Juego de tronos: De lobos, dragones y leones

Por circunstancias de la laboriosa adaptación de su original literario –que ha visto para bien dividir las tramas del tercer tomo en dos tandas de episodios–, los dos últimos capítulos de la última temporada de Juego de tronos han funcionado como inspirado eco de los eventos que cerraron la temporada de debut. Si en aquella primera era la cabeza de Ned Stark la que con su escisión del resto del cuerpo desafiaba las leyes no escritas de la narrativa y el concepto de protagonista, aquí son los tránsitos de dos personajes principales, especialmente, los que continúan la tendencia de hacernos sentir que nada ni nadie está a salvo en ese mundo.

La reverberación no se detiene en tan atroz espectáculo, sino que alcanza, de nuevo, a uno de los personajes más fascinantes que tiene el libro y ahora también la serie. A lomos de un caballo y protegida por un Perro, Arya Stark parece destinada a figurar como testigo de las grandes desgracias que asolan a su familia. Si en la primera temporada un corazón noble la libraba de tener que contemplar el destino último de su padre, aquí es un hombre aparentemente sin honor el que la saca a rastras de la matanza que está teniendo lugar en el interior del castillo. Aun así, la joven que afirma ante los atónitos ojos de un caballero empeñado en vivir que su Dios no es otro que la muerte, se ve obligada a soportar la estremecedora visión de su hermano macabramente reconvertido en ese joven lobo que ya nunca podrá clamar su venganza.

Así, The Rains of Castamere actúa como punto de inflexión de la serie, confirmando a la vez que los capítulos nueve van a sernos siempre reservados para el estallido de la tormenta, mientras que Mysha, al igual también que todos los finales de temporada hasta el momento, se dedica a limpiar el destrozo y dejar que algún rayo de luz se filtre a través de las nubes. En esta ocasión lo han hecho con una escena que pareciera sacada de Indiana Jones y el templo maldito, con la madre de dragones haciendo las veces casi del doctor Jones. Para Daenerys Targaryen, que conforme avanzan los capítulos va sumando títulos a su nombre –el último, Rompedora de cadenas– esta tercera temporada ha traído un avance considerable de sus tramas: de princesa prisionera de su Caín particular hasta caudilla de ejércitos, liberadora de esclavos y ejecutora de esclavistas al grito de dracarys, al que responden unos dragones cuyo tamaño –y trabajado diseño– aumenta en proporción a su fiereza.

Decían los guionistas que este año las tramas iban a estar más espaciadas, algo que ha devenido finalmente en una mayor cohesión de cara a poder contemplar los episodios como unidades independientes dentro de otra aún mayor. Así, muchos de ellos han tenido vida propia al margen de la gran historia de hielo y fuego, en el sentido de que David Benioff y D.B. Weiss han sabido trazar muy bien los temas que querían tratar en cada una de las horas que conforman el producto completo. Buena cuenta de ello la dan episodios como Second Sons, restringido a tres líneas narrativas, o The Climb, focalizado no en muchas más, consiguiendo mantener un sentido de unidad y cierta lógica temática en todas sus tramas, cerrando el segundo además, impecablemente, con una reflexión sobre el caos de boca del singular personaje de Meñique.

El ya de por sí amplio espectro de secundarios se ha visto también aumentado este año. Desde el Rey-Más-Allá-del-Muro (Mance Rayder), cuya presentación junto al resto de salvajes ha servido para revitalizar la participación de Jon Snow en la historia, hasta la locuaz matriarca del clan de los Tyrell, una Reina de Espinas fantásticamente interpretada por la actriz Diana Rigg, el cast de la serie amenaza con seguir sumando nuevas incorporaciones año tras año, en base a lo que ciertos personajes han sufrido remodelaciones o han sido condensados en otros. Tal es el caso del bastardo Gendry, en lo que supone una de las decisiones más lúcidas en cuanto a perfecto equilibrio entre el papel y el fotograma se refiere, o el de Margaery, personaje tremendamente enriquecido para la serie.

Hablando de ellos, de los peones de la colosal partida del juego de tronos, no podemos pasar por alto el que esta temporada nos haya por fin permitido adentrarnos en la psique del Matarreyes, uno de los personajes mejor escritos de toda la saga. Me llamo Jaime, afirma antes de caer inconsciente tras revelar la verdad tras su apodo y habiendo sufrido una mutilación física que amenaza con hacer mella en su alma. El primogénito de Tywin Lannister –personaje, por cierto, que ha ganado en matices en su traspaso a la pantalla– es el perfecto ejemplo de la máxima de esta serie, que no es otra que derrocar la idea de buenos contra malos. Su asociación con la doncella de Tarth, una suerte de Juana de Arco gigantesca, no sólo le otorga otra luz al personaje sino que resulta en material de primera para una posible buddy movie. El espectáculo con el oso, además, nos permite por una vez imaginar al león como príncipe de leyenda al rescate de una improbable doncella en apuros, en una genial vuelta de tuerca a los cuentos de princesas.

En una temporada en la que Poniente ha seguido descubriéndonos nuevas localizaciones, el equipo se las ha vuelto a ingeniar para resolver con atino las secuencias más complicadas, como puede ser la toma de Yunkai por el ejército de los Inmaculados. Los guionistas tienden a resolver muy bien este tipo de escenas de grandes batallas y no menores aglomeraciones. Y si hablamos de la realización y planificación de escenas, y en el extremo opuesto de la balanza, encontramos una pieza excelente en el juego de las sillas orquestado por Tywin y llevado por Tyrion a sus últimas consecuencias. Peter Dinklage ha continuado esta temporada dando muestras de su muy buen hacer, si acaso un pelín más en segundo plano, pero a tenor de lo que se viene encima la próxima temporada volverá a traérnoslo al frente.

“Siete reinos unidos por el miedo a Tywin Lannister”, dice precisamente Tyrion en el capítulo final de temporada. Puede que Joffrey, villano de villanos y extraordinario actor, se siente en el trono, pero son los tejemanejes de su abuelo los que mantienen el orden y borran a sus enemigos del mapa. Es realmente escalofriante, y una jugada de guión maestra, que tras la Boda Roja –ese nombre en clave que los lectores temíamos si quiera pronunciar y que ahora el planeta entero ha recibido con tamaño impacto–, el patriarca de los Lannister sea capaz de justificar la traición y matanza de los Stark –Talisa, Reina del Norte, incluida, en un desvío del material original que recrudece aún más la escena– y que, para colmo, haga factible ver la lógica a su planteamiento. La victoria definitiva no sólo de Tywin Lannister sino del discurso narrativo de la serie –y de los libros– sobre la inocencia y las expectativas del espectador, ahora y para siempre pisoteadas, retorcidas y masacradas.

Como el miembro de Theon.

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