The Girl

El enemigo de las rubias

Elegida recientemente por la prestigiosa revista británica Sight & Sound como la mejor película de todos los tiempos -por delante de Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941), que llevaba 50 años de incontestable reinado-, Vértigo (De entre los muertos) (Vertigo, 1958) no sólo conforma una de las obras maestras absolutas de Sir Alfred Joseph Hitchcock, sino, además, una poderosa y bellísima alegoría sobre la existencia, cinematográfica y afectiva, del afamado director. Incapaz de retener por más tiempo a la que fuera su musa en Crimen Perfecto (Dial M for Murder, 1954), La ventana indiscreta (Rear Window, 1954) y Atrapa a un ladrón (To Catch a Thief, 1955), Hitch (como le gustaba que le llamasen) pasó el resto de sus días buscando reemplazos que moldear en torno a esa figura -en un desesperado y vertiginoso intento de recuperar lo que había perdido- que desbordasen las pantallas, Technicolor mediante, con sus doradas cabelleras, con el problema de que ninguna llegaría nunca a parecerse a ella, la radiante Grace Kelly.

El fascinante libro de lectura y de consulta que es El cine según Hitchcock, recopilatorio de más de 50 horas de conversaciones entre el director británico y François Truffaut, no sólo hizo que se reconociese el genio del primero, considerado hasta entonces un director poco menos que mediocre, sino que puso de relieve la enfermiza obsesión del de Leytonstone por intentar recrear en todas sus películas posteriores a su etapa con Grace Kelly la imagen de esta, toda una tragedia que encontró su punto cumbre con la extrapolación de esta obstinación a la ficción de una pantalla de cine con la historia y el personaje de Kim Novak en la ya citada Vértigo.

Fue algunos años después en un anuncio de bebida dietética que Hitchcock descubrió un rostro que habría de convertirse, durante el transcurso de dos largometrajes, en la enésima rubia que poblase sus sueños y a la que adentrar en sus pesadillas: Tippi Hedren, modelo sin experiencia en cine, a la que garantizó tras las pruebas de cámara un contrato con extensión de siete años. El tormento por el que Hitchcock hizo pasar a su recién descubierta estrella durante el infernal rodaje de Los pájaros (The Birds, 1963) y de Marnie, la ladrona (Marnie, 1964), inmediatamente posterior, acabó poniendo fin a la colaboración entre ambos.

Todo esto lo cuenta ahora la última película para televisión de la BBC y la HBO, The Girl. La chica, claro, es Tippi Hedren, interpretada con solvencia por Sienna Miller, una actriz más interesante de lo que pueda parecer a primera vista. Al genio le pone cara Toby Jones, destinado a acometer roles biográficos que coinciden siempre en el tiempo con otras versiones de los mismos. Le sucedió dando vida a Truman Capote en Historia de un crimen (Infamous, 2006), con una interpretación que quedó eclipsada por la de Philipp Seymour Hoffman en Truman Capote (Capote, 2005). Ahora le ha tocado compartir plana con Anthony Hopkins, protagonista de la película de Hitchcock de este año que sí se estrenará en salas, de mismo nombre que el director. Quien escribe esta crítica no ha visto la referida cinta, por lo que cualquier tipo de comparación quedará reservada para el espectador que haya podido disfrutar de las dos. En cuanto a la interpretación del señor Jones, y entendiendo que quizás se tome alguna licencia para oscurecer el carácter del hombre al que representa, es una correcta, sin caer en lo forzado, y más interesante siempre cuando muestra a su personaje como cineasta obsesivo que como obseso cineasta.

El entendido en la figura de Alfred Hitchcock y su obra conocerá de sobra lo referido al rodaje de la escena en el interior del cuarto en Los pájaros. El británico decidió que no podía trabajar con aves mecánicas, pues se rompería el engaño al querer filmar con planos tan cerrados, y rodó a su actriz durante una semana en una habitación con adiestradores de pájaros cuya tarea era lanzarle constantemente estas bestias aladas al cuerpo y cara. Verlo en la película original es realmente terrorífico, pero contemplar ahora a Sienna Miller antes y después de dicha escena, recibiendo heridas en el rostro ante la inmutable mirada de Jones, acrecenta si cabe esa sensación de horror. No por nada calificó el propio Hitchcock este filme como el más terrorífico de su extensa filmografía.

The Girl es una película notable y satisfactoria, en tanto que no se conforma con funcionar como un mero tras las cámaras sino que es capaz de articular una historia en torno a ello. Su principal defecto es llevar las maneras extremas de Hitchcock al terreno del acoso sexual, resultando en un par de turbadoras escenas que tiran la sutileza hasta entonces imperante y juegan peligrosamente con la imagen de una persona sin conocer la verdad de esos hechos. Aun así, y obviando este segmento, el duelo que se establece entre los dos protagonistas del filme ya vale el visionado. Evocar el primer plano de la extraordinaria Marnie en el último de esta, coronado por dos miradas que ya no se van a volver a encontrar, lo paga con creces.

The Girl no es la primera vez que vemos a Hitchcock en pantalla. El británico lleva desde casi sus comienzos haciendo apariciones de gala en sus obras. Somos muchos los que cada vez que vemos una de sus películas permanecemos atentos hasta reconocerle en su característico cameo. Delante de la cámara no suele ser sino un viandante que (siempre) pasaba por allí. Detrás de ella, donde radica su genialidad, le entendemos como maestro pero también como figura trágica empeñada en reconstruir, cual Doctor Frankenstein y cueste lo que cueste, esa ensoñación áurea que le perseguirá toda la vida. Precisamente, coincidiendo con el pase de The Girl en la televisión inglesa, The Daily Telegraph publicó un artículo que recogía varios testimonios de las rubias de Hitchcock, extraídos de un libro sobre el maestro del suspense, alabando todas su talento y dedicándole cándidas palabras. Es por ello, y porque nosotros también le adoramos y reverenciamos, que duele ahora verle convertido en improbable protagonista de una de sus primeras películas, de título tan poético y concordante como El enemigo de las rubias.

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