The Office en GIFs

Cuando en Paso de ti (Forgetting Sarah Marshall, Nicholas Stoller, 2008) el personaje de Jason Segel se encuentra más hundido que nunca por la ruptura con su novia, es aconsejado sentimentalmente con un paralelismo televisivo que nos reconforta y se hace necesario recordar cada vez que termina una de nuestras series favoritas: “Es como Los Soprano, ha acabado, encuentra una nueva serie”. Podemos encontrar esa nueva serie momentáneamente en el bendito regreso de Arrested Development en Netflix, o podemos seguir negándonos a creer que The Office ha terminado para siempre.

¿Para siempre? No, no del todo. Un GIF nunca concluye, vuelve a empezar una y otra vez, en constante bucle hasta el infinito. Sí, ya no habrá nuevos episodios, llevan razón, pero tampoco nos hacen falta, gracias al auge de tumblr tenemos píldoras de la serie (y de casi todo) para la eternidad. De hecho, esta breve reducción de una escena a imágenes en movimiento se ha convertido en una herramienta audiovisual y de información propia de internet, igual de valida y digna de análisis, incluso con carácter propio. Por eso creíamos conveniente proponer una selección de los abundantes gifs animados que hay de la serie en la red como despedida y homenaje de nuestros amigos y colaboradores. Junto a ellos, las firmas especiales del crítico Jordi Costa, que desentraña su primer contacto con el humor del The Office original británico, y Venga Monjas, que si también hicieran un Da Offis estaríamos encantados. Ambos son, respectivamente, editor y co-autores del libro Una risa nueva, más que recomendable estudio de las últimas tendencias de la comedia cinematográfica. Por ello, como a todos los demás, agradecemos su presencia en este inmaterial recuerdo a The Office con el material de sus tiempos.

¿Dónde está el chiste?

Por Jordi Costa

Cuenta la leyenda que, cuando se estrenó el primer capítulo de The Office en la parrilla de la BBC, muchos telespectadores que se encontraron, mientras zapeaban, con la radical post-telecomedia de Ricky Gervais y Stephan Merchant la confundieron con un docu-soap, ese formato derivado del reality que sigue el quehacer cotidiano de algún gremio profesional. La clave está en que no entendieron que esta comedia revolucionaria que camuflaba todos los signos externos del género era una comedia.

Cuando tuve ocasión de ver el primer capítulo de The Office, la serie ya había alcanzado el rango de clásico. No corría ningún riesgo de confundirla con un reality, pero recuerdo perfectamente cómo me costó, en los primeros minutos, detectar dónde estaba la comedia. Al principio lo achaqué a la barrera idiomática. Me sentí como un niño ante una abigarrada lámina de ¿Dónde está Wally?, incapaz de encontrar al excursionista de camiseta a rayas y gafas de concha entre la multitud de estímulos. Aunque aquí, más bien, habría que hablar de poquedad de estímulos. El efecto no estaba lejos del que uno siente la primera vez que contempla una página de Sempé, donde el gag no ocupa necesariamente el centro de la composición. O ante un plano de Playtime de Jacques Tati, donde el efecto hilarante quizá se apoye en un detalle sutilísimo colocado en una esquina del encuadre.

Llegó el momento en que la lámina de ¿Dónde está Wally? se transformó en otra lámina: en esta ocasión, una sacada de esos libros del Ojo Mágico que hicieron furor, si no recuerdo mal, en los 90. Convenía fijarse en un punto fijo de la lámina para que, de repente, se abriera un efecto tridimensional que sugería un viaje lisérgico sin agentes psicoactivos. Desde entonces he vuelto a ver muchísimas veces la escena que abre el primer capítulo de The Office y cada vez se me han revelado más matices. Recordemos: David Brent habla en su despacho con un empleado, mientras las cámaras de un hipotético programa de la BBC le graban. Brent efectúa una llamada para favorecer un ascenso o un cambio de estatus del empleado. Habla con su supuesto colega al otro lado del teléfono y acaba metiendo estrepitosamente la pata al hacer un inoportuno comentario a su interlocutor sobre su mujer. En esa escena, Ricky Gervais, en la piel de David Brent, está siendo cuatro cosas a la vez: a) el jefe empeñado en proyectar sobre su empleado una imagen de Gran Padre; b) el enfermo de excesiva auto-estima que quiere transmitir a las cámaras su condición de gran entertainer; c) el colega viril que utiliza el código de la camaradería con su interlocutor; y d) el patán que fracasa y es humillado al adoptar cada una de esas identidades previas.

