#62SSIFF (IV): Negociador (Borja Cobeaga), Magical Girl (Carlos Vermut), Murieron por encima de sus posibilidades (Isaki Lacuesta), La décima carta (Virginia García del Pino)

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La nutrida presencia y mejor acogida del cine español en Donosti ha producido no pocas satisfacciones, pero también provoca ciertas reflexiones a su alrededor. Con los ecos del otro (o el nuevo, de nuevo) cine español presentes pero difusos en un panorama tan complejo, a través de lo visto estos días sería del todo erróneo y pretencioso tratar de englobar una corriente que en realidad es cada vez más una circunstancia. Pero una circunstancia tan importante que lo abarca todo y es imposible de olvidar.

A sabiendas de que cada película que se produce en España es su propio milagro, la cosecha del cine español vista en San Sebastián no deja de ser un reflejo de su contexto. Encontramos a la mayoría de ellas filmadas a pequeña escala, compuestas por un equipo artístico y técnico formado en su mayoría por amigos, incluso en las del mayor presupuesto no deja de latir un sentimiento de pertenencia, de cuadrilla, que para algo estábamos en el País Vasco -o en Euskadi, qué sé yo-, porque ahora las películas se hacen entre todos o no se hacen. También coinciden al hablar de asuntos concernientes a sus tiempos, de forma explícita sobre la crisis como Lacuesta o latente en el caso de Vermut, con la memoria histórica y el pasado político recientes puestos sobre la mesa, en los casos de La isla mínima, Negociador, Lasa y Zabala o el documental sobre Basilio Martin Patino La décima carta. El cine español avanza, como pese a todo siempre ha hecho, en bloque y mirando con lucidez a sí mismo, sin duda la mejor noticia que nos podría dar estos días.

Negociador

Negociador (Borja Cobeaga) – Zabaltegi

El mayor acierto de Negociador se debe a que Borja Cobeaga no se conforma con ofrecer un punto de vista original sobre las negociaciones que el gobierno de Zapatero estableció con la cúpula de ETA en 2005, la solidez de su ficción surge de los problemas que se propone y cómo los resuelve, esquivando por un lado todo asidero o continuación probable del éxito de Ocho apellidos vascos, sin renunciar por ello a las píldoras cómicas sobre el conflicto vasco inherentes a su forma de entender la comedia, así como negándose a realizar un film político, pero en el que la política y su posición no pueden dejar de estar presentes, firmando su obra más personal y madura hasta la fecha, centrada en el retrato de su protagonista. También la de menor envergadura, auto-producida y rodada en tiempo récord, pero no por ello menos solvente. Su claridad en la puesta en escena y confianza en cada decisión cinematográfica introducen con tanta sobriedad como patetismo a Manu Aranguren, formidable Ramón Barea, trasunto de Jesús Eguiguren, que fuera presidente del Partido Socialista de Euskadi.

Su seguimiento del personaje, muy en la línea del cine de Alexander Payne, afronta con tanta precisión como distancia irónica el punto de partida gracias a un control redondo del gag y los tiempos cómicos que decide pronto abandonar las intenciones de mayor calado político, lo relevante se encuentra en los equívocos y la sencillez cotidiana del hombre que nunca estuvo allí, un héroe fuera de sitio, así como resbala en alguna decisión de casting poco afortunada, especialmente la de Carlos Areces, pero que más allá de su valiente concisión cómica, en su gesto final no sólo redime a su personaje, sino a toda una sociedad. Un logro sutil y humilde que revela al rotundo cineasta que llevábamos tiempo deseando encontrar.

Magical Girl

Magical Girl (Carlos Vermut) – Sección oficial

Como subraya uno de los memorables diálogos del guión sobre el que está milimétricamente construida Magical Girl, España es un país dividido entre la pasión y la razón. La fuerza del surgimiento del cine de Carlos Vermut quizá resida en que se trata de uno de esos escasos oscuros objetos fílmicos capaz de circular hoy día entre ambas. Tanto en sus cortometrajes como en su perturbadora ópera prima, Diamond Flash (2011), su visión contrasta con las derivas de tono y narrativas para ocultar información al espectador, transitando por el desasosiego y la risa torcida, como en el magistral caso de Don Pepe Popi. Sus calculados artefactos no son más que piezas en un tablero de pulsiones, deseos y miedos atrapados por la lógica de los hechos. Gozando de un mayor presupuesto, igualmente ajustado, Vermut en esta ocasión se ha estilizado, su cine cada vez roza en mayor medida el artificio, se encuentra en un plano distinto de la realidad pero sin perder nunca el contacto con esta, tratando de salvar la humanidad que resta en sus personajes al mismo tiempo que filma su irremediable destrucción.

Sin desvelar el argumento, el planteamiento inicial supone un ejercicio de asimilación ejemplar de la desestructura narrativa que propuso Tarantino en Pulp Fiction (1992), mil veces imitada desde entonces pero en pocas ocasiones tan bien resuelta, para llevarla a un terreno en el que lo insólito se cruza con lo mundano, creando un teatro del absurdo mediante los extraños vínculos que unen a sus personajes, más relevantes por lo que esconden que por lo que hablan. Personajes cargados de buenas intenciones y mala conciencia, del magnífico José Sacristán a los de Luis Bermejo y Barbara Lennie, que en su apariencia corriente no dejan de moverse abruptamente en busca de una pieza que siempre falta, la pieza que el espectador deberá encontrar para cerrar un círculo que abre las puertas que como espectadores nunca cruzamos. Magical Girl es la construcción de una incógnita, de un truco de magia y de un secreto, una película tan asombrosa y terrible por lo que no revela como por lo que afirma de una España que sangra.

