Zero Dark Thirty (La noche más oscura)

Crónica de lo increíble

Durante varias escenas de Mátalos Suavemente (Killing Them Softly, Andrew Dominik, 2012) la presencia en televisión de los presidentes Obama y Bush forma parte del relato, sus palabras sobre la crisis económica se integran en la narración y prolongan el discurso del film, no dejan de ser coprotagonistas con los que interactúa una trama de corrupción a pequeña (gran) escala como reflejo de las enormes a la que estamos y seguiremos estando sometidos. Del mismo modo, en una secuencia concreta mediada La noche más oscura (Zero Dark Thirty, Kathryn Bigelow, 2012), vemos al recién elegido Obama proclamar que pondrá fin a las torturas a prisioneros, unas torturas de las que ya habíamos sido partícipes a lo largo del film y que a partir de entonces dejaremos de presenciar con esa intensidad, no diremos que dejen de existir. La acción/reacción de la intervención política en la realidad es locuaz en el contexto de la ficción, especialmente en una, esta última, que aparenta no serlo, contando lo que el presidente y su cúpula vieron en aquella reunión fotografiada.

Por el contrario de lo que hacen pensar las diversas polémicas que ha suscitado Zero Dark Thirty, el trabajo de Bigelow tras las cámaras no puede resultar más aséptico y frío. La crónica casi periodística de los largos años de guerra invisible de la CIA contra el terrorismo, retratados evitando posicionarse ideológica ni moralmente, en los que junto a una de sus agentes, intachable Jessica Chastain, recorremos una década a la caza de un fantasma. Resumen esta intención las imágenes del cuerpo inerte de Bin Laden, al que nunca vemos el rostro -ni con vida-, quedando tan solo una sombra después de tanta búsqueda. Si la realidad nos privó de su captura, de forma consecuente la ficción tampoco nos dejará afirmarla.

Parece precisamente el hecho de llevar la narración hacia un calculado término medio lo que provoca tanto debate, como igualmente convierte la película en un minucioso trabajo de investigación sólo apasionante llegado su tramo final, cuando muestra en tiempo real y con asombro la actuación de las fuerzas especiales SEAL en su captura. Por tanto, que cuestiones sobre la crueldad de las torturas a los presos o el propio hecho de filmar el asesinato de Bin Laden dividan, por un lado a los que la consideran un ataque a la moralidad justificarlos, como a los que otorgan la existencia de un obvio mensaje propagandístico al film, quizás nos pueda hacer pensar en una cineasta que duda y pone en aparente cuestión la realidad, filmando (que no aprobando) la tortura como parte intrínseca de la historia que nos han contado y/o podemos contar, no dejando caer el resultado final en una apología de la violencia contra los presos, ni tampoco remarcando el heroísmo de las acciones militares, del mismo modo que nosotros nunca comprobaremos si aquel era el cuerpo de Bin Laden. Y al moverse en esa fina línea cobra razón de ser una ambigua película que, no olvidemos, vio trastocada su producción tras la información oficial de su muerte, obligando a la ficción a dar un inesperado descanso a una realidad que no lo tenía, y que como su propio último plano indica, pese a todo sigue sin tener.

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