La respuesta a la pregunta “¿dónde está la comedia en los primeros minutos de The Office?” no es fácil de responder, pero, una vez encontrada la clave, el placer que se desencadena es inagotable: la comedia está en los matices, por debajo de las imágenes, en los subtextos desvelados por la mirada o los titubeos de la voz de Ricky Gervais… una comedia invisible en lo hipervisible, un slapstick interiorizado donde el cómico ya no choca con los obstáculos de una carrera de cine mudo, sino que cae eternamente por la gran zanja infranqueable que se abre entre la alta opinión que tiene de sí mismo y la baja opinión que todos sus interlocutores se acaban formando de él.

Por Pablo Aranda

Sí, ahí los tenemos. A los dos. Y si has visto alguna vez The Office, aunque sea un sólo episodio, ahora estás sonriendo al ver a Michael Scott y a Dwight Schrute en su salsa. Porque conocer a Michael y a Dwight es quererlos y también querer a Stanley, Angela, Kevin, Meredith o Creed. Porque son tan humanos que todos conocemos uno como ellos y precisamente ahí radica su genio, en la brillantez con la que se narra la más absoluta cotidianeidad en Dunder Mifflin, con sus grandezas pero sobre todo con sus miserias. Simplemente gracias por estos nueve años y por convertir la vergüenza ajena en la más sutil forma de humor.

Michael Scott es el peor jefe de todos los tiempos

Por Luisa Nicolás Jabato

No sé como empezar a describir a Michael Scott, probablemente el personaje más incorrecto, indecoroso, irresponsable, inoportuno, molesto e ingenuo de la televisión.

Ha secuestrado a un repartidor de pizza, atropellado a Meredith, hecho parkour en la oficina, faltado a su promesa de pagar la universidad a una clase entera de niños desfavorecidos y ha humillado a Toby hasta límites extremos.

Ha sido racista y homófobo, ha maltratado verbal e incluso físicamente a casi todos sus compañeros de Dunder Mifflin, por no hablar de que sus comentarios sexuales costarían un dineral en indemnizaciones a cualquier compañía decente.

Y sin mencionar sus insoportables e innumerables alter-egos: Ping, el Agente Michael Scarn, Michel Scotch, Reginald Poofda, Michael the Magic, Michael Klump.

Pero en realidad, todo lo que Michael quiere es el amor y la admiración de sus compañeros, y sobre todo que la oficina sea un lugar feliz. Porque… Nadie debería ir al trabajo pensando “este es el lugar donde voy a morir hoy”, para eso están los hospitales. Una oficina es donde los sueños se hacen realidad.

Cómo nos hemos reído. Michael Scott es el mejor jefe de todos los tiempos.

Por Alberto Esteban (Piperío musical)

Toby es el final de la serie. El dedo de Michael, mi ánimo. Y es que uno, después de tantos años, no puede evitar sentirse triste, desolado, vacío, al ver que The Office llega a su fin. Habrá que conformarse con volver a visionar la serie en el futuro. Y entonces, volver a disfrutar con tanto y darse cuenta de que, al contrario de nuestro añorado Michael, nosotros no romantizamos los recuerdos; The Office es y será una de las mejores comedias EVER.

Una sandía como icono

Por Alejandro Arroyo (Ecos del Balón)

En el capítulo sobre prevención de riesgos laborales y estrés, Michael piensa que para destensar a sus empleados, sería interesante que desde la azotea del edificio cada trabajador tire sandías a una cama elástica situada seis, siete metros hacia abajo, en el párking. Eso es The Office, la serie cómica más divertida y maravillosa de la nueva televisión americana del siglo XXI. Con su formato, ese falso documental donde la vergüenza es compartida, la del espectador y la del actor; el humor no atiende tanto a la narrativa, sino a los personajes, aspecto clave en la idea (con una labor de casting y escritura que no tiene comparación), descontextualizando y variando situaciones y localizaciones para reinventar la comedia actual en veinte minutos para el recuerdo. Tras ver el capítulo, imaginen tener que explicar el suceso al dueño y al seguro del coche. Qué serie.

Por David Vilares (Cobbles & Hills)

Pam y Dwight ven resumida su relación con Jim en un gif. Las primeras dos temporadas te enamoran de Jim Halpert igual que él se enamora de Pam Beesley. Aquí el cómo, como debe ser, es más importante que el qué: cualquier pringao se ve identificado en las maniobras que lleva a cabo Jim para que Pam deje al patán de Roy. Jim Halpert fue la voz, alta, guapa e ingeniosa, de las personas que están tan convencidas de que no van a ganar que intentan lo imposible. Hasta que ganó y perdimos la erótica de la derrota. The Office siguió siendo grande, pese a todo. Y en la serie, como en el gif, el jefe seguía siendo Michael Scott.

