Peter and Bobby Farrelly: Filmografía

Desde Rhode Island al mundo, los hermanos Farrelly han dibujado un mapa de la comedia norteamericana que todavía está por reconocer y al que aportamos nuestra primera piedra. Su saludable apología de lo estúpido y lo grotesco les definen, pero también su profunda humanidad, el estudio del rol masculino y el paisaje de las carreteras de Norteamérica por las que ha transitado su cine durante dos décadas. Además de encontrar unos cineastas que desde el clasicismo han transgredido las normas imperantes en la comedia contemporánea, el paso del tiempo les ha acabado llevando a su propio y exclusivo territorio, uno al que vuelven con la secuela de Dos tontos muy tontos (1994), motivo de sobra por el que volver a mirar con otros ojos su filmografía.

dos tontos muy tontos

Apología de lo estúpido

por Andrés Galán

Cuando en 1994 Peter y Bobby Farrelly pusieron sobre la mesa el libreto de Dos tontos muy tontos (Dumb & Dumber), la odisea americana de Harry y Lloyd resultaba todavía demasiado imbécil incluso para Hollywood. La crítica no tardó en responder poniendo de manifiesto que, en aquellos incipientes años noventa, el humor tosco, absurdo y obsesivamente infantil de sus directores (humor que no ha dejado de ser emblema de toda una generación), estaba todavía lejos de ser aceptado como narración integradora de su tiempo. Desde entonces, los Farrelly no han cesado en su empeño por perpetrar locuras y ya son doce, si contamos la cinta de episodios Movie 43 (2013), los largometrajes estrenados hasta la fecha por los directores de Algo pasa con Mary (There’s Something About Mary, 1998).

Dos tontos muy tontos es, probablemente, junto La tribu de los Brady (The Brady Bunch Movie, Betty Thomas, 1995), la piedra fundacional de la Nueva Comedia Americana. Atrás quedan las comedietas, en el fondo bienintencionadas, de John Hughes, los poderosos e ingeniosos diálogos de Billy Wilder o el nervio enfebrecido de los hermanos Marx. La nueva era pertenece a una generación que superando viejos tabúes sexuales, ha olvidado los terrores de la guerra nadando en la abundancia. La consecuencia lógica es la transformación de una industria que, guste o no, ha venido reflejando nuevos modos de consumo y con ellos, nuevas formas diversión. De qué se ríe una época es, para qué negarlo, la expresión última de su carácter.

Esta nueva forma de hacer comedia, indigesta para algunos pero acorde con un mundo que se infantiliza cada vez más, es la prueba de que ya no necesitamos servirnos de la sátira política o social, del slapstick más clásico ni del diálogo enfebrecido para soltar la carcajada. Ahora lo estúpido prevalece desbordando cualquier imposición o límite. Ya no nos resulta extraño ver a tipos de treinta años viviendo en casa de sus progenitores mimetizándose con extraño atuendo en bailes de masa tipo Harlem Shake. El cine de los Farrelly es, por tanto, y como aquella famosa expresión del vetusto idealismo alemán, “ars gratia artis, lo estúpido por lo estúpido”. Ya no hay rastro de sátira ni decoro. Se trata de una nueva forma de nihilismo. Lo imbécil, lo idiota y lo infantil campan a sus anchas haciendo ostentación y gala de lo zafio. Dos tontos muy tontos es el estandarte de una nueva forma de hacer comedia que se caracteriza por un hastío de la inteligencia. Como si de alguna forma, sus directores dijeran: “Sabemos que somos cultos y sofisticados, pero a estas alturas, nada hay más divertido que un chiste sobre caca”.

Esta libertad y falta de prejuicios es, probablemente, la clave del éxito del cine de los Farrelly; quienes después de dos décadas siguen confirmando con cada película lo que muchos ya sabemos: nada hay más liberador que hacerse el idiota.

algo pasa con mary

Algo ha pasado con Mary

por Andrea Morán (Filmin 365)

Han transcurrido 16 años desde el estreno en salas de Algo pasa con Mary (There’s Something About Mary, 1998) y la sensación que uno obtiene ahora cuando la revisita es similar a lo que ocurre cuando hojeas la vieja orla de instituto. Ese documento (más o menos vergonzoso, según la fotogenia de cada uno) representa tanto el final de una etapa como el comienzo de otra. En el caso de Algo pasa con Mary podríamos considerar que esta fue una de las películas fundacionales de la Nueva Comedia Americana, así que los rostros que observamos inauguraban por aquel entonces un estimulante periodo que haría del humor grosero su principal arma para empujar los límites de lo correcto mucho más allá del buen gusto. Tal y como si fuera aquel compañero de clase al que perdimos de vista, parece conveniente preguntarse qué habrá sido de ella, de esta película que fue un auténtico espaldarazo para la carrera de sus directores, los hermanos Farrelly, y un gran referente para los futuros realizadores y guionistas que apostaron por la vía del humor incorrecto como la mejor forma de hacer reír y desinflar tabúes y clichés.

