a uno de esos insufribles cuestionarios que nos intentan acercar a la personalidad del entrevistado a través de preguntas de lo más generales e intrascendentes? ¿Y si en el transcurso de esa susodicha conversación se aludiese a sus gustos musicales? ¿Y si surgiese la típica pregunta que no deja elección entre dos opciones inamovibles? ¿Beatles o Rolling Stones? No sabemos con seguridad cuál sería su respuesta, o si saldría airado de la sala ante semejante banalización del universo musical propio de cada individuo. O quizás soltase sin pudor que los Rolling Stones. El montante de canciones de sus satánicas majestades que aparecen en su filmografía hace pensar que Mick Jagger quizás ocupe una poltrona en el olimpo personal de Anderson junto a su admirado Jack Costeau.

Ejemplos los hay por doquier, solo hay ponerse delante de algo que haya rodado Wes Anderson y esperar pacientemente hasta que alguno de esos legendarios riffs de guitarra aparezca ante nosotros. En Fantastic Mr. Fox, cuando la furia de los execrables granjeros se vuelca en forma de estampida de excavadoras para cazar al astuto zorro y a toda su prole, disfrutamos de Street Fighting Man. Los personajes de The Darjeeling Limited meditan sobre su progenitor desaparecido al ritmo de la balsámica Play with fire. Y así podríamos seguir, pero es mejor que cada uno descubra todos esos momentos durante su paseo por el cine del de Houston.

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Y en The Life Aquatic tampoco faltan los temas sesenteros, como no podía ser de otra forma (The Zombies, Joan Baez), aunque tiene lugar un salto hacia los setenta en sincero homenaje al hombre de las estrellas. Protagonizadas por el propio David Bowie, o en la transformación Bossa Nova de sus temas que lleva a cabo Seu Jorge (que también actúa en la película), Wes Anderson equipara la odisea espacial del Mayor Tom a la gesta naval de Steve Zissou y los suyos, ambos embarcados en un viaje hacia lo desconocido. Es esta selección de temas mucho más heterogénea navegando, y nunca mejor dicho, entre la new-wave de Devo y La niña de Puerta Oscura de Paco de Lucía.

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