Sitges 2014 (IV): The Rover (David Michôd), Filth (John S. Baird), The Double (Richard Ayoade)

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Cuarta y última crónica desde la 47º Edición del Festival de Sitges, en la que I Origins (Mike Cahill) logró el premio a la mejor película. En ella nos cruzaremos de nuevo con Takashi Miike, dobles adaptaciones literarias, escenarios post-apocalípticos, samurais y estimulantes cruces de géneros en los que el western no deja de resonar.

The Signal

The Signal (William Eubank)

William Eubank dirige su segunda película, tras Love (2011), y continúa en su intento de retorcer el género de ciencia ficción. La historia sigue a tres estudiantes del Instituto Tecnológico de Massachusetts, Brenton Thwaites como Nic; Beau Knapp como Jonah; y Olivia Cooke como Hailey,  que viajan a través de EEUU para desenmascarar a un malicioso hacker que intenta jugar con ellos. Cuando llegan al destino dónde en teoría encontrarían al pirata informático, se suceden los acontecimientos extraños, de ahí saltamos hasta una extraña instalación dónde los protagonistas descansan sin recordar nada de lo sucedido y Nic es interrogado por un personaje enfundado en un traje, interpretado por Laurence Fishburne.

Tras ese estimulante comienzo podríamos esperar que la película avanzara hacia algo interesante, pero como ya sucedía en Love, lo que brota es un producto demasiado lento, cuidadosamente diseñado, y una sucesión de imágenes extravagantes para que encajen como piezas de un extraño puzzle, que visualmente resultan muy atractivas pero en el aspecto narrativo son poco sugerentes. No hay ningún otro elemento que aparezca como compensación, los personajes no aparecen lo suficiente para que lleguen a ser asimilados, el único que podría ejercer esa función de ancla es Nic, pero su trasfondo es demasiado simple para poder conseguirlo.

The Signal es principalmente un misterio. Queda la sensación de que el propio Eubank no sabía muy bien hacia dónde deriva su propia cinta, la belleza formal resulta cargante ante la falta total de conexión con la narración, el abuso de las imágenes a cámara lenta tampoco ayuda.  Si esto no es suficiente para aborrecer el film, a Eubank se le ocurre en la segunda mitad de su película que en la ciencia ficción todo vale y acaba entrando en un terreno tan pantanoso que ni siquiera salva su bella fotografía.

The Rover

The Rover (David Michôd)

El director y guionista David Michôd nos trae con su segunda película un escenario post-apocalíptico que rezuma western por todos lados. El relato evoca las narraciones de Cormac McCarthy, pero las traslada hasta el desolador paisaje australiano, el implacable e inmenso desierto aussie. The Rover es tan cruda en el tratamiento de la violencia como lo era Animal Kingdom (2010), primer largometraje de Michôd, cambiando el protagonismo compartido de una película coral por el de un personaje solitario, Eric, interpretado con la sobriedad necesaria por Guy Pearce, embarcado en una búsqueda desesperada, en mitad de una sociedad destrozada tras un colapso que tuvo lugar diez años atrás. Las únicas reglas que parecen regir la vida de los habitantes son muy parecidas a las de viejo oeste, es decir, todo el mundo tiene un arma y es mejor estar bien alerta porque más temprano que tarde habrás de utilizarla.

Eric se lanza a la caza de su objetivo, la venganza domina al personaje, y es su única guía. Rey, interpretado por Robert Pattinson, se convierte en compañero de andanzas. El personaje de Pattinson, para desgracia de las quinceañeras groupies y alegría del resto de la humanidad, se aleja de los arquetipos que se podrían esperar, y es que su paleto no demasiado espabilado parece sacado directamente de alguna novela de William Faulkner. Aún así, todo gira en torno al personaje de Pearce, que consigue transmitir esa frialdad y falta de remordimientos tan cercana a los anti héroes del western clásico o del género negro, que sólo necesitan sobrevivir para acabar con su venganza. Por ello, quizás habría sido más bonito no enterarnos nunca de la verdadera razón para seguir ese camino de violencia.

Michôd, co-autor del guión además de director, consigue una combinación muy bien cuadrada, uniendo una portentosa fotografía con planos de los espacios abiertos que son auténticas joyas, a una situación geopolítica descrita de forma parca pero muy efectiva, teniendo siempre en primer plano la clase de violencia que ha estado presente en muchos de los grandes westerns de Hollywood, así como imponiendo un ritmo narrativo lo bastante lento para no convertir toda la cinta en una sucesión de batallas armadas. En la transmisión de la intensa sensación de hastío que transmite la cinta, son al menos tan responsables como el director Natasha Braier con sus imágenes y Antony Partos con su música, colaborando de nuevo con Michod tras Animal Kingdom. En definitiva, nos encontramos ante un western apocalíptico que demuestra la prometedora carrera del australiano.

El Ardor

El ardor (Pablo Fendrik)

Gael García Bernal, productor y protagonista de El ardor, es una especie de mercenario que llega a una granja familiar para protegerlos de la amenaza que supone un grupo de asesinos a sueldo, cuya misión es obligar a los agricultores locales a vender sus tierras, utilizando para ello cualquier método de extorsión. El film rezuma la suciedad de los westerns de Sergio Leone, cambiando el paisaje desértico por la colorida selva, con villanos poco acicalados de los que no sabemos demasiado, más allá de sus malvadas intenciones. 

