Pedro Almodóvar: Filmografía

La aproximación a un director como Pedro Almodóvar, con más de treinta años de carrera y diecinueve películas, puede resultar complicada por la magnitud de su obra. Quizá dicho acercamiento puede ser tratado por etapas: cine experimental, comedias de los ochenta, influencia de los maestros, etapa autobiográfica, cine noir… En Revista Magnolia hemos creído más conveniente quedarnos con diez, las más representativas. Desde su debut con Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón hasta el melodrama noir de Los abrazos rotos, pasando por Mujeres al borde de un ataque de nervios o Todo sobre mi madre. Películas diferentes con puntos en común que en suma componen el retrato del cineasta contemporáneo más importante de España: un guionista transgresor y controvertido y un director con una capacidad visual impresionante. Película a película animamos al lector a acercarse sin prejuicios a la carrera de un autor sorprendente y libérrimo.

El borrador punk

Escrito por Gonzalo Ballesteros

Aunque en 1978 grabó en Super8 el film Folle… folle… fólleme Tim -que nunca se llegó a estrenar- Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980) es considerado el primer largometraje de Pedro Almodóvar. Con una evidente falta de medios, la cinta es un retrato transgresor y fresco de la sociedad española de los ochenta y del inicio de la movida madrileña, una obra de culto. Almodóvar consigue captar un mundo lleno de personajes irreverentes y de humor mordaz, todo es válido para rebelarse contra lo establecido y los tres personajes principales saben representar la juventud, las ansias de libertad y, por que no, la sordidez de un tiempo de rebeldía social y sexual. Las “Erecciones Generales” que presenta el manchego en un cameo, el tema “Murciana marrana” de Alaska o la lluvia dorada sobre el ama de casa reprimida, quedan en la memoria colectiva como tres grandes momentos de un ejercicio imperfecto pero ácido que narrado a vuela pluma es la presentación en sociedad de un director aún por descubrir.

Adiós a la españolada

Escrito por Antonio M. Arenas

Más allá del evidente perfeccionamiento estilístico o de la implantación del melodrama como manera de ser de su cine, hay una diferencia esencial entre los primeros films de Pedro Almodóvar y su más reciente filmografía. Del contacto directo con la realidad en una época de la que fue, de fiesta en fiesta, uno de sus máximos exponentes (Pepi, Luci, Bom y McNamara serán siempre nombres ligados a la movida madrileña), ha pasado a encerrarse en vida como en los argumentos de sus películas: Directores que se esconden, padres que secuestran, vidas en coma o madres que huyen. Tan simbólico resulta el encierro que el avión destino a México de Los Amantes Pasajeros (2013) sufre una avería, vuela en círculos sobre Toledo y acaba aterrizando en el aeropuerto de La Mancha.

En ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984) Almodóvar habla de lo real a través de lo surreal y viceversa. De esta España nuestra, la que fue, siempre será y la que nos gustaría fuera. Con ecos que van de Fellini a John Waters o Fassbinder para acabar siendo él mismo, por encima de todo resuena un cine de barrio, costumbrista, en el que por medio del humor retrata la cruda vida de una ama de casa de la época, la marginalidad urbana, el choque de generaciones y paradigmas (la relación entre la abuela, siempre genial Chus Lampreave, y su nieto es entrañable) o el cambio traumático de lo rural a la ciudad. Un proceso que a fin de cuentas, y con otros nombres, experimentaba nuestra democracia y forma de vida tras la dictadura.

Casualidad o no, en una de las secuencias de cine dentro de cine tan del gusto del manchego, vemos en televisión al propio Almodóvar interpretar La Bien Pagá, cuyos primeros acordes a la postre se convirtieron en sintonía del mítico programa Cine de Barrio, por ende, del recuerdo de un tipo de cine español en nuestro imaginario colectivo. Con el giro que da a su vida esa madre interpretada por Carmen Maura, se cierra una puerta al pasado, nace otro cine, hecho del dolor y el esperpento, en el que la mujer mira al futuro desde el centro la escena. Un dolor al que el desaparecido Bernardo Bonezzi no le pudo poner mejor banda sonora. Por ello esta película es una de las cumbres de su filmografía, adelantaba todo en lo que se convertiría (y defendería) su cine, aunando con genio y maestría lo que probablemente ya nunca pueda volver a ser.