Ser quien no puedes ser

Por Pedro Torrijos (Jot Down)

Cuando yo era un niño no existía el parkour. Cuando yo era pequeño existían las películas de chinos. Recuerdo salir del cine Jamay siendo Bruce Lee o Bruce Le o Bruce Li, que igual me daba. Recuerdo que en la vigilante multitud de la calle sentía vergüenza y tan solo era un héroe en el espacio de mi cerebro.

Pero al llegar a casa.

Al llegar a casa posaba desafiante, lanzaba vertiginosos puños e imposibles patadas voladoras. Recuerdo escapar de una horda de imaginarios enemigos dando una voltereta sobre mi cama y como mis descoordinados pies golpearon el muy real vidrio de la ventana encima de la manta y la colcha.

Crack.

El vidrio se rompió y mamá me regañó mucho. Sí. Lo recuerdo muy bien. Pero escapé de ellos, eso también lo recuerdo.

Cuando eres un niño quieres ser quien no puedes ser y la imaginación es una hipérbole de la vida. The Office, con su disfraz de cámara temblorosa, sus falsas entrevistas y sus exagerados personajes era una hipérbole de la vida. Era una hipérbole de la imaginación de un niño con traje y corbata encerrado en una oficina.

Por Taimar Alves

La cámara busca los ojos de Jim Halpert tanto como estos la buscan a ella. Como una relación de complicidad en mitad de lo que a veces resulta indescriptible. Jim es un espejo en el cual el espectador ve la voz de la cordura y que a su vez comparte su divertimento. Ese segundo en que las miradas se cruzan nos sirven para recordar que la cámara está presente, que por tanto también lo está el espectador y que su mirada es también la de Jim, que ve como discurren los eventos a su alrededor con la misma seriedad, diversión o empatía con la que cada espectador se sentaba una semana tras otra a disfrutar de The Office.

Kevin Malone: Un tipo especial

Por Manuel Ruiz

Lo que venía a ser una adaptación americana de la homónima británica, The Office ha terminado siendo una de las comedias más enrevesadamente divertidas de todas las que he podido ver. Con un elenco tan amplio pero a su vez necesario, ha llenado durante nueve temporadas la parrilla televisiva de la americana NBC. Cada personaje ha llevado un peso específico, y aunque los principales y más reconocidos por todo el público (Steve Carrell, Rainn Wilson, Jim Krasinski, Jenna Fischer y Ed Helms) son los que han sustentando la serie, los secundarios han obtenido un rol tan importante que sin ellos la coral serie no habría sido posible. Elegir un momento de alguno de ellos sería imposible, pero teniendo que elegir me quedo con Kevin Malone (Brian Baumgartner). Un personaje que optando a un puesto en el almacén, consiguió llegar a contable porque el señor Scott vio algo en él.

Y es lógico que viese algo en él, porque Kevin es único. Capaz de compararse con el propio Ashton Kutcher, de sacar de quicio a Angela, de enseñarnos a cocinar en la oficina o de simplemente transmitirnos con su sonrisa que él es especial. Y es que como él mismo dijo una vez, hay personas que tienen encanto y otras que no, adivinen en qué grupo está Kevin Malone. Una pista, Kevin tiene encanto.

Por Pedro Villena

No ha habido ningún comienzo de un capítulo de The Office que no me haya hecho gracia. Esos dos minutos escasos que preceden a las primeras notas de piano de la sintonía siempre funcionan a la perfección como parte independiente de lo que vendrá después. Puede que haya habido algunos comienzos mejores que otros, eso es innegable, pero hay uno que nunca olvidaré. Suena a paradoja pero no recuerdo la temporada ni el número del capítulo en el que se desataba el caos del absurdo, generado por su progenitor por derecho propio: Dwight K. Shrute. Tan pragmático como siempre, Dwight se había esforzado por alertar a sus compañeros de trabajo de los peligros que les acechan durante la jornada laboral, pero la charla había levantado el mismo interés que todas las que se celebran en la sala de conferencias de la sede de Dundler Mifflin en Scranton. Fracaso que según Dwight se produjo por las deficiencias del Power Point. Pero la cosa no se podía quedar ahí; no al menos para el tipo que nos ocupa. Según su lógica, lo que había que hacer era sellar las puertas (calentando previamente los pomos para hacer creer que todo el edificio estaba en llamas) y cerciorarse de que sus compañeros no habían atendido a su charla sobre seguridad laboral. Michael Scott rompiendo la ventana con una papelera, Jim intentando poner a salvo a Pam, y el pobre Stanley sufriendo un infarto. En el gif, Angela intenta que Óscar salve a uno de sus gatos por el conducto de ventilación. Cosas de Dwight.