Murieron por encima de sus posibilidades

Murieron por encima de sus posibilidades (Isaki Lacuesta) – Sección oficial fuera de concurso

Cantan Astrud en sus desenfadados títulos de crédito que hay un hombre en España que lo hace todo. Y también que hay un hombre que lo hace todo en España. No sabemos si en este país hay un cineasta que pueda hacerlo todo y además salir indemne, como no lo hizo de su anterior visita a Donostia, polémica Concha de Oro a Los pasos dobles mediante. Pero Lacuesta lo intenta y aunque fracase triunfa, está convencido de su empresa. Como declaró estos días: “la máxima coherencia es hacer lo que te de la gana”. Murieron por encima de sus posibilidades supone encontrar a Lacuesta en un tono lúdico (y también lúcido) que era difícil calibrar y que en su frenesí cómico tampoco termina de funcionar, pero que ofrece no pocas recompensas en su retrato esperpéntico de España. A diferencia de otras parodias semejantes, en su película España es un concepto, cada personaje representa una idea armada frente a un enemigo conceptual, casi un estigma social. Esto permite que el film sea signo de nuestro tiempo, el rescate financiero sirva de excusa y razón de ser al mismo tiempo. La actualidad se cuela en cada línea del diálogo, pero en lugar de acudir a una previsible reflexión discursiva sobre el estado de las cosas, su película decide renegar de todo, incluso de sí misma, hasta el punto de hacer creer que no podemos diferenciar la Troika de los Pandas que luchan contra ella.

Atendiendo a la dura reacción en su contra de los medios asistentes al Festival, probablemente lo que pocos advertían es que la esperada comedia de Isaki Lacuesta haya que leerla más en la perspectiva de la saga Torrente, en lugar de la del creador de La leyenda del tiempo (2006) o Los pasos dobles (2011). Y no es algo negativo, porque si ha habido una serie de películas que han retratado una España en crisis y casposa desde la sátira más incisiva esas han sido las de Santiago Segura. Les separan múltiples diferencias, por supuesto, entre otras la construcción de personajes, para Lacuesta el concepto de cameo no existe, pese a la masiva participación de grandes actores de nuestro cine, trata sin acierto de sustentar narrativamente su presencia. En su intento de retratarlo, el esperpento se traslada a un rodaje caótico a lo largo de dos años por el que la narración resulta precipitada y el montaje final se dispersa, dilatado por unos flashbacks que resienten el ritmo y el tono de un film que encuentra sus mejores momentos en el psiquiátrico, dando rienda suelta a los discursos de Raúl Arévalo y Albert Plá, como en su disparatado y sanguinolento final en el barco, que recuerda a la estructura de 13 rue del percebe. Y es que si existiera un tebeo de Bruguera sobre la crisis, Murieron por encima de sus posibilidades sería la mejor adaptación posible.

Basilio Martín Patino. La décima carta

Basilio Martín Patino. La décima carta (Virginia García del Pino) – Zabaltegi

Cineastas Contados se presentó el pasado año en el Festival de San Sebastián como un proyecto de documentales realizados por directores representativos del cine actual, como Javier Rebollo, Jonás Trueba o Borja Cobeaga, con el objetivo de emparentar y retratar figuras importantes de nuestro cine de la relevancia de Francisco Regueiro, Pedro Almodóvar y Carlos Saura. Una apuesta diversa y gratificante que consolida la idea de un cine español que decide mirarse a sí mismo para avanzar. Por ello, una de las citas imprescindibles de este Zinemaldia era tantear su primera entrega, La décima carta, el documental de Virgina García del Pino con Basilio Martín Patino, un acercamiento a su obra que con gotas de ensayo cinematográfico pero que se aleja de la estructura documental convencional, apostando un retrato íntimo, nada forzado y honesto, que esquiva las vicisitudes de la edad de su protagonista con tanto cariño como admiración.

Resulta importante remarcar la importancia de la cooperación entre ambos, Basilio y Virginia, refrendada en su bonito plano final, la idea de un trabajo conjunto para iluminar su obra, especialmente su trilogía clandestina, formada por Canciones para después de una guerra (1971), Queridísimos verdugos (1977) y Caudillo (1977). Un trabajo compartido que se traslada al montaje y al guión, co-firmados por Elías León Siminiani. No sabemos si será la aportación del director de Mapa (2012) o sencillamente el intuitivo proceso documental del film lo que termina por dar forma a su acertada estructura de película-diario, separada en diez episodios, diez cartas fechando los diversos encuentros de la cineasta con Patino.

El proceso queda abierto en las dudas presentes en los primeros compases del documental y por la actitud entrañablemente reacia de Patino al mismo, restándose importancia o valor, que paulatinamente se traduce en una confianza y en un respeto mutuo entre ambos que llevan al director de Nueve cartas a Berta a reencontrarse con sus archivos y a recordar su infancia, así como sentirse cineasta de nuevo con una moviola o recordando fotografías y recortes de prensa. Pero el momento definitivo llega en la décima carta, en plena coronación del Rey Felipe VI, promulgando frente a la televisión nuevos cineastas que recojan su testigo y documenten una realidad que nos es extraña. Qué manera habrá más hermosa de contar a un cineasta que contando (y continuando) su legado, vinculando la historia del país y nuestra memoria cinematográfica con la actualidad vigente.

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