#62SSIFF (I): P’tit Quinquin (Bruno Dumont), Mommy (Xavier Dolan), La isla mínima (Alberto Rodríguez)

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Primera jornada en San Sebastián a la espera de algunas de las probables confirmaciones del festival, entre ellas la del talento indómito de Xavier Dolan con Mummy, Premio del Jurado en Cannes, o la de Alberto Rodríguez detrás de un thriller de gran tamaño como La isla mínima, pero no fue sino Bruno Dumont y P’tit Quinquin, su desconcertante miniserie para el canal ARTE, la agradable revelación del día.

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Mommy (Xavier Dolan, 2014) Perlas

Para Xavier Dolan el cine es una manera de recordar que estamos rotos por dentro y por fuera, por ello Mommy está también rota, sacando a la luz nuestras imperfecciones y las de sus desequilibrados personajes, por no hablar de las suyas propias, presentes a lo largo de su filmografía como un ego en busca de consuelo. Construidos a golpes, sus personajes dejan tanta impronta como fuerza transmiten sus incontenibles imágenes. En esta ocasión le bastan tres de ellos, una madre, un hijo y su vecina, que forman un vínculo emocional con el que redimirse de la vida que les ha tocado, conservando siempre la esperanza de la llegada de una distopia improbable cada mañana, un salto al vacío que lo cambie todo.

Desde su primer film, rodado con apenas veinte años, Xavier Dolan se ha expuesto cual Edipo en absoluto reprimido, motivo por el que la decisión que caracteriza Mommy al comprimir el ratio de imagen a 1:1 no es tanto una decisión estética como una imposición vital, a la que se debe la madre del título tratando de cuidar a su hijo adolescente, hiperactivo y con trastorno de personalidad, que comprime su existencia y que como en la vida, tan solo en dos escasas escenas, dos merecidas ilusiones, es capaz de expandirse y volar. Después de Yo maté a mi madre (2009), Dolan concede a su madre como concepto la idea de un futuro mejor, mientras comparten la música que suena en sus mentes, sin wonderwalls que les frenen.

La isla mínima - P'tit Quinquin

True Detective: Segunda Temporada La isla mínima (Alberto Rodríguez) Sección oficial – P’tit Quinquin (Bruno Dumont) Zabaltegi

Las huellas del thriller permiten abordar a La isla mínima y P’tit Quinquin el contexto moral de una sociedad muy determinada, pero cuando mejor se defienden (y se definen) es al apartarse del género, por su percepción del mal como un estado en tránsito, inatrapable, común. En su miniserie televisiva P’tit Quinquin, Bruno Dumont lleva al absurdo más estrafalario la investigación de una serie de atroces crímenes en una población rural francesa, pero el tono cómico no es más que un señuelo para (no) hablar del demonio que pudre una sociedad marcada por el racismo, la endogamia y los conflictos de sangre. Toda crudeza o violencia queda fuera de plano o está directamente apartada del guión, pero salpica y condiciona cada paso, acompañado narrativamente por la mirada de un niño poco inocente, el pequeño Quinquin del título, que junto a su problemático grupo de amigos fomentan el caos en el que se convierten sus vacaciones. Entre secuencias delirantes marcadas por el entorno rural, Dumont se entrega a un comandante poco astuto repleto de tics, esforzado en demostrar cual Inspector Clouseau su nula inteligencia, que junto a su temerario acompañante al volante forman una pareja cómica tan extraordinaria como inútil, incapaz de resolver un caso que es mejor no comprender al descubrir que cualquiera puede ser el asesino o la siguiente víctima.

Por su parte, Alberto Rodríguez dibuja con amplios y abstractos planos cenitales de las marismas del Guadalquivir -más propios del opening de una serie norteamericana- el concepto de una España borrosa en pleno surgimiento de la democracia, forzada a olvidar el pasado para prosperar. O eso nos contaban. De hecho, hablaríamos de dos Españas representadas en una pareja de policías que llevan el caso de unas adolescentes violadas y asesinadas entre huelgas agrícolas y reivindicaciones sociales en Andalucía, pero su contexto político queda ahogado por el forzoso y forzado ritmo de la investigación, que lleva a La isla mínima a transitar por el género en lugar de aprehenderlo históricamente hablando, recreando apenas el esbozo y no el desarrollo de sus caracteres. Decisiones a las que salvo en sus liberadas demostraciones de fuerza, como la tumultuosa persecución nocturna entre la niebla, también se rinde su cámara, obligada a engañarse a sí misma como sus personajes, cerrando el film con todos los caminos perfectamente sellados y cada diálogo marcado, a sabiendas de que aquel pasado sigue en todas partes, hasta hoy, sentado a nuestro lado.

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