El hobbit: un viaje inesperado

Decantémonos por grandioso

Desconozco si es de conocimiento público el que Tolkien, cuando terminó de escribir su obra más laureada, El señor de los anillos, reescribió ciertas partes de El hobbit, que puede a la vez presumir de ser su libro más querido, catalogado como la mejor y más original novela fantástica nunca escrita. En el texto original era el propio Gollum quien ofrecía el anillo a Bilbo como recompensa si lograba ganarle en el juego de los acertijos, algo que resulta impensable vista la obra en su conjunto. Tolkien, probablemente para equilibrar  el tono entre ambas, no se limitó a este pasaje del libro, sino que siguió retocando aquí y allá durante años. Cambios que sin embargo no vieron nunca la luz, pues hubo quienes espetaron al profesor que aquello había dejado de ser El hobbit para convertirse en otra cosa.

La solución a la que llegó Tolkien fue escribir una serie de apéndices que ampliaran la historia contada en esta primera novela, e incluirlos al final de El retorno del rey. Así, la narración se veía enriquecida, conocíamos de los asuntos de Gandalf cuando desaparecía en la novela y del linaje e historia del pueblo enano, fundamental para comprender el porqué de la cruzada por recuperar Erebor, el reino perdido bajo la montaña.

En los mismos términos podríamos definir a la ahora trilogía de El hobbit, de nuevo perpetrada por Peter Jackson, de la que su primera parte funciona como primer acto… y algo más. Todo aquello que Tolkien incluyó en los apéndices, y que ocurría en el mismo marco temporal que las aventuras de Bilbo Bolsón y los trece enanos, Jackson lo pone aquí de relieve. No sólo eso, sino que lo trae a la palestra, permitiéndose dejar de lado durante una cantidad de tiempo considerable al protagonista de la historia, al pequeño hobbit que da título a la película. Es una maniobra que sabe se puede permitir, al público ya lo ganó (y de qué manera) hace diez años. No es que el espectador no versado no vaya a disfrutarla, pero sí que, más incluso que en aquella ocasión, El hobbit es una película pensada para los entusiastas de este mundo, aquellos que aceptaron sin pestañear que una película (milagro de las ediciones extendidas) durase cuatro horas.

En el apartado actoral, Martin Freeman está impecable como Bilbo Bolsón, interpretado por Ian Holm en la trilogía de los anillos, que sirve aquí de telonero a la cinta en forma de exquisito cameo. Freeman demuestra estar de sobra capacitado para llevar el peso de la película, componiendo un tipo de hobbit que no termina de asemejarse a ninguno de los que ya conociésemos y siendo a la vez una extraña mezcolanza de todos ellos. La cinta no falla a la hora de caracterizar a los trece enanos, sí quizás al no dotarles de una personalidad reconocible, excepto en algunos casos, comprensible por otra parte dadas las circunstancias. Richard Armitage hace de su Thorin Escudo de Roble un personaje casi shakesperiano, del que esperamos su evolución en las siguientes películas con gran interés. E Ian McKellen sigue empeñado en demostrar que su Gandalf el Gris es sumamente más interesante cuando falla, cuando tiene miedo, ejemplificado en una extraordinaria conversación entre él y la elfa Galadriel (Cate Blanchett) que pone de relieve que la fantasía gana enteros cuando nos creemos a los personajes.

El principal obstáculo que debía sortear esta primera parte era dejarnos con la sensación de que habíamos avanzado en la historia cuando llegasen los títulos de crédito, empresa que puede tornarse delicada cuando tan sólo se abarcan los primeros seis capítulos del libro. Habría que agradecer aquí a los guionistas, presiento que en especial a Philippa Boyens, tercera rueda del equipo formado por Jackson y Fran Walsh, su esposa. A ella le debemos el magnífico intercambio final entre Frodo y Aragorn en La comunidad del anillo (2001), ausente en los libros, pero que demostró que una adaptación debe en algunas ocasiones labrarse su propio camino al margen del material de partida. Pondría la mano en el fuego porque el monólogo de Bilbo en el desenlace de ésta ha salido de su pluma.

Como hiciera con El señor de los anillos, Jackson filma con vista de pájaro, se recrea (y a veces se pierde) en los espacios grandes y encuentra la maestría en los pequeños (la secuencia de acertijos en la oscuridad sobresale como perfecto ejemplo de ello). Libre de la opresiva carga dramática de su obra madre redefine el concepto de aventura como espectáculo libre de todo prejuicio, con el matiz pueril que ya encontrásemos en el libro, sin sacrificar la épica que debe pertenecer a la Tierra Media e incidiendo en el carácter de historia de aprendizaje y descubrimiento. Todo ello personificado en el semblante de Bilbo Bolsón, el hobbit que se pregunta por el sentido de su inclusión en esta aventura, convirtiéndola así en el prototipo de las llamadas coming-of-age movies más, decantémonos por grandioso mejor que aparatoso, jamás filmado.

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