Noé

Como Hollywood manda

No era fácil, la verdad sea dicha. La premisa de convertir un relato bíblico del calibre del diluvio universal en una superproducción millonaria y que aún así, de alguna forma, mantuviese la voluntad autoral de un cineasta como Darren Aronofsky, requería más fe de la que tenía el propio Noé en el divino creador. Esa fe ciega se alimentaba de las informaciones sobre los enfrentamientos Aronofsky-Paramount por el montaje final de la cinta. El director quería mantener su visión a toda costa frente a un atropello ante el que se mostraba sorprendido (¿realmente lo estaría?). La Paramount deseaba contentar a todo el mundo, especialmente a los que más se podían enfadar con lo que acabase saliendo en pantalla. No hace falta preocuparse, el dinero, como el chaparrón, acabará llegando. ¿Pero llegará la satisfacción? ¿Saciará este Noé al espectador ajeno a versículos de origen y prohibiciones fundamentalistas?

Noé

Un debate que a la productora le viene de perlas, pero que no es, ni mucho menos, la disyuntiva que se plantea tras ver las más de dos horas de metraje que finalmente corresponden al deseo del director. La cuestión es, más bien, si este era el equilibrio entre pirotecnia y pretensiones de reflexión que había en la génesis de Noé. La historia es ya por todos conocida sin necesidad de acudir al texto de origen. Que el director se ajuste versículo por versículo a la palabra sagrada, ya ha sido valorado por los creyentes, que se rasgaron las vestiduras más allá de lo puramente cinematográfico, pero es indudable que un relato de tal magnitud y con una “major” por detrás iba a significar un despliegue visual como el que contemplamos en muchas secuencias: páramos digitales, ejércitos y rebaños que cobran vida por obra y gracia de la tecnología, secuencias que no por artificiales abandonan la capacidad de asombrar al espectador.

Como superproducción bíblica de entretenimiento, Noé aprueba con buena nota. Como una obra más en la filmografía del director de Requiem por un sueño (Requiem for a dream, 2000) o El luchador (The Wrestler, 2008) entre otras, es difícil encajarla como pieza funcional en la carrera del director. Hay atisbos de su visión personal de la imagen; secuencias como la de la creación del mundo relatada por Russell Crowe, que plantean preguntas al espectador con un montaje imaginativo y sorprendente, pero son estas digresiones existencialistas las que quizás acaben siendo desechadas por el espectador que se ha visto maravillado por las cruentas batallas. Los enfrentamientos entre la razón y la fe también se ponen sobre la mesa, pero la furia de Dios es más atractiva visualmente que la lucha interior de un hombre, ya sea un profeta bíblico o un director que quiere imponer su visión por encima del todopoderoso Hollywood. Otra vez será.

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