Keyhole

El hombre atrapado

Como si la M del vampiro de Düsseldorf realmente se refiriera a la de Guy Maddin, salvo que el vampiro resulta ser un insondable cineasta de Winnipeg, Canadá. Una conclusión similar se siente al ver Keyhole (2011), experimental obra onírica en la línea de la filmografía de su director, todo un adelantado a estos tiempos de homenajes y reformulaciones del cine clásico que trasciende mucho más allá de la imitación de un género en blanco y negro, lo vampiriza y transforma en una pesadilla surrealista perdida entre los sueños y la realidad de un fantasma, si es que tuviera.

Lo que empieza como un relato habitual del cine negro, con unos matones encerrados en una casa rodeada de policías, deriva en un expresionista juego de sombras por el que parece allí habitaran los espíritus de Buñuel y Fritz Lang jugando a las cartas. Y estas están marcadas. Inspirada por La Odisea de Homero, el regreso a su hogar de un gangster (Jason Patric) lo es realmente a lo que hay detrás del agujero de cada cerradura, de las puertas de su pasado y de una memoria que no quería abrir. Las apariciones espectrales de un anciano (que abre el telón) y de la mujer del gangster -encarnada en cuerpo, alma y celuloide por Isabella Rosellini-, se suceden junto a las revelaciones familiares, haciendo temblar la linealidad de la narración hasta perder toda noción de forma, tiempo y lugar. La imposible fotografía de Benjamin Kasulke, unida a la capacidad de Maddin para crear en el montaje secuencias de gran poder de fascinación, hacen el resto. El barco fantasma ha zarpado, deja de mirar por la cerradura, ya estás siendo observado.

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