Nota al pie: Normal que los niños tengan miedo a los dentistas. Yo también lo tendría después de ver a Steve Martin en La pequeña tienda de los horrores (Frank Oz, 1986) y a Javier Gurruchaga haciendo carantoñas. Que no se entere y los junte Brian Yuzna…

Tratado sobre Almodóvar por Almodóvar

Escrito por Gonzalo Ballesteros

Ocho años después de debutar, Almodóvar se ha hecho un hueco en el cine español con siete películas -entre las que destaca ¿Qué he hecho yo para merecer esto?– donde ha perfeccionado su cine cómico y transgresor. Con un puñado de mujeres con Carmen Maura a la cabeza roza la perfección en esa etapa de su cine con Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988). El éxito nacional -arrasa en taquilla y consigue cinco Goyas- e internacional -nominada a los Oscar, a los Globos de Oro y varios premios en festivales- es el reconocimiento a un director cuyo cine ha madurado y combina su capacidad para desarrollar historias plagadas de libertad, humor, surrealismo y mujeres con una aptitud cinematográfica y visual cada vez más estilizada y pulida. Es su película más icónica que además ha sido germen de un músical en Broadway y de una serie para Fox. El director también la ha tenido siempre presente, el gazpacho dopado ha vuelto a ser referencia en sus películas, como en Los abrazos rotos (2009) donde el director Mateo Blanco (Lluis Homar) rueda Chicas y maletas con homenajes explícitos a Mujeres al borde de un ataque de nervios.

Átame y seré libre

Escrito por Alejandro Arroyo

Tras visionar gran parte de su filmografía, he llegado a la conclusión de que Almodóvar es como el queso. El manchego (tanto Pedro como el queso) tiene en sus seguidores auténticos apasionados de su obra y en sus críticos varios estratos que van desde el agridulce hasta el amargor o el desprecio. Mi experiencia con él es la de acercarme a cada episodio con ansia, salir escopetado en la gran mayoría de ellos y volver a él de manera irremediable. El atractivo es demasiado potente para obviarlo. Su cine, siempre conectado y comunicado de manera transversal, contiene alicientes tan fascinantes (la música: Bonezzi, Sakamoto, Morricone, Iglesias o Poveda), hipnóticos (su irregular pero potentísimo delirio visual), interesantes (la notable integración de sus influencias visuales o temáticas –Cronenberg, Warhol o Wyler- con su particular visión del medio), como rechazables (sus dificilísimos métodos interpretativos y las excesivas licenciasen la escritura). Su mezcla de géneros ha ido acercándose hacia lo abismal y lo paródico (Nui!), sin tener claro el espectador si el queso es curado, semi, suave o para untar. Seguramente el resultado final es un género propio, el universo almodovariano, tan profundo como reconocible.

Hasta ver ¡Átame! (1990), siempre consideré que La Flor de mi Secreto (1995) era la película más consecuente del manchego (Pedro, no el queso), como si sus melodramas telenovelescos sólo tuvieran cabida en un ejercicio meta-almodovoriano, en este caso, sobre una escritora de novelas rosa que tiene a su novio en la guerra y justifica su tormento en sus libros. Después vi ¡Átame! y decidí algo: que Almodóvar no siempre transmite la misma sensación de libertad. No es que sus obras no sean libres pero en algunas ocasiones creo que ha sido presa de su universo, algo que también opino de Woody Allen; han ganado mecanismos para resultar prolíficos pero no terminan de ventilar sus propuestas desde dentro. El caso es que todo entre Átame y mi visión de la filmografía de Almodóvar es una paradoja. Por ejemplo, me resulta difícil empatizar con una obra que tiene de protagonistas a Antonio Banderas o Loles León. Y hasta aquí puedo leer. También resulta paradójico que la película se asiente temáticamente en un rapto y secuestro, cuando la misma transmite una libertad fresquísima que dirían Marlo y  Claudio, y que resultó ser la primera cinta española presente en la Berlinale tras la caída del muro. Cada minuto de metraje resulta saneado, original, vivo y estimulante. Habitaciones cerradas con ventanas abiertas. Por eso me parece la mejor película del manchego (Pedro, no el queso).

