El nombre

La cena de los idiotas

Con el referente demasiado cercano (y pesado) de Un Dios Salvaje (2011), en la que Polanski hacía formidablemente suya la obra de Yasmine Reza, se estrena El Nombre (Alexandre de La Patellière y Mathieu Delaporte, 2012), también consecuencia de una adaptación teatral, pero sus intenciones y resultado final apuntan menos alto, resultando más cercana en cierto sentido lúdico a la ya clásica comedia de Francis VeberLa cena de los idiotas (1997), sin tampoco alcanzar su brillantez en la construcción del gag. En esta ocasión la disputa no es por una pelea infantil, aunque en aquella se comportaran como padres, sino por una cena familiar que se convierte en una guerra contra la intimidad de todos y cada uno de los presentes, con consecuencias que ninguno de ellos se imagina. La decisión del nombre del futuro hijo de uno de ellos creará un revuelo que desemboca en una batalla dialéctica en la que afloran los trapos sucios de unos personajes quizás no tan bien perfilados como para desarrollar y convencer en su transformación, que no es tal, cayendo demasiado a menudo en la mera caricatura de sus roles.

Por suerte, el tráiler de El nombre no desvela la aparente clave de la película, ya implícita en el título, por lo que el espectador puede llegar a verla sin riesgo de conocer una información que, aunque le haría perder buena parte de su atractivo, descubriremos más adelante es tan solo la primera de las revelaciones, funcionando como detonante en el desarrollo de esta comedia de salón en la que, como era de esperar, las cosas no son lo que parecen.

Tampoco lo son al inicio del film. En su frenético arranque los directores intentan despojar equivocadamente el material del artefacto teatral, aplicando todos los vicios del cine francés reciente a la presentación de sus personajes. Un añadido para acercarnos a sus protagonistas sin conseguir aportar originalidad al relato y desentonando con el resto de la función, que alcanza sus mejores momentos en sus escenas más puramente teatrales. El constante intercambio de información en el juego entre espectador y personajes funciona perfectamente, pero la exageración desmesurada a la que llega en su tramo final, erróneamente acompañado de insertos visuales que nos sacan del salón, desperdicia la trabajada puesta en escena y el buen hacer de sus intérpretes a lo largo de una velada de la que la mejor conclusión a sacar son las risas a costa de los malos tragos que sufren sus personajes, de los que nos habría gustado no salieran indemnes.

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