Chico conoce chica.

Chico se pilla sus genitales con la cremallera.

Chico pierde chica.

Si bien la imagen icónica de esta película es indiscutiblemente el pelo tieso que Cameron Diaz lucía tras aplicarse aquel gel tan particular (aún el pasado Halloween este disfraz seguía repitiéndose), lo primero que llama la atención al volver a ver Algo pasa con Mary es la capacidad de sus directores para insertar el humor escatológico sin salirse en ningún momento del género romántico. Nos encontramos ante la premisa tradicional del chico-conoce-chica por la que se inicia una historia de amor verdadero que tendrá que sortear varios obstáculos para llegar a su final feliz. Hasta ahí todo normal. Ya sea por el tipo de humor o la construcción de los personajes, esta película ha sido tildada de misógina en alguna ocasión y los Farrelly también han sido acusados de comportarse de manera irrespetuosa con las minorías (1). Afortunadamente en 2014 este argumento suena totalmente caduco, y eso ya es una victoria. Ya hemos superado el debate de lo políticamente correcto e incorrecto a base de cremalleras, fluidos y gases y ahora el humor de la incomodidad, que tomó cierto relevo, nos ha acostumbrado a bromas que los guardianes de lo “respetuoso” (en el mal sentido) nunca habrían imaginado poder consentir. Si situamos Algo pasa con Mary en su contexto (1998) entenderemos que contribuyó a que se abriera la veda para lo que vino después, y por si la anécdota sirve de algo, incluso se dice que la de Ben Stiller es una de las primeras eyaculaciones en pantalla dentro del cine estadounidense maistream contemporáneo (2). Ahí es nada.

Es cierto que en el cine de los Farrelly no hay ningún límite y todo puede ser objeto de burla (sexo, género, raza, discapacidad, clase social), pero ese mismo criterio de ir contra todo nos asegura que el ingenio burlón también apuntará a la diana varonil. Si antes decíamos que el tándem Farrelly se alimenta efectivamente de la clásica historia romántica, debemos matizar que en Algo pasa con Mary tanto los personajes como las situaciones trabajan a favor pero al mismo tiempo también en contra de los estereotipos habituales del género. Las dificultades que se interponen entre Mary y Ted son una serie de pretendientes que desvirtúan la imagen universal del galán: hombres lastrados por sus defectos físicos o mentales y por su obsesión hacia la protagonista, algo así como un colectivo de damnificados por Mary al que se unirá Ted. Si estos personajes masculinos se alejan del arquetipo de seductor, el de Mary sí se corresponde con la imagen de mujer atractiva, pero al menos es una mujer independiente y graciosa, dos cualidades que no deberían pasar inadvertidas. Partiendo de esta base, Cameron Díaz se especializará más adelante en realizar papeles que contradigan con más fuerza la pasividad femenina que Hollywood suele asignar a este tipo de roles (valga como ejemplo la saga de acción Los ángeles de Charlie y las comedias La cosa más dulce o Bad teacher).

Vista desde la actualidad, la actitud de los Farrelly resulta incluso inocente si la compramos con la malicia verbal del post-humor, los chistes mezquinos de Apatow y los disparates físicos tan dolorosos de Jackass. Es ahora cuando sobresale un rasgo de Algo pasa con Mary que entonces había quedado eclipsado: su humanidad. La predisposición de los personajes hacia lo patético (desde el accidente de Stiller en el baño hasta las ampollas de Chris Elliot) siempre está contrarrestrada por la ternura y la bondad de Mary, nunca hay por su parte un gesto de desprecio hacia la discapacidad ni una burla… Por todo ello Algo pasa con Mary se revela ahora como un filme mucho más piadoso y menos bruto de lo que creímos. Las películas que continuaron por esa senda (incluidos los trabajos posteriores de los Farrelly) han llegado más lejos en gamberrismo y en crueldad, y tal vez por esta razón es ahora cuando valoramos tanto el cariño que Algo pasa con Mary muestra hacia sus personajes. Haciendo esta reflexión extensible a la propia NCA, un movimiento tan mimado por la crítica, parece que su rama escatológica puede haber decaído quizá por empeñarse en subir siempre la apuesta y usar sus claves en exceso sin preocuparse demasiado por reinventarlas… Pronto vamos a llegar (si aun no lo hemos hecho) a un punto en que lo diferente será lo tradicional. Quién nos iba a decir que lo incorrecto sería reivindicar la humanidad. 