En la presentación se refirieron a ella como un western selvático, y podemos decir que para señalar su principal defecto lo deberíamos llamar western pro-selvático, y es que la inclinación de la balanza hacia la bondad del protagonista resulta excesiva. Ese sabor a edulcorante artificial queda compensado por el final, al más puro estilo del western clásico, trayendo a la memoria obras maestras como El jinete pálido (Pale Rider, Clint Eastwood, 1986) por la similitud en la situación de injusticia mezclada con sentimiento de venganza, o Grupo salvaje (The Wild Bunch, Sam Peckinpah, 1969) por su tratamiento crudo de la violencia. El western sigue vivo y reinventándose a sí mismo gracias a directores como Fendrik.

Filth

Filth (John S. Baird)

El escocés John S. Baird adapta una novela de su compatriota Irvine Welsh (Trainspotting) con la que construye una narración en su línea habitual, desenfrenada y con ácidos toques de humor. La historia nos muestra la vida de Bruce, un policía corrupto y manipulador interpretado por James McAvoy. El estilo de vida de Bruce es una alucinación constante, con la meta de conseguir un ascenso dentro del escalafón policial, y nada detendrá al sobre estimulado agente del orden en su lucha por el triunfo. Los primeros que sufrirán su ansia de progreso serán sus propios compañeros, a los que no dudará en trabar dentro de las investigaciones en curso.

El relato que construye Baird es un círculo de vicio y desenfreno, una carrera por conquistar el éxito a base de constantes salidas de tono. Bruce no concibe la vida de otro modo, drogas, abusos de autoridad, extorsiones y otras fechorías son su quehacer diario. El término “filth” hace referencia a la suciedad, la mugre, y eso es exactamente el personaje de McAvoy, una muestra de la flor y nata de la especie humana. Baird a través de Welsh nos saca a la luz las entrañas de la sociedad escocesa.

Kundo: Age of the rampant

Kundo: Age of the rampant (Yoon Jong-Bin)

El realizador coreano Yoon Jong-Bin se desmarca por completo de su trayectoria y dirige por primera vez un guión sin su autoría, ambientado además en la Corea feudal. Una ambientación cada vez más habitual en la cinematografía coreana, que ha elaborado a su alrededor un cine de aventuras bastante impactante entre el público juvenil y cargado de mensajes moralizantes, como ya pudiésemos comprobar en películas tan dispares como War of the Arrows o The King and the Clown.

Centrándonos de nuevo en Kundo: Age of the Rampant, observamos que en la película se hacen varias referencias al budismo y sus doctrinas, algo poco habitual en la cartelera coreana de claras tendencias al cristianismo. En el aspecto técnico destaca por su fotografía, muy trabajada y con prioridad por los tonos cálidos; una opción estética que enraíza a la perfección con otros elementos narrativos, con claras influencias del western, como la banda sonora o los planos de figuras recortadas con el horizonte. Las escenas de combate no destacan en exceso por sus coreografías, bastante comedidas para ser una película asiática de estas características.

Juegan en su contra una excesiva duración, casi dos horas y media, y la escasa progresión de los personajes, que interactúan en la narración como movidos por el destino sin provocar directamente con sus actos ninguno de los acontecimientos de la película. De no ser por su desmedido metraje sería ideal para ver con los más pequeños.

Over Your Dead Body

Over Your Dead Body (Takashi Miike)

Over Your Dead Body es una de esas obras inclasificables a las que nos tiene acostumbrado Takashi Miike. A simple vista parece que el director ha vuelto al género que le dio la fama: el terror. Pero lo hace de una forma muy particular, y es que la práctica totalidad de la obra, excluyendo la escenas de terror, se centran en la narración del Kaidan, una historia de samurais con tintes sobrenaturales, magistralmente introducida en el hilo argumental en forma de obra de teatro.

La alternancia de ambas historias rompe los esquemas del espectador, convirtiéndose en la gran baza de la película y a la vez en uno de sus mayores defectos, ya que se hace complicado sentirte involucrado en ambas narraciones no sólo por lo distantes que resultan, sino por lo onírico de las escenas de terror. Esta alternancia, unida a la sobriedad samurai del Kaidan, aqueja a la cinta de falta de ritmo en algunos momentos avanzada la trama.

Como puntos fuertes cabe destacar la elaboradísima fotografía de Nobuyasu Kita, director de fotografía habitual en muchas de las obras de Miike, como 13 Asesinos (2010)Hara-kiri: Muerte de un samurai (2011), y la originalidad del planteamiento argumental, que hacen de Over your dead body una buena película de samurais, una extraña película de terror y una película más de Takashi Miike.

The Double

The Double (Richard Ayoade)

El segundo largometraje de Richard Ayoade también es su segunda adaptación literaria, en este caso de un relato del archiconocido Fyodor Dostoevsky. The Double trata de forma tragicómica la vida de Simon, un trabajador de segunda en una agencia gubernamental para el que lo habitual es que cada día sea el peor día de su vida. La interpretación de Jesse Eisenberg, en el papel de Simon y de James (el doble triunfador de Simon) es más que correcta, llena de matices y con escenas que van desde el slapstick al drama pasando por el patetismo.

La fotografía lúgubre y con cierto aspecto mágico, a cargo de Erik Wilson, recuerda a la fotografía de Darius Khondji en La ciudad de los niños perdidos (1995), aspecto que se ve aún más reforzado por la escenografía, a medio camino entre una película de la Alemania divida y una ficción espacial de serie B. Podemos concluir diciendo de The Double que es una pieza entretenida, que te hace perder la noción del tiempo, tanto para lo bueno como para lo malo; y que nos expone una historia trágica con un lenguaje más propio de la comedia que del drama. Sin olvidar un elemento cómico entrañable, nos deja con ganas de ver la serie que aparece en televisión al menos tres veces a lo largo del metraje: Un híbrido hortera entre Dr. Who (más hortera si cabe) y MacGyver.

Carmelo González & Juan Avilés

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