Nocturna 2013

La primera edición del Festival Internacional de Cine Fantástico Nocturna predicó en el desierto que nos están dejando. Entre tantas malas noticias para la industria del cine y la cada vez menor afluencia de espectadores a las salas, sorprende comprobar que veinte años después y a contracorriente, gracias al ahínco de sus gestores (La Cruzada Entertainment) Madrid llena un vacío que tan sólo a cuentagotas el Festival Syfy saciaba. Alrededor de cuarenta películas y otros tantos cortometrajes, diversos actos paralelos, la multitudinaria proyección del penúltimo episodio de la tercera temporada de Juego de Tronos y entre otros, el merecido homenaje a dos maestros del fantástico (así se denomina el galardón) como Joe Dante y Mick Garris, a los que tuvimos el lujo de entrevistar.

En sus distintas secciones, Nocturna apostó por títulos pequeños y poco conocidos, quizás el motivo por el que costó demasiado ver lleno el Cine Palafox. Entre una selección modesta pero decididamente heterogénea, que probablemente pagó la novatada del primer año, comprobamos la insistencia por llevarnos a las pesadillas recurrentes del género: El terror que se esconde debajo de la cama (Under the Bed), los payasos que siempre nos atormentan (Stiches), el giallo (Tulpa), los asaltos a la propiedad (Home Sweet Home) y el amanecer de los muertos vivientes (las paródicas Detention of the Dead y A Little Bit Zombie contrastaban con la acción de la holandesa Kill Zombie! y la rusa Meteletsa).

La sección Dark Visions, compuesta por films de menor presupuesto pero mayores riesgos cinematográficos, deparó para muchos las más agradables sorpresas del certamen, y quizás proponga una línea a continuar en el futuro, tanto para definir el festival como para dar mayor espacio y visibilidad a cineastas repletos de talento. Junto a su clara perspectiva internacional, otro de los aciertos de Nocturna fue su loable intención por dar un empujón al cine español de género que nace fuera del sistema, con la presentación de películas como Al final todos mueren, Otro Verano y Omnívoros, que junto con los homenajes y el buen (y mal) gusto por el cine fantástico, comenzaron a crear un ambiente fraternal entre los presentes. Por lo pronto, sus organizadores prometieron regresar al menos el año próximo. Que así sea, aunque haya que hacerlo desde ultratumba.

Easton’s Article (Tim Connery, 2012)

Leo en una interesante entrevista que al jovencísimo Tim Connery, director, guionista y productor de Easton’s Article, le influyó ver Los Cronocrímenes (Nacho Vigalondo, 2007) al rodar su película. Y la referencia no es casual, ambas parten de la idea de los viajes en el tiempo, pero la llevan a una perspectiva íntima, en la que el dispositivo temporal se encuentra más en sus inevitables consecuencias e implicaciones que en la espectacularidad narrativa y los efectos especiales. De hecho, en Easton’s Article no los hay de ninguna clase. La trama se puede reducir en una frase, el protagonista recibe un mensaje enviado por sí mismo desde el futuro, con una fotografía y la esquela del periódico de su muerte. Connery maneja escuetas localizaciones y pocos personajes, apenas tres, dos amigos y el padre de un amigo de ellos, haciendo de ese tono apagado su punto fuerte. Probablemente como película para empezar el festival (concretamente la sección Dark Visions) pilló a pie cambiado a muchos. Susurra, no grita, no pretende cambiar el género, pero nos revela a un cineasta con ideas, y no sólo eso, sino con ideas puramente cinematográficas, ejemplificadas en el extraordinario plano secuencia final, que arroja una inevitable y fatídica conclusión. Podremos cambiar el futuro, pero el pasado siempre volverá, sólo se puede aceptar.

El huerto del francés (Paul Naschy, 1977)