1. Transgressive Bodies: Representations in Film and Popular Culture. Niall Richardson, 2010.
2. Mainstreaming the Money Shot: Representations of Ejaculation in Mainstream American Cinema. Tuck, Greg, 2003.

yo, yo mismo e irene

Yo, ella misma y Renée

por Pedro Villena

Desafortunadamente, la reciente aparición de Renée Zellweger con un nuevo rostro no responde a necesidades de producción de un remake de Yo, yo mismo e Irene (My myself & Irene 2000), aunque como campaña de marketing viral habría sido la obra cumbre de los hermanos Farrelly. Su segunda colaboración con Jim Carrey es otra estimulante road movie en la que, al igual que en Amor ciego (Shallow Hal 2001), el amor y la distorsión de la realidad vuelven a ser compatibles. Esto lo hace posible el genio cómico de Carrey, intérprete de raza en todas sus vertientes, capaz aquí de interpretar a dos personajes en uno gracias a su capacidad gestual y a la expresividad de sus tan reconocibles muecas alucinadas, esas por las que muchos le detestan.

Siempre fieles al retrato del outsider, aquí tienen la oportunidad de construir dos personalidades a la vez debido al trastorno de personalidad que sufre Charlie, un policía bonachón que esconde bajo medicación un lado bastante oscuro. Ese lado que alimenta inconscientemente con traumas como el abandono de su mujer o el hecho de no aceptar que puede que sus tres hijos varones (que son afroamericanos) no sean realmente sangre de su sangre.

La trama queda por tanto vertebrada en la lucha interior (y también exterior) que emprende Charlie frente a su némesis Hank, un tipo grosero, vicioso y violento que es la antítesis de la ingenuidad de policía de Rhode Island. La ilusión de estar frente a dos personas diferentes no precisa de efectos especiales ni de cirugía estética avanzada, solo está el rostro de Jim Carrey, acentuado por los golpes musicales que nos indican que algo cambia para terminar de crear la ilusión.

No quedan aquí pervertidos de manera alguna los códigos de toda road movie, una persecución clásica por las tantas veces transitadas carreteras secundarias estadounidenses, plagada de anécdotas y personajes estrambóticos como el carismático “blanquito”, un inquietante albino parricida, o los hijos adoptivos de Charlie, superdotados, políglotas y bastante malhablados.

Quizás Renée, nostálgica de los tiempos en los que no hacía falta cambiar de rostro para cambiar de vida, se hundió en el pozo de la transfiguración personal, pero bien sabe que lo estrambótico siempre tiene hueco en el mundo Farrelly.

amor ciego

“Never settle for average”

por Pedro Villena

El cine de los hermanos Farrelly es un continuo y sincero homenaje a los que por suerte o por desgracia son diferentes. Desde el hermano de Mary en Algo pasa con Mary (There’s something about Mary 1998), hasta el simpático albino conocido como “blanquito” de Yo, yo mismo e Irene (Me myself & Irene 2000), por su filmografía han desfilado con naturalidad personas con todo tipo de trastornos psíquicos, deficiencias, parálisis y malformaciones, si bien es cierto que en su particular universo cómico todas ellas convergen de tal manera con los supuestamente “normales” que nos resulta difícil distinguir entre cuerdos y dementes. No hay ni un ápice de conmiseración o sentimentalismo a la hora de introducir este tipo de elementos en sus historias. Reimos con ellos y no al revés.

La película que serviría para refutar esta hipótesis, y sobre la que quizás podríamos estructurar nuestra humilde tesis sobre unos cineastas que paradójicamente se han visto muchas veces marginados por la crítica, sería sin duda Amor Ciego (Shallow Hall 2001), su alegato más firme en favor no solo de la belleza interior de la mujer, sino de toda la raza a la que llamamos humana. Jack Black interpreta a un personaje demasiado reconocible en el entorno actual, obsesionado por los cánones de belleza femeninos e incapaz de considerar atractiva a una mujer únicamente por su personalidad, hasta que en un encuentro fortuito la manaza de un temible “coaching” gigante le libra del velo que le cegaba. Curiosamente, en el nuevo mundo en el que encuentra atractivas a las mujeres que frecuentemente no reciben muchos piropos, Hall empieza a convertirse en un incomprendido más.

Es en estos juegos de confusión entre la percepción alterada de la belleza de Hall y la del resto del mundo (¿o es al revés?) donde los Farrelly se mueven con mayor soltura, hilvanando gags en torno a una idea que no muestra signos de desgaste durante todo el metraje. Un juguete en las manos inspiradas de unos cómicos que solo necesitan una canción de la motown unida a una serie de situaciones absurdas para hacernos sonreir