Kika Superputa

Escrito por Javier Pérez

En la crítica de Los amantes pasajeros incluida en el número de marzo de Caimán Cuadernos de Cine, Carlos F. Heredero se pregunta hacia dónde se dirige la carrera de Almodóvar, cómo quiere situarse el autor manchego en el panorama cinematógrafico actual. Tras dos décadas de inmersión en obras de mayor ambición dramática, con gran reconocimiento y éxito, su última película resulta inesperada y, para algunos, anacrónica.

Podría parecer que, tras La piel que habito, rara avis en su trayectoria, el director ha preferido la comodidad de una fórmula que le ha servido en el pasado para no perder a un gran público confuso que, en gran parte, huyó despavorido de su anterior propuesta. O todo lo contrario: en una comedia a simple vista fácil y simple, ese mismo grupo de espectadores volverán a removerse en sus butacas, y se sentirán engañados y, de nuevo, inadecuados, molestos, incómodos. Los amantes pasajeros es la última prueba de tolerancia para una audiencia que cree vivir en la quintaesencia de la igualdad por parte de un autor que nunca ha ofrecido ni un solo minuto confortable en pantalla, por mucho que las diferentes academias lo hayan intentado acoger en sus senos. Almodóvar prefiere las tetas.

Decir que la anterior comedia del manchego antes de su último estreno fue Kika (1993) es una falacia, pues la cuestión de los géneros es muy compleja en su filmografía. El costumbrismo de sus obras, que ya de por sí conlleva grandes dosis de drama y comedia juntos y revueltos, es a menudo contrapuesto al surrealismo, la exageración, la estilización, y siempre está aliñado con una pizca de thriller y puñados de melodrama. Cócteles tan cargados conllevan un inconveniente claro: el de la irregularidad. No solo hay obras mayores y menores dentro de su prolijidad, sino que con frecuencia las películas de Almodóvar oscilan entre lo brillante y la (des)vergüenza ajena, a veces en una misma escena. Y todo es tan disfrutable o lamentable como el espectador esté dispuesto a aceptar.

En Kika hay una Victoria Abril vestida de la forma más marciana posible por Jean Paul Gaultier, un actor porno prófugo violando repetidas veces a una Verónica Forqué entre desconcertada y aburrida, semen cayendo balcón abajo, tríangulos incestuosos, Bibiana Fernández haciendo un playback de Chavela Vargas, hay estampados florales, maquillaje, escritores asesinos, y la propia madre del manchego interpretando a una presentadora de televisión en un juego metafílmico que, de cutre, resulta desternillante. Es cuestión del espectador decidir si alguno de estos ingredientes le resultan innecesarios o inolvidables.

No sabemos dónde quiere ir a parar Almodóvar con su cine, quizá ni él lo sepa, lo que sí podemos asegurar es que siempre, tanto en Kika como en las que le preceden y las que han venido después, ha hecho las películas que ha querido con sus inquietudes personales: la moda, un gusto excepcional por todo tipo de músicas, la farándula, las tragedias familiares, las pasiones censuradas, la televisión, el cine clásico, el melodrama, las conexiones entre el erotismo y la pornografía. Y todo enderezado por su habilidad única como realizador. Todos, los que lo odian, los que no lo entienden, y los que lo adoran, estaremos aquí, esperando su próxima propuesta, sea cual sea.

