Lobezno inmortal (The Wolverine)

El hara-kiri invertido

A finales de la década de los noventa apareció en el mercado el primer volumen del cómic Imperio Carmesí (Crimson Empire, 1998), que incorporaba el concepto del samurái a la mitología de La guerra de las galaxias –continuando si acaso la influencia de La fortaleza escondida (The Hidden Fortress, Akira Kurosawa, 1958) en el primer episodio de la saga–. El inquebrantable código de lealtad, honor y sacrificio del samurái encontraba una estimulante réplica en el personaje de Kir Kanos, miembro de la enigmática y servil guardia del Emperador, que, tras la muerte de este, juraba llevar a cabo su venganza. Kanos no descansaría hasta ver derramada la sangre de aquellos que traicionaron a su maestro, subrayando su forzosa condición de ronin de las estrellas.

En The Wolverine, de James Mangold, basada a su vez en una popular historia gráfica del personaje, a Logan, también conocido como Lobezno, no cesan de recalcarle su categoría de ronin, o lo que es lo mismo, de samurái desposeído de su maestro.  Previsiblemente enmarcada en un tiempo bastante posterior a los eventos descritos en la primera trilogía de la patrulla X, la cinta –que en un principio iba a ser dirigida por Darren Aronofsky– apenas rinde vasallaje al canon previo, poniéndonos en contacto con un Logan que, a rastras con una hiriente presencia onírica, ha decidido esconderse del mundo y vivir sus días al abrigo de las cavernas, prometiéndose en el proceso nunca volver a matar. Una inesperada invitación en forma de paternaire femenina aliada obligará al protagonista a desplazarse hasta la ciudad del sol naciente.

Que la cinta se abra con el lanzamiento de la bomba atómica en la ciudad japonesa de Nagasaki establece un curioso paralelismo con otro título reciente que también hizo de la espeluznante forma del hongo atómico su punto de partida. Ambas constituyen sendas aproximaciones a personajes célebres en el crepúsculo de sus vidas, visiblemente cansados y hastiados del peso innegociable de la propia existencia. Es por eso que este Logan es tan fruto del cómic de Claremont y Miller en que basa su desarrollo como lo es de otra historieta del personaje publicada en 2008, Old Man Logan, singular aproximación al William Munny de Sin perdón (Unforgiven, 1992).

Y es que aunque la cinta –como todas las de su especie– no pueda evitar entregarse a los incómodos engranajes del blockbuster en su tramo final, Logan sale indemne, y hasta victorioso, de su particular proceso de introspección, uno que le somete, en una escena preciosa de la película, al glorioso ritual del hara-kiri, invertido esta vez, por obra y gracia del poder de curación del mutante, y que proporciona la salida honrosa que desde hace tiempo se le debía al lobezno.

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