Sitges 2014 (V): Conclusiones

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El festival que nunca estrenaría La Fin Absolue du Monde

La primera vez que uno pisa el suelo de esa pequeña y encantadora población situada al sur de Barcelona, durante los días que dura el Festival de Sitges, aunque ése no sea su nombre oficial, puede percibir que los habitantes se vuelcan con esta fiesta del cine y gran parte de los establecimientos comerciales de la localidad acomodan sus vitrinas al ambiente de la cita. Muchos de estos propietarios quizás no hayan asistido nunca al cine durante la llamada Semana Fantástica, nombre original del certamen, pero dejan la sensación de ser capaces de captar la esencia de la cita mejor que parte de la organización.

El Festival de Sitges es una entidad con vida propia, la que ha ido adquiriendo durante las últimas cinco décadas, y nadie debería sentirse con la autoridad suficiente para convertirlo en su coto privado con el que experimentar. Existen multitud de festivales de cine que son cajones de sastre, en los que cabe absolutamente todo, y eso está bien, pero hay una escasez muy dolorosa de festivales especializados en cine de género y Sitges se había convertido en una referencia internacional en ese sentido.

Sitges 2014

(Foto: Rafael Avilés)

Especialmente en la última década la cita ha aumentado de modo exponencial la cantidad de proyecciones, lo que principalmente ha generado dos efectos negativos. Por un lado, resulta muy tedioso para los asistentes conseguir ver todas las cintas que desean, pues cuando no se produce un solape directo, hay un tiempo de separación mínimo entre proyecciones. El otro aspecto negativo consiste en que al aumentar las películas proyectadas, la importancia del género va disminuyendo, se abre la entrada a cintas que años atrás no se habrían programado. Y esta es una cuestión delicada, se puede argumentar que los límites de los géneros cada vez se difuminan más, pero hace veinte años habría sido difícil ver a una película como Holy Motors (Leos Carax, 2013) colarse en la sección oficial, y mucho menos alzarse con el galardón a mejor película.

Habrá quien considere que esta apertura enriquece al festival, y lo hizo en un sentido positivo en el momento que se abrió las puertas al género negro y el thriller a mediados de la década de los ochenta, pero en los últimos años se percibe que el criterio se ha vuelto demasiado difuso. A esto sumamos las últimas noticias, que indican la intención del director del festival, de reformar la sección oficial, copiando el modelo de Toronto, por lo que sin necesidad de convertirnos en paranoicos, podemos sospechar que las características que han definido a Sitges corren el riesgo de ir quedando sepultadas bajos las innovaciones que se pretenden aplicar.

A estos cambios traumáticos hay que añadir un problema que casi se está convirtiendo en un mal endémico, los apagones durante las proyecciones en el Auditorio, que en 2013 incluso provocaron que Open Grave no pudiera ser exhibida al completo. Así como el retraso en el inicio de multitud de las sesiones, pudiendo unir ambas situaciones a una parrilla muy saturada. Parte de esos errores son entendibles en un evento de enormes dimensiones, pero no hay excusa alguna para que la organización raramente pida disculpas por ello.

Maps to the Stars

Maps to the Stars (David Cronenberg)

Otro detalle que hace dudar del modelo de dirección del festival son los cambios de última hora en la Sección Oficial. Por poner un ejemplo, este año la película Zombeavers desapareció de dicha sección para dejar un hueco a Maps to the Stars, que originariamente no participaba a concurso. Sin entrar a valorar la calidad o el “porcentaje fantástico” de ninguna de las dos, sí que suena a decisión a favor de la reputación de David Cronenberg en detrimento del recién llegado Jordan Rubin.

Da la sensación que se ha emprendido una huida hacia adelante, sin pararse en ningún momento a reflexionar sobre lo que se ha hecho bien en el pasado para llegar a convertirse en referencia y sobre los errores que se han cometido en la última década, más allá de los meramente técnicos, quizás lo más preocupante sea que en el camino de esa escapada vayan dejando parte de las señas de identidad. No se trata de una simple querencia por el tiempo pasado, sino de analizar en profundidad qué ha sido, es y será de Sitges. No se entiende demasiado esa obsesión en los últimos años por ir más allá del género, incluyendo películas ajenas al fantástico que hacen peligrar la coherencia en la programación, algo fundamental para forjar la personalidad del certamen.

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Cigarette Burns (John Carpenter, 2005)

En cualquier caso, lo que se pretende exponer con este artículo es que cada vez más, parece que el Festival de Sitges sufre fluctuaciones más tendentes a los intereses de su cúpula directiva que a los del propio festival. Y es imperdonable que un festival con una trayectoria de casi medio siglo, que es una institución a nivel mundial en el cine de género e incluso fue homenajeado por John Carpenter en su episodio de Masters of Horror: Cigarette Burns, deje de ser todo lo que ha sido simplemente para satisfacer a unos cuantos que se escudan en el desgastado argumento de “lo hacemos por el público”.

Carmelo González & Juan Avilés

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