Un disparo en la entrepierna

Escrito por Antonio M. Arenas

Ya sea el desigual y corpóreo resultado final o que fuera la primera adaptación literaria en el cine de Almodóvar, su disposición de elementos hace de Carne Trémula (1997) una película difícil de catalogar, guiño a Buñuel incluido, pero por ello mismo raramente estimulante, ya que puesta en perspectiva sirvió de puente en la reformulación de su obra. Tan rara como una prostituta dando a luz en un autobús de madrugada (asistida por Pilar Bardem e interpretada, no sin sacrificio, por Penélope Cruz, lo que son las cosas), como los peinados de Francesca Neri o como ver a Javier Bardem jugando a baloncesto en silla de ruedas en los Juegos Olímpicos. Aunque lo más raro de todo seguro habría sido que la protagonizara Jorge Sanz como estaba previsto. Por suerte o por desgracia, nunca lo sabremos, tras los primeros ensayos fue sustituido por un Liberto Rabal más convencido que convincente, justo al contrario que los fans de El Inquilino al enterarse de la decisión.

Dividida en tres partes claramente diferenciadas, la historia parte de la dictadura hasta finales de los noventa, unos años en los que España cambia a la vez que lo hace un niño nacido en extrañas circunstancias, convertido en hombre por un disparo y desavenencias del destino. Almodóvar plantea bruscas rupturas temporales en la narración para contrastar con violencia el paso del tiempo en sus personajes, un peso que se siente e incluso vemos sudar durante la película. Entre las descompensadas interpretaciones late un drama criminal sin redención, con venganzas, mujeres fatales y hombres peores. Un noir con tanta pasión en la entrepierna que marcó un antes y después en su filmografía por su peligroso acercamiento al melodrama pasional, del que hasta ahora tan solo ha podido escapar de forma pasajera.

La otra mitad

Escrito por Antonio M. Arenas

A Bette Davis, Gena Rowlands, Romy Schneider… A todas las actrices que han hecho de actrices, a todas las mujeres que actúan, a los hombres que actúan y se convierten en mujeres, a todas las personas que quieren ser madres. A mi madre.

Estampada sobre un telón teatral, la dedicatoria con la que Pedro Almodóvar finaliza Todo sobre mi madre (1999) habla mejor y más fuerte de lo que podríamos hacer ahora, pasada más de una década del estreno de la película que le reconoció internacionalmente Y no fue para menos, a través de varios de sus personajes y temas característicos, esos por los que se le estigmatizó en nuestras  fronteras (transexuales, putas y artistas), toca con hermosura temas universales, en realidad un tema universal que cobija todos: la madre.

Impregnando de color y emoción cada fotograma, reverberan el film su conexión entre cine, teatro y vida. De Eva al Desnudo (Joseph L. Mankiewicz, 1950) a la representación de Un tranvía llamado deseo o Lorca, Almodóvar equilibra el melodrama con la comedia, sin miedo a caer en el ridículo (la aparición de Toni Cantó se presta a ello) porque sabe sus sentimientos son tan fuertes como el amor de una madre a un hijo. En realidad como el amor de una madre al mundo entero.

El mismo año del estreno falleció su madre, pero en lugar de perder su mitad, como bien sentía el hijo de Manuela (espléndida Cecilia Roth), gracias a esta película, Almodóvar la conservó para siempre y nos ayudó a recordar como se merecen a las nuestras. Una oda maravillosa a la mujer, la mayor actriz del mundo, sobre su entereza, su capacidad de amor, sacrificio y superación frente a la muerte, al dolor e incluso a la vida, que es teatro.

