Juan de los Muertos

En el país de La Habana, el vivo es el rey

El fenómeno zombie ha irrumpido en la sociedad actual con el mismo ímpetu que una horda de muertos vivientes sedientos de carne humana. Si nos aventurásemos a clasificar por etapas la situación, teniendo en cuenta que la pandemia económica está siendo directamente proporcional a la aparición de producciones audiovisuales sobre zombies, no hay margen de error posible: Apocalipsis. La figura del zombie, y sobre todo la imagen de una masa homogénea de muertos que actúan como un rebaño alienado y nauseabundo, es muy susceptible a la crítica política de un mundo cuya impersonalidad y falta de compromiso ha llevado al propio ser humano a devorarse a sí mismo.

A primera vista, una película sobre una epidemia zombie que tiene lugar en La Habana predispone al espectador a dilucidar si el realizador está de parte de unos o de otros (los cuerpos resucitados caminando por una ciudad copada por el imaginario de la Revolución regalan continuamente contradicciones muy sugerentes), pero en Juan de los Muertos (2011) no conviene ahondar demasiado en estas consideraciones ya que su objetivo es otro muy distinto. La película de Alejandro Brugués está mucho más cerca de la desenfadada comedia con muertos vivientes, Shaun of the Dead (2004), Zombieland (2009), que de las críticas sociales de George A. Romero al consumismo Dawn of the dead (1978) o a la autodestrucción del ser humano Day of the dead (1985). La similitud con las primeras le confiere su punto fuerte: la utilización del zombie como herramienta humorística al servicio del gag visual y sobre todo del humor negro.

El variopinto grupo de trapicheros comandados por Juan posee una forma de ver el mundo favorecedora a la hora de sacar beneficio económico del desastre total, y ajenos a todo tipo de amenazas repulsivas (puede ser un ataque bacteriológico de los EEUU pero no les interesa mucho) siguen bromeando entre ellos como si el mundo no estuviese devorándose a sí mismo. Son gente de ocurrencias quizás demasiado “torrentianas”, pero por encima de todo, profesionales en la neutralización y eliminación de lo que ellos llaman “disidentes”, y llevan a cabo estas tareas con procedimientos muy poco ortodoxos.

Ya sean disidentes o antropófagos horripilantes, los de Juan de los Muertos poco tienen que envidiar en apariencia a los caminantes americanos de alguna que otra serie de éxito.

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