Una de las citas obligadas del festival fue la proyección en 35 mm de El huerto del francés. No sabemos qué sorprendió más a los presentes, si el excelente estado de la copia (conservada por la Filmoteca Española) o la crudeza intacta de Paul Naschy tras las cámaras, en una película que de estrenarse ahora tendría a más de cincuenta asociaciones del país protestando en su contra. Podremos decir que la sutileza no era su mayor virtud como cineasta, que sus primeros planos con los ojos saliéndose de las órbitas rayaban el absurdo -y también transgredían lo estético, ojo- pero con sus defectos, en su segunda película Naschy absorbe los elementos y peculiaridades del entorno rural andaluz a finales de siglo XIX para rodar una angustiosa obra de terror psicológico repleta de hallazgos, en la que un psicópata (el francés) lleva una doble vida, mantiene a su mujer de día, regenta un burdel de noche y por la madrugada apila los cadáveres de a quienes asesina. Sería un error clasificarla como una cinta más de género de la época, su ambiente desasosegante le da entidad propia. Mientras incluye las primeras dosis de destape protagonizadas por María José Cantudo, se permite mostrar a una enana bailando sevillanas sobre la mesa de una taberna, mantener el plano y no dejarnos saber si lo que estamos viendo es gracioso o inquietante. Más bien lo segundo. Porque la película cuando se hace fuerte es a su conclusión, que más que un epílogo para cerrar la historia es la razón de ser del film. Nos lanza una incómoda pregunta, después de toda la violencia a la que hemos asistido, ¿presenciar otra muerte más es realmente un acto de justicia? “Que vean mi cara”, decía el francés, interpretado por Paul Naschy. Que vean a un director valiente en unos tiempos de los que deberíamos aprender tanto libertad como libertinaje cinematográfico.

Million Dollar Crocodile (Li Sheng Lin, 2012)

No hay festival que se precie sin sus placeres culpables, y menos aún uno de carácter fantástico. Sólo con ojear el cartel de Nocturna quedaba claro cual sería el oscuro objeto de deseo de la presente edición, de una película china de cocodrilos gigantes no podía salir nada malo. Más bien, podría salir algo tan malo que no podíamos perdérnoslo. Tras verla, a lo mejor deberíamos haberlo hecho. Quizás fue la hora, las cinco de la tarde no parecían propicias para generar el ambiente de un pase de madrugada, pero lo cierto es que la película tampoco ayudaba. Hay una fina línea que separa el producto de entretenimiento convincente, que por sus efectos especiales diríamos que pretende ser, del desastre y la comedia involuntaria, que por las escasas risas de los valientes que la vimos no consiguió. Suena raro decir con amargura que Million Dollar Crocodile no es la pésima película que esperábamos, tampoco quiere decir que sea buena, lejos queda. Entre la insoportable música que sonaba cada vez que entraba en escena su protagonista femenina y el poco espectáculo que genera ese entrañable cocodrilo gigante, apenas la escena en el interior de la casa daba lo que prometía. Todo queda en una comedia infantil, torpe y malentendida, con personajes sin gracia y cocodrilo con píxel de por medio, no en el Croczilla delirante que esperábamos (o imaginábamos). Tan sólo un trash entre amigos la haría soportable, pero no podría asegurarlo.

One Way Trip 3D (Markus Welter, 2012)

Si después de Million Dollar Crocodile creíamos que había pasado lo peor, para regocijo de los presentes, o quizás martirio, la suiza One Way Trip 3D nos regaló la peor sesión doble que podíamos imaginar. Es cierto que el título incluye el apelativo 3D. También es verdad que nos dieron unas gafas 3D antes de entrar a la sala. Pero no tengo ninguna duda de que lo único tridimensional de la película es la jeta de los que tuvieron la idea de hacerla en 3D. Bueno, más bien post-producirla, ya que apenas cobra relieve en dos planos, nada más. La propuesta tenía su gancho, un grupo de amigos se van de acampada al bosque para recolectar setas alucinógenas, sin ser Jodorowsky podría haber salido algo interesante de ahí. Pero no, renuncia a su propio leiv-motiv, por lo que cada minuto en el que no muere uno de sus protagonistas es un minuto perdido. Ni al director ni a la película le hacen efecto los alucinógenos, One Way Trip (ya ni nombro el 3D) parece negar toda la existencia del cine de terror de los últimos cincuenta años. Escena por escena, página de guión tras página de guión, nos encontramos ante la misma película de siempre, con un grupo de amigos encerrados en una casa frente a dos asesinos, contada peor y sin nada nuevo que aportar. Pero en 3D. Por suerte, y como merecida compensación, pudimos disfrutar Wither varios días después, que partiendo también de una propuesta poco o nada original, era capaz de crear una obra terrorífica y con personalidad. Saber que se puede, querer que se pueda. A pintarse la cara, Markus Welter.

