En campaña todo vale

Animales políticamente (in)correctos

Sonaba a broma que el director de Austin Powers (1997) y Los Padres de ella (2000) de pronto se convirtiera en un afilado cineasta de carácter político merced a dos premiadas películas para la HBO: Recount (2008), acerca del polémico recuento en Florida, y Game Change (2012), que retrata la irrupción de Sarah Palin como candidata a la vicepresidencia americana. Precisamente esta última, ya fuera por el chanante maquillaje de una Julianne Moore que en lugar de Palin más bien parecía Tina Fey, o por la inevitable burla que se hacía de su persona, podía interpretarse como una retorcida caricatura más que como un sobrio retrato político. Quizás por ello, algunos esperábamos En campaña todo vale (2012) como la aparente comedia que en el fondo reflejara con crudeza las oscuridades de las elecciones americanas, un ejercicio cercano al que a su manera hicieron Adam McKay y el propio Ferrell señalando algunos culpables de esta crisis en la más que reivindicable Los Otros Dos (2010). Para nuestra desgracia, Jay Roach no se muestra tan capacitado alternando los innumerables y brillantes gags con un contexto acorde a nuestra realidad, dejándose llevar por el descontrol de estos, convirtiendo el punto de partida en un constante ir y venir de salidas de tono hasta hacerle perder por completo su sentido. Si es que tuviera que tenerlo, claro.

La traducción española del título original (The Campaign) curiosamente resume los desaciertos del film. No todo lo hace. Si En campaña todo vale fuera menos explícita y tuviera un final consecuente sería una sátira política de primer nivel. El material se acerca a ello, en especial gracias a la conseguida pantomima de la campaña electoral y su disparatada parafernalia; repleta de carteles, videos promocionales, eslóganes, discursos y debates sin sentido, pero es a la hora de modelar a sus dos protagonistas y el entorno político que los rodea cuando falla al precipitarse en su definición. Cam Brady (Will Ferrell) es un mujeriego sin neuronas, descerebrado e infantil, un personaje hecho a su medida, mientras Huggins (Galifianakis dando una lección de control actoral) resulta un amanerado padre de familia que desconoce es un títere de una multinacional que pretende aprobar un explotador sistema laboral chino en el estado. Este enfrentamiento funciona perfectamente a nivel cómico por la disparidad de sus roles, pero no lo hace a otra escala representativa de la carrera política, ya que ambos ejercen dos caracteres tan extremos que su anclaje a la realidad -y por consecuencia, su carga crítica- se desdibuja a cada paso (o puñetazo) que dan.

Con el recuerdo de Entre pillos anda el juego (John Landis, 1983) -la presencia de Dan Akroyd da para ello- y Su distinguida señoría (Jonathan Lynn, 1992) como pretéritos referentes, Will Ferrell y Galifianakis actualizan sus registros a un nivel cada vez más libre y destructivo (recuerden al bebé y la aparición de Uggie, el perro de The Artist), continuando la estela marcada por El Reportero (Adam Mckay, 2004), pero en el fondo son presas de una fábula moralizadora de cierta comedia que desafortunadamente sigue estando vigente. La parodia de la política americana (en este caso las elecciones al congreso) funciona solo en pequeñas dosis, más como excusa para dar rienda suelta a la comicidad de sus protagonistas que como reflexión mordaz en torno a esta. Una oportunidad perdida, pues en demasiadas ocasiones el mal gusto radica por encima de la habilidad para la sátira. Tampoco su complaciente resolución se encuentra a la altura de la propuesta. En su corrección por juzgar y señalar el mal que ejercen las empresas que nos gobiernan, da una imagen irreal de estas corporaciones y de la política en general, cuando en la actualidad sabemos por experiencia que las cosas no son así de sencillas. Hacer reír menos aún, por ello adoramos a nuestros dos candidatos aunque el sistema siga corrupto por dentro.

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