El niño

Estado de excepción

Aunque a tenor de la filmografía de Daniel Monzón su Celda 211 (2009) no supusiera realmente una evolución de un tipo de cine previo, sino más bien un logro aislado, su última película, El niño (2014), sí parece continuar un camino ya marcado y haberse construido valiéndose de los mismos cimientos que se utilizaron para la anterior. De nuevo con un guión firmado a dos manos por el director mallorquín y su cómplice habitual Jorge Guerricaechevarría, es precisamente el libreto el que aporta a la cinta el plus de consistencia y de rigor casi periodístico que la reflota –y de qué manera– hacia la superficie e impide que se hunda en las olas de la por otra parte clara vocación comercial que esgrime.

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Como hiciera Jorge Sánchez-Cabezudo con Crematorio (2011), ambos colaboradores han entendido que la aleación del cine patrio y el género de acción o el thriller no ha de pasar necesariamente por el mismo aro que atraviesan los modelos que nos llegan desde el otro lado del charco. Aquí también hay un “otro lado”, y otro charco, si se quiere, aunque éste no llega a los 16 kilómetros de longitud que separan Marruecos de Gibraltar, y aunque el valor de producción de la cinta, en especial las persecuciones por mar, emule el de los grandes thrillers del Hollywood de hace unos años, aquí acaban las comparaciones entre las dos formas de hacer cine. Si la serie de Sánchez-Cabezudo miraba al ladrillo y a la especulación urbanística como excusa para componer un retrato mafioso familiar en la mejor tradición del género, aquí el telón de fondo para contar la historia de policías y narcotraficantes es la ruta de hachís en la zona del estrecho.

Del lado de la ley, un formidable Luis Tosar bien acompañado de nombres mayúsculos de nuestro cine como Eduard Fernández o Sergi López; de la parte de los gomeros, o traficantes, el dúo formado por el debutante Jesús Castro y un habitual de las películas de Alberto Rodríguez, Jesús Carroza. El pulso que se establece entre las dos facciones –con la presencia en la sombra del enorme actor que es Ian McShane, aquí en una colaboración especial– dirige el filme hacia aguas más revueltas de lo que en principio cabría esperar, que confirman, no obstante, que nos encontramos ante el mismo director que nos metió casi sin nosotros quererlo en un terrible motín carcelario. Esta vez la lucha es contra vientos y mareas, los que golpean a partes iguales lanchas y helicópteros y lo ordinario y lo excepcional. Si de la primera contienda el cierre de la película nos avisa de la inexistencia e imposibilidad de un ganador, en la segunda emerge victorioso, para fortuna del espectador, el estado de excepción.

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