Por Pablo Vigar

La imagen que a todos los seguidores de The Office se nos viene a la cabeza al mentar a Mose Schrute, el primo raro de Dwight, como una vez lo describió Michael, es una en la que el citado aparece corriendo. Han sido tantas las veces que lo hemos visto poniendo pies en polvorosa, ya fuera en la granja de remolachas Schrute o en el entorno laboral de su primo, que se nos hace raro verle quieto. Sus contadas apariciones en la serie contrastan con el profundo calado que sus supuestos romances con chicas espantapájaros, su más que obvia ineptitud social, su papirofobia o las ya comentadas carreras han dejado en la audiencia. Michael Schur, el hombre tras las barba amish, es además guionista de la serie desde sus comienzos, razón por la que de haber seguido adelante con The Farm su personaje hubiera desaparecido. Por eso, si algo bueno tuvo el no poder disfrutar del spin-off de Dwight fue que no nos vimos en la tesitura de tener que concebir una granja sin Mose.

I’m having a break…

Por Raúl Marcos 

Texto no recibido por jubilación.

Por David León (Ecos del Balón)

Puede sonar raro en una comedia, pero creo que lo que me enamoró de The Office fueron sus silencios. Sus miradas y gestos. La ausencia de palabras. Todas las comedias que había conocido (y no eran pocas) se basaban en chistes, bromas y ocurrencias más o menos graciosas. The Office no. Como ocurre con el teatro, su esencia estaba en el calor de unos personajes que la cámara te ponía ahí, justo delante de tus ojos. Me llevo las muecas histriónicas de Michael, las burlas de Jim o los desprecios de Dwight. Reí con ellos y también lloré, pues no todo fueron risas en Scranton. Se va una de las series de mi vida. Inolvidable.

Por Venga Monjas

Una de las cosas más deliciosas de The Office es la relación de Michael con Toby. Es el único empleado con el que se porta de forma genuinamente cruel, e incluso en sus mejores momentos juntos siempre hay alguna pincelada de desprecio por parte de Michael. Hasta el punto en el que, como espectador, pasas de compadecerte del pobre Toby a desear que alguien abuse de él como un perro triste. Toby es el puro bajón.

En esta escena Michael ha tenido que superar la ruptura con su novia Holly, pero por si eso no fuera suficiente, le acaban de informar de que Toby ha vuelto. Michael corre para verlo con sus propios ojos, y no se corta ni un pelo en gritarle “NO!!” repetidas veces a la cara. Y lo mejor es que la secuencia se corta en seco, antes de que haya terminado con sus gritos de rabia, con lo que puede haberse lanzado a un abismo infinito de gritos contra Toby. Esta es, si no la escena que más nos hace reír de la serie, una de las top 3.

Por Alberto Tejero

El atropello de Michael a Toby es lo que mejor puede retratar el momento en el que supe que la serie llegaba a su fin. Porque todos tenemos algo que nos identifica con Jim, Dwight, Michael, Pam, Stanley, Meredith, Andy, Creed, Kevin, Erin, Phyllis, Óscar, Darryl, Kelly o Ryan, volverla a ver es algo que debe estar en todas las agendas nada más eche el telón. Aunque sea para intentar encontrar algo en común con Toby.

Por Antonio Ortiz

Mi momento favorito tardó siete años en llegar, el breve minuto en que Michael Scott y David Brent comparten pantalla. El aprendiz que al comienzo solo le imitaba, pero que supo encontrar rápido su sello para superar al maestro que puso todo en marcha, por fin juntos. Nueve años que no habrían sido posibles sin Carell pero tampoco sin Gervais. Fui tan feliz por unos instantes de ver algo tan grande y que nunca pensé que vería… y that’s what she said.

