SEFF’12: Inauguración (Parte 1)

El fin de semana de inauguración del Festival de Cine Europeo ha traído a Sevilla algo más que lluvia y mal tiempo: mucha prensa, centrada en el mediático elenco de la película inaugural, Fin, los primeros filmes de la Sección Oficial y las nominaciones a los premios de la Academia de Cine Europeo (European Film Academy), con Amour (Michael Haneke), Cesare deve morire (Paolo y Vittorio Taviani), Intouchables (Olivier Nakache y Eric Toledano) y Jagten (Thomas Vinterberg) como preferidas. Como de costumbre, mucho ruido y pocas nueces: el verdadero cine está en las salas, escondido entre las diferentes secciones, en las más de 150 películas programadas.

Aún así, el hotel NH Plaza de Armas se llenaba el viernes de medios nacionales y televisiones para atender el debut en largo de Jorge Torregrossa (Verano o Los defectos de Andrés), Fin, primera película de la Sección Oficial proyectada. En sus filas cuenta con dos afamadas actrices, cada una por diferentes razones, como son Maribel Verdú y Clara Lago, y al deseado modelo Andrés Velencoso, que, aprovechando el viaje, presentó la Gala Inaugural del festival.

En ellos estaban puestos todos los objetivos, mientras, por la mañana, la prensa se encontraba con una película mediocre, producto televisivo para el gran público. Aún con un trailer que insinuaba un interesante thriller post-apocalíptico, el metraje revela un drama mal escrito, con un elenco muy mal dirigido, muy al estilo de las series prefabricadas para Antena 3, una de las productoras responsables.

Obviando la calidad técnica, única asignatura aprobada por los productos de este nivel, que se propusieron (y consiguieron) copiar ese estilo limpio, aséptico, sin personalidad, vacío de las grandes producciones globales (precisamente una cualidad que va contra esa reivindicación del festival de un cine intertextual pero propio), todo en Fin resultará olvidable incluso para las audiencias menos exigentes a las que, en realidad, está inteligentemente dirigida. A los acostumbrados televidentes de Física o Química, El Internado y la más cercana El Barco no les chirriarán los diálogos forzados, imposibles, los primeros planos sobreinterpretados y los giros de guión más risibles. Siempre y cuando sean recompensados con la escena gratuita en la que Velencoso y el otro actor guapo de turno se bañan en ropa interior en el lago.

Auguro una buena taquilla para Fin, aunque, esperemos, no olerá ningún premio del SEFF’12.

En la Sección Europa Junior, dirigida al público infantil y juvenil, hemos podido ver Little Glory, producción belga rodada en EEUU por Vincent Lanoo (J’adore le cinéma). Cuenta la historia de un joven de 19 años que, tras quedarse huérfano, debe demostrar que es capaz de cuidar de su hermana pequeña. Entra dentro del grupo de pequeñas películas indie que tratan con cariño a sus personajes, mientras intentan con todos sus medios hacer un relato honesto. Tiene pocas posibilidades de encontrar distribución en España, al menos en las salas, y quizá solo atraiga a algunos fans de la saga Crepúsculo por su protagonista, Cameron Bright.

Sin embargo, Little Glory es notable en su retrato de esa generación perdida actual y de la ausencia parental, un paso más allá de las familias disfuncionales: la tutoría inexistente, el joven salvaje, sin supervisión ni guía (el padre de los protagonistas, antes de morir, es alcohólico y negligente). Está en sintonía con productos británicos como las series MisfitsSkins (con la que comparte intérprete, Hannah Murray), aunque con aspiraciones más dramáticas y una mucho menor cantidad de humor negro.

La segunda película de la Sección Oficial es Reality, gran premio del Jurado en Cannes para Matteo Garrone, que repite tras Gomorra. Con muchas más posibilidades que Fin, la italiana cuenta la historia de un padre de familia de clase baja que se obsesiona con la idea de entrar en Gran Hermano.

Garrone introduce en el costumbrismo de la gran familia de Nápoles la decadencia del formato televisivo y la fama de sus concursantes, y contrapone la vida honesta y humilde de un hombre que se gana la vida con una pescadería y algunos trapicheos con mayor o menor malicia con el sueño de convertirse en alguien venerado por todos sin razón alguna. El deseo de ser famoso, porque en nuestra sociedad la fama es un valor por sí misma, es observado por el director y desnudado para descubrir que detrás de esa meta (la única que ha tenido en su vida el protagonista, un gran Aniello Arena) solo hay un vacío enfermizo, dañino, vicioso. Una tragicomedia costumbrista digna de sus predecesores nacionales cuya única pega es la de ir volviéndose redundante y previsible conforme avanza el metraje.

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