Warm Bodies (Memorias de un zombie adolescente)

Romeo y Julieta Z

Sorprendentemente, el nombre de la crítica no se refiere a la onomatopeya que se suele usar cuando un personaje de cómic cae dormido. Pero es que Warm Bodies (Jonathan Levine, 2013) plantea, a priori, una mezcla loca de corrientes de moda por la que uno puede sentirse tentado a no tomársela en serio. Chico muerto conoce chica, comedia romántica adolescente con zombies: ¿qué puede salir mal? O todo lo contrario.

Sin embargo, el primer y principal acierto de Jonathan Levine (The Wackness, 50/50) es aceptar que no tiene nada nuevo que contar, y que solo en la hibridación de géneros, y en un par de vueltas de tuerca, iba a poder aportar algo interesante a su producto. Un producto comercial esquizofrénico que, a la vez, intenta atraer a las fans de sagas taquilleras crepusculares mientras saca tajada de la moda “los zombies son los nuevos vampiros”, y sin embargo plantea una historia que bien podría ser la de una película de serie B.

El género de base de Warm Bodies, aún así, es el de la comedia romántica, pues de él extrae todos los recursos y estructura, mientras que los clichés de relatos post-apocalípticos son utilizados como fuente de humor. El protagonista y narrador es un zombie, pero realmente es el típico chico raro y adorable que se enamora de la chica guapa. Sirven de nuevo los muertos vivientes como metáfora poco sutil de la deshumanización, alienación y desconexión que está experimentando toda una generación.

Pero no son las metáforas lo importante (por suerte, dejémoslo claro), como tampoco le interesa mostrar a Levine una relación imposible basada en una emotiva fascinación por lo siniestro, que podría recordar al Eduardo Manostijeras (Tim Burton, 1990) de hace más de 20 años. Sí consigue darle una nueva vuelta de tuerca al zombie, otorgándole consciencia, sentimientos y, lo más interesante, que en un relato más oscuro habría resultado una mina de conflictos éticos: la posibilidad de resucitar. La vuelta a la vida, que podría ser una buena reflexión sobre la reinserción, la curación, la dureza con la que esta sociedad rechaza a todo lo que no está siempre a punto… Pero Warm Bodies es solo una comedia romántica. Habla de la esperanza, de que todos podemos mejorar (o casi todos), mensaje optimista que toda película de su género debe lanzar.

Todas las partes salen ganando cuando el director y guionista, adaptando una novela homónima, decide proponerse metas alcanzables: algunas referencias a Romeo y Julieta, humor paródico a lo Shaun of the Dead (Edgar Wright, 2004) e ingredientes infalibles como el überzombie que recuerda a la I Am Legend (2007) de Francis Lawrence, salvando las distancias técnicas.

A veces, la película peca de tomarse demasiado en serio, pero lo compensa con frescura y honestidad. Y con una genial banda sonora que agrupa a los grupos indie de moda, imprescindible en toda película con público joven hoy en día. Sus interpretaciones no son nada del otro mundo: Nicholas Hoult (voz en off incluída) está ahí para derretir tanto a las fans de Skins como a las que no lo conocían, Teresa Palmer está caracterizada ridículamente parecida a Kristen Stewart y John Malkovich ha visto tiempos mejores.

Sin embargo, no sería de extrañar que, tras un éxito relativo, Warm Bodies (titulada aquí Memorias de un zombie adolescente) pase a convertirse en una cinta de culto, gracias al carisma de un personaje principal que no solo retrata con certeza la autoconsciencia rarificada (y rarificante) de todo nerd, sino que además es un zombie. Y tiene un corazón que late. Muy muerto hay que estar para no emocionarse un poquito.

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