Malabarismos

Por Antonio M. Arenas

En The Office los cameos no han sido nunca convencionales. Desde Will Ferrell a Jim Carrey, pasando por Kathy Bates o James Spader, cuando una cara conocida llegaba a Scranton no lo podía hacer solo para saludar, tenía que acatar las reglas del juego, ponerse en evidencia como todos los demás. Porque sí, a Dunder Mifflin se ha venido a jugar, a hacer malabarismos con los límites del falso documental, de la puesta en escena y de la vergüenza ajena sin final. Por eso, cuando Deangelo Vickers simulaba un show de malabares frente a toda la oficina, rozaba con la punta de los dedos la esencia de la serie. Hacer humor de lo inmaterial, de lo invisible, hacer el ridículo sin dejar de creer en ello. Ya no hay risas enlatadas que marquen el gag, son los silencios, las miradas complices al espectador, los zooms y movimientos de cámara, la constante y deformante ruptura de la cuarta pared lo que provocan la risa o la incomodidad del respetable. Una risa nueva, una risa única que tal y como logró instaurar The Office, tanto la británica como a su manera la americana, ya ha cambiado para siempre la forma de entender la comedia en televisión.

Por Carmelo González

Me encanta la escena en la que Michael Scott le da su micro al cámara. No solo es la última escena del personaje en la serie. Sino que además resume a la perfección el espíritu de la misma:

-La comunión de los actores con sus personajes, como la forma de despedirse de uno es igual a la que tendría su intérprete en la realidad.

-El micro abierto que expresa el tipo de comedia que usó The Office, la comedia del aquí y el ahora, convertir una situación rutinaria e incluso aburrida en una de las mejores series de comedia de la historia.

-El mockumentary. Todos veíamos con normalidad que los personajes se dirigiesen a cámara, que interactuasen con ella… pero todos pasamos por alto el sonido, y en un alarde de creatividad nos lo recordaron en el último momento.

Después de toda esta sarta de chorradas y suposiciones sin demasiado fundamento he de decir que he escogido esta escena porque fue la primera vez que lloré con la serie con la que tantas veces me había reído.

Por Luis Donaire

Habían pasado dos temporadas desde que Michael Scott se fue para no volver. Al principio, fue un drama; después, raro: se le seguía echando de menos, pero la vida en Scranton continuaba hacia delante de una forma u otra, para nuestro gozo y disfrute. Para mí, The Office han sido muchas cosas. El mismo Michael Scott, la historia de Jim y Pam, pero sobre todo Kevin, Angela, Stanley, Erin, Andy, Phyllis, Creed, Oscar, Kelly, Toby y Meredith, esto es, todos y cada uno de los empleados de la pequeña oficina de Dunder Mifflin. Al final los policías llegaron y todo se acabó. Porque sin la maravillosa caracterización de Creed, Kevin, Toby, y demás, nada habría sido lo mismo.

Por Pablo Vigar

Entre las muchas decisiones controvertidas –y entre las pocas que se le pueden verdaderamente reprochar– que tomó The Office tras la marcha de Steve Carell, una de las más dolorosas, por incoherente e innecesaria, fue la castración de la evolución que había sufrido el personaje de Ed Helms, Andy Bernard. Presentado como alguien con serios problemas de control de la ira, Andy experimentó con el tiempo una remodelación que, sumada a su éxito en cines –especialmente con Resacón en las Vegas hizo de su personaje uno de los capitales de la serie. Una vez el World’s Best Boss hubo colgado el micro, los guionistas sintieron la necesidad de convertir a Andy en una suerte de sustituto descafeinado. Sus vergonzosos momentos cómicos siguieron estando ahí –los últimos capítulos dan buena fe de ello– y aunque en base a ello podamos afirmar que el Nard Dog recuperó su gentil toque, no podremos por desgracia decir lo mismo de su refinada brillantez de Cornell.

Por Alberto Andrés 

El personaje de Dwight Schrute ha sido la pieza central de The Office durante sus nueve temporadas. Puede que Michael Scott fuese el protagonista, pero la mayoría de sus mejores momentos involucraban a Dwight. Lo mismo se puede decir de personajes como Jim, Ryan o Angela, a los que empujaba a situaciones surrealistas. ¿Qué sería de esta serie sin él? Como vimos en el piloto de The Farm, la relación entre Dunder Mifflin y este vendedor sociópata es necesaria. Después de 200 episodios, va a ser difícil aceptar que no le volveremos a ver, pero al menos sabemos que acabó consiguiendo lo que siempre quiso. Hasta siempre, Dwight.

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1 Comment

  • En el capítulo sobre estres y riesgos laborales, en ningún momento los empleados son animados a lanzar una sandía desde la azotea. Ni siquiera aparece nada parecido en toda la serie.

    El gif corresponde a ese capítulo, pero lo que representa es una prueba del salto que Michael pretender hacer desde la azotea para simular su suicidio (para demostrar que trabajar en una oficina es tan estresante que lleva al suicidio, frente a los riesgos laborales que supone trabajar en el almacén)

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