El narrador implacable

Escrito por Gonzalo Ballesteros

Tras varios ensayos con el género, Almodóvar aparca la comedia -con el permiso de Chus Lampreave- y se lanza al melodrama con una historia de dos hombres cuyos amores están en coma. Con este film vuelve a demostrar su madurez cinematográfica y lo confirma como uno de los mejores realizadores del mundo y con mayor capacidad visual. La escena internacional se rindió ante esta obra maestra deshaciéndose en elogios y premios; en los Oscar fue nominado a mejor director y ganó mejor guión original, no ganó mejor película extranjera porque la Academia de Cine de España, en uno de sus mayores ridículos, no la seleccionó. En la historia del cine quedará el inserto mudo y en blanco y negro de El amante menguante, un recurso con el que convierte la violación en un acto de amor del que nos hace cómplices.

De La Mancha al cielo

Escrito por Gonzalo Ballesteros

Tras realizar la polémica pero necesaria La mala educación (2004), Pedro Almodóvar, que se encuentra en la cima de su carrera, concilia a fans de su comedia, con amantes de su melodrama, a devotos y a escépticos con la película que mejor aúna todas las virtudes del director y guionista: Volver (2006). Aunque no es la primera vez que vuelve -el pueblo está presente en muchas de sus películas- esta vez cede el protagonismo a La Mancha sobre Madrid porque todas sus mujeres nacen ahí y se mueven en su mundo con el pueblo como referencia, como factor que determina sus personalidades. El premio a mejor actriz que el Festival de Cannes otorgó a todo el reparto de Volver evidencia la importancia de las actrices en esta película, si bien Penélope Cruz crea un personaje fuerte y entrañable, quizá el mejor de su carrera. Como anécdota, en La flor de mi secreto (1995), el personaje de Marisa Paredes acaba descubriendo que una de sus novelas rechazadas ha sido convertida en guión y vendida a una productora: la historia de una hija que mata a su padre y tiene la complicidad de la madre que guarda el cadáver en la cámara frigorífica de un bar del barrio. ¿Les suena? Almodóvar ha conseguido crear un universo tan rico que sus películas se alimentan de su propia obra y la autorreferencia es constante.

Un final made in Almodóvar

Escrito por Antonio M. Arenas

El trazo almodovariano es una seña de identidad reconocible a distancia, que no oculta sus referentes pero ofrece una mirada propia, personal e intransferible. Esa visión cobra auténtico valor cuando se descubre no sólo como ejercicio de estilo aplicable a una historia concreta, sino es capaz de llegar hasta generar obras independientes y genuinas. Los abrazos rotos (2009) es el resultado de esta pulsión artística, una película surgida del propio cine de Almodóvar, puro posmodernismo, que sin su obra y la de los cineastas que admira no tendría razón de ser. El manchego lleva el melodrama a su mundo, el cinematográfico, un rodaje (que evoca al de Mujeres al borde de un ataque de nervios y del que surge el cortometraje La concejala antropófoga) en el que tiene lugar una historia de amor, poder y celos que terminará antes de tiempo, abriendo una herida, un abrazo roto, que no se podrá cerrar hasta el montaje final del film años después.

Si las innumerables referencias pictóricas y cinéfilas no son suficiente reclamo para situarla en un lugar privilegiado de su filmografía (ciertamente se disfruta más en un segundo visionado, estudiando con detenimiento la película), añade un gran interés el punto de vista que ejerce la narración, colocándonos en el lado débil e iluminando poco a poco el pasado de Harry Caine, un director de cine, ahora ciego, que descubriremos por qué en otra vida dejo de ser Mateo Blanco. Pero al final, al igual que el Woody Allen de Un final made in Hollywood (2002), ciego(s) o no, lo importante es terminar la película como sea, ella sola encontrará su público, su camino, su lugar. Al menos siempre le quedará París. Como a estos enamorados nadie les podrá arrebatar Lanzarote. Como yo no dejaré de pensar que Penélope Cruz es actriz solo para aparecer, brillar, llorar y amar en películas de Almodóvar.

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