Salvajes

Un Oliver Stone cualquiera

Cuando se hablaba de que Salvajes (2012) suponía el regreso de Oliver Stone no sabemos en que momento pudo parecer aquello una buena noticia. Ni tampoco cierto. Poco rastro hay del otrora cineasta genuino y transgresor de Platoon (1986), Asesinos Natos (1994) o Nixon (1995); de esa supuesta valentía ahora solo quedan documentales de Chávez o Fidel Castro cercanos al panfleto y declaraciones polémicas en ruedas de prensa. Su cine, de marcado contenido político, de pronto se ha vuelto conservador por no decir servilista. Con World Trade Center (2006) se cayeron definitivamente sus torres, y aunque en Salvajes tenga entre manos un material literario que le ofrece la oportunidad de volver por sus fueros, de dar un necesario Giro al infierno (1997), Stone coge la carretera directa y sin curvas a ninguna parte, a un final que son dos pero porque no podía ser ninguno.

Savages resulta de un trío amoroso envuelto en un juego criminal a tres bandas. De tres en tres se mueven amor, dinero y drogas, aquello por lo que parece funciona América, o esa la sensación a extraer de un argumento precipitado por la voz en off de Ofeila (Blake Lively), núcleo del triángulo con un trasfondo que toca la corrupción policial, el problema del narcotráfico tras la guerra de Irak y la cuestión fronteriza con México, pero del que sorprende la falta de análisis y reflexión crítica de Stone, que banaliza la realidad sin importarle sacar a relucir algún tipo de conclusión más allá del todo vale. Algo así como si se tratara de la antítesis descerebrada de Traffic (Steven Soderbergh, 2000).

Desde un inicio a lo snuff movie fuera de lugar, Stone abusa de la violencia gratuita y pretendidamente “salvaje” sin preocuparle lo que está filmando, desaprovechando un entramado tan dado a una perspectiva más exigente que el mero artificio narrativo, del que ni siquiera se atreve a cambiar los mecanismo de un género que pueden parecer tan eficaces como simples en el fondo. Sus personajes son estereotipos a su servicio: el Lado de Del Toro parece un versión mala de Machete sin ironía alguna; la Elena de Salma Hayek es una ridícula malvada de telenovela, involuntariamente cómica; el trío protagonista es un reflejo traumático de la generación de Sensación de Vivir; mientras el policia corrupto de turno es un Travolta sobreactuado hasta la extenuación. La dirección de actores resulta lo único salvaje del film, pero porque no hubo de ningún tipo, claro.

La involuntaria (e interminable) comedia en la que acaba convertida Salvajes se refrenda en su tramposo final, planificado como si de un western de Leone en 4×4 se tratara, al que nos hace asistir dos veces de manera innecesaria para contar lo mismo de nuevo, dando un giro de lo más pueril, una salida fácil para sus personajes y su cine, parodia de lo que podrían haber sido de no haber estado en manos de un cínico. Por si esto no fuera suficientemente cómico, cada vez que los compinches de Elena llamaban por Skype sonaba la sintonía de El Chavo del ocho. Seguramente Oliver Stone nos diría que fue sin querer queriendo, pero tomársela a broma es una sana obligación, como hacerlo de cada nueva obra de su director es ya una triste confirmación.

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