Los amantes pasajeros

La comedia pasajera

En Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) el abigarrado grupo reunido en el ático de Pepa (Carmen Maura) cae víctima de un gazpacho dopado con somníferos creando la situación perfecta para desatar el posterior clímax de la mejor comedia que tiene Pedro Almodóvar. Consciente de la eficacia del recurso o, más bien, como homenaje reciclado, el hilarante trío de azafatos de Los amantes pasajeros (2013) adultera el Agua de Valencia con mezcalinas para sobrellevar el insostenible clima que se respira entre los ocupantes del vuelo de la compañía Península a México DF.

La sucesión de referencias y guiños a sus películas, lejos de ser síntoma de cansancio o pereza, alimenta el mundo de Almodóvar que a fuerza de crecer se ha convertido en un universo reconocible y admirable. Muestra de que el director manchego sigue en forma es que ha parido un grupo de azafatos que perdurará en la memoria colectiva como uno de los tríos más divertidos y geniales de la comedia española. Javier Cámara, Raúl Arévalo y Carlos Areces tienen la culpa de ello por hacer crecer sus personajes hasta el límite de apropiarse de la película. Son los anfitriones, el personal de vuelo encargado de hacer llevadero el viaje de una clase business entre la que se encuentran un famoso actor, una celebritie del corazón, un sicario mexicano, un alto directivo de una caja de ahorros, una pareja de recién casados y una vidente virgen que a lo largo del metraje confirmará lo primero y perderá lo segundo. Willy Toledo, Cecilia Roth, Miguel Ángel Silvestre y Lola Dueñas entre otros son quienes dan vida a esta heterogénea tripulación sin olvidar a los pilotos que completan el reparto: Hugo Silva y Antonio de la Torre.

Lo coral de la comedia funciona con relativa continuidad, si bien elevan el listón los citados azafatos, ciertas historias resultan más vagas o incluso prescindibles. Con todo, el personaje vidente de Lola Dueñas es tan excéntrico y entrañable que merecería un spin-off en algún universo paralelo. Al igual que en las últimas películas del manchego el sofocante drama era oxigenado con bocanadas de humor; el director y guionista decide en esta ocasión abrir un paréntesis dramático para salir del torbellino cómico del avión. Es el personaje interpretado por Willy Toledo, un actor mujeriego y escurridizo, quien brinda su historia para bajar de las nubes a Madrid y en las inmediaciones del viaducto de Segovia desarrollar una microhistoria de maletas por recoger, terceras personas, amores suicidas y porteras de lengua larga.

Lo cierto es que la película funciona mejor cuando se centra en el avión, desde el decisivo gag inicial –protagonizado por Antonio Banderas y Penélope Cruz–, la mayor parte de la película transcurre en el interior de la nave, con sus personajes. Y con escenas memorables como la coreografía –a cámara– de I’m so excited interpretada por el personal de vuelo. La paleta de colores vivos y la deliberada estética pop que tiene el film responden por un lado a la marca del autor y por otro a una decisión de huir del realismo ante un producto concebido sin otra pretensión que la de divertir. Aún así, aunque la estética, los personajes y las situaciones recuerden a otras etapas Los amantes pasajeros lejos de ser una película trasnochada es hija de su tiempo e incluso sirve de metáfora en muchos sentidos. Mientras la clase turista está aletargada y drogada ajena a los tejemanejes de la clase business, en esta se concentran diversos estereotipos representando los que habitan en nuestra crisis. No diremos que funciona como un guión azconiano que ofrecerá en un futuro las claves de un momento histórico concreto, pero no anda tan lejos. El avión debido a unos problemas con el tren de aterrizaje, lleva tiempo sobrevolando Toledo en círculos y ante la imposibilidad de tomar tierra en Barajas se verá abocado a intentarlo en uno de nuestros múltiples aeropuertos fantasmas, en la ficción el de La Mancha, en la realidad… también.

Los amantes pasajeros será tomada como un título menor dentro de la filmografía de Pedro, por un lado por esa odiosa manía que tenemos de desmerecer a la comedia como género y, por otro lado, por suponer que Almodóvar ya había superado aquello de las comedias absurdas. Sea este un ejercicio de regreso a los orígenes, de paréntesis creativo o de nueva etapa fílmica, lo cierto es que nos enfrentamos a una comedia y nada más. Con sus luces y sus sombras, sus fans y sus detractores, el director ha vuelto con una comedia notable que es puro Almodóvar, con todo lo que eso conlleva. Una película que seguramente envejecerá bien pese a no ser redonda en absoluto, que debería ser tomada en serio, todo lo serio que podemos tomar una comedia de Almodóvar.

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