SEFF’12: Inauguración (Parte 2)

El sábado fue día de grandes presentaciones en el Teatro Lope de Vega, con la sala a rebosar y largas filas bajo la lluvia. El ecléctico público que siempre ha reunido el Festival (mezcladillo de público local, cinéfilo y extranjero, sobre todo estudiantes) se dio cita para presenciar primero la introducción de Great Expectations por el propio Mike Newell (Four Weddings and a FuneralDonnie Brasco) y después se introdujo en la propuesta de fantasía surrealista del enfant terrible Leos Carax, Holy Motors. Dos películas muy diferentes de la sección Special Screenings, que tiene en su programación las películas europeas imprescindibles del año.

El camaleónico realizador británico, con su inglés perfecto, presentó su nueva película con ilusión: era la segunda proyección con público, y la platea estaba llena de gente joven, a los que, según él, está dirigida su nueva adaptación del clásico de Charles Dickens. Citando sus palabras, este es un relato sobre jóvenes trágicamente afectados por las falsas promesas de un contexto decadente y en crisis. Así defendía Newell la vigencia de su nueva obra, una película que, espera, no resulte un aburrido cuento de época, sino más bien una fresca historia sobre la juventud víctima de sus circunstancias, y también un entretenido melodrama con tintes de thriller y una bella historia de amor.

Con las luces apagadas, y el director fuera del teatro porque “ya se sabe la historia”, el público se enfrentó a lo que, realmente, era un relato entretenido pero mucho menos fresco de lo que el director deseaba. La historia, ya conocida, ofrecía poco más que una disfrutable puesta en escena y las acostumbradas impecables factura técnica y ambientación de las películas producidas por la BBC.

Entre el elenco, todos cumplen, destacando la diva burtoniana Helena Bonham Carter, con un papel perfecto para sus dotes histriónicas, aunque nadie sorprende. Se echaría en falta algún conflicto más interesante, algo más de suciedad y valor si no fuera porque Newell ni siquiera se lo propuso durante la producción de una película para el gran público y sin más pretensiones que la de homenajear al gran escritor inglés en su 200 Aniversario.

Muy diferente era la segunda cita de la noche, presentada por el Canal Arte, emisora de televisión franco-alemana dedicada a productos de calidad artística y cultural, que reivindicó el papel de las televisiones públicas a la hora de apoyar proyectos independientes como es la cinta de Leos Carax que nos ocupa. No asistió él pero se ocupó de introducir el filme Rubén Lardín, crítico de cine y co-responsable de la selección de Sitges, festival en cuya última edición Holy Motors ha salido muy bien parada (Mejor película fantástica, Mejor dirección, Premio José Luis Guarner de la crítica, y Premio del Jurado). Con esos precedentes (también algunos abucheos en su proyección en Cannes), Lardín avisaba de que íbamos a disfrutar de una película radical, valiente, propia de Carax pero con una gran deuda a la historia del cine francés.

Resulta difícil explicar qué cuenta Holy Motors, no solo porque tiene gran parte de surrealismo y abstracción (esa abstracción que nos rodea día a día, lo virtual, en uno de los inolvidables fragmentos, un baile erótico, neo-tántrico, insensibilizado, de látex), sino porque más allá de su base metafílmica, se encuentra una excusa argumental que es mejor no avanzar al espectador virgen (esta vez, el macguffin no aparece hasta bien introducido el relato, si es que hay alguno, en otra vuelta de tuerca narrativa de Carax).

Holy Motors es, sobre todo, un canto al cine, a todos los cines: el de acción, el drama, el documental, el musical, el thriller, todos. El director francés lleva al espectador de la mano (a través de un Denis Lavant todoterreno, imparable) por una decena de viajes diferentes, incursiones en mundos paralelos que requieren tonos y escenografías diferentes. A veces presenciamos un espectáculo surrealista, u onírico, como el prólogo, un sueño protagonizado por el propio Leos Carax, al estilo lynchiano, que nos enfrenta como espectadores a un reflejo de nosotros mismos, para presenciar cómo el director introduce su propio imaginario entre nosotros. También hay cabida para la realidad, como ese primer fragmento que nos pone en la piel de una vieja mendiga.

Carax pretende en este ejercicio metafílmico la nueva experiencia interactiva, el cine de inmersión sin gafas de colores, la atracción a través de la imaginación y el talento. Pocas veces una película tan dispersa, sin centro aparente, ha podido mantener al público tan despierto, embobado. Nosotros somos Lavant, y le acompañamos en su limusina (la otra gran limusina cinematográfica del año), a través de todos los géneros y con grandes estrellas como Edith Scob, Eva Mendes y Kylie Minogue. El francés consigue ponernos, motores sagrados según sus palabras, en funcionamiento, dentro de la sala de cine.

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