Insensibles (Juan Carlos Medina, 2012)

Dice el tópico que en el cine español solamente se hacen películas de la Guerra Civil. Y no sólo es que no sea cierto, es que al decirlo parece que algunos deseen no se hagan más, que no se realice una buena película de la contienda. Y en el caso de hacerla, como se nos presenta, machacarla por cuestiones ideológicas ajenas a la propuesta. Inevitablemente, parece que este es el pecado que tiene que pagar el notable debut de Juan Carlos Medina. El cine fantástico se ha prestado como baularte a la hora de adentrarnos en la memoria histórica, como si no se pudiera explicar aquella época si no fuera desde el horror más inimaginable. Quien sabe si pudo haber espacio para la realidad y lo humano en la Guerra Civil. Insensibles, cuyo título aborda más de una lectura, plantea dos líneas narrativas destinadas a confluir. La primera de ellas en el pasado, ambientada en la Cataluña de los años 30, siguiendo el cautiverio de un grupo de niños con una rara enfermedad que les hace inmunes al dolor físico. La segunda en el presente, protagonizada por un Àlex Brendemühl al que diagnostican una enfermedad terminal, que parece haber trasladado esa insensibilidad al estado mental de toda una sociedad. Tanto lo fantástico como la Guerra Civil son tangenciales pero imprescindibles, el guión juega con mucha destreza y hondura con ambas tramas, construye desde el montaje una atmósfera que da sentido tanto a la búsqueda por la memoria de su protagonista como al dolor insensible de la guerra. Medina propone un nuevo futuro que nace de la aceptación del pasado como parte de nosotros mismos, no hay cinismo ni discurso político alguno, por encima de todo asombra la honestidad y posibilidad de redención que abre su director, entregándose de brazos abiertos al género en su portentosa secuencia final. Un último plano con el que debería tener abiertas todas las puertas que otros le están cerrando, aunque irónicamente probablemente se abran fuera, como metáfora de lo que nuestros ojos no quieren (y no les dejan) mirar.

Wither (Sonny Laguna, Tommy Wiklund, 2012)

No se puede evitar acudir a ver Wither sabiendo que tiene como sobrenombre ser el Evil Dead sueco. Y aunque su inicio pueda descolocar, ya sea por su falta de precisión en la presentación de los personajes o por el impersonal estilo digital de la dirección, tan solo es un consabido preámbulo ante el descenso al horror propuesto. Un infierno que con sus importantes diferencias estilísticas, poco tiene que envidiar a la nueva versión de Fede Álvarez de Posesión Infernal. Un grupo de amigos y la presencia del mal en una cabaña en el bosque. Todo igual y a la vez tan distinto. La capacidad por el espectáculo se conserva, el horror se presenta deformando el alma y cuerpo de las personas, pero ya sea al crear su propia leyenda o por su impronta visual, Wither es capaz de cobrar su propia personalidad. El primer encuentro de la chica con los ojos de la muerte estremece por radical e inesperado, en ese plano que viene de entre las sombras es cuando verdaderamente comienza la película, el contacto cara a cara con los demonios despierta un artefacto que asume sus limitaciones y por ello explota todas las facultades a su alcance. Si disfruto volviendo a ver Evil Dead (Sam Raimi, 1981) y disfruté de la nueva versión, me estaría engañando de no disfrutar la hora y media de sangre, tensión y muerte en Suecia con la que Tommy Wiklund y Sonny Laguna ganaron el premio a mejor dirección y película de la sección oficial

Gremlins (Joe Dante, 1984)

De perdurar, la asociación del Festival Nocturna con Phenomena promete darnos grandes alegrías. Influido por ese espíritu, lo que escriba de la proyección de la copia en 35 mm de Gremlins (1984), que contó con una sala llena y entregada desde la presentación de Joe Dante hasta el coloquio final, entraría en la crónica de la experiencia personal en lugar de la crítica cinematográfica. Cada vez mencionamos más lo de ver las películas en película, como si hiciera falta explicarlo. Realmente lo hace. Sin nostalgia malentendida, esta cuestión no pasaba el año en el que se estrenó Gremlins, pero sí que a principios de los ochenta, la televisión y el video habían empezado a sustituir a la gran pantalla como lugar donde consumir el cine. En Gremlins tanto la televisión, que emite Qué bello es vivir, como la sala de cine, en la que proyectan Blancanieves y los siete enanitos, nos remiten a un cine clásico como conciencia que una película destinada al gran público no puede olvidar. Irónico que ahora Gremlins se haya convertido en esa pieza de coleccionista, en el pequeño clásico de otros tiempos al que volver para sorprendernos con la inagotable capacidad de destrucción y creatividad de una década del cine americano que en esta obra encierra buena parte de su esencia. Claro, que algunos más adelante olvidaron que no podía caerle una gota de agua, le alimentaron después de las doce y lo pasearon a plena luz del día. Por eso siempre nos quedará la fragilidad del fotograma, como Gizmo, asustado por el futuro que sin querer ha creado, o como el propio Joe Dante, al que le cuesta volver a encontrar su sitio en la industria. Esta película ya tiene el suyo propio, atemporal, ni un mal invento de Randall Peltzer se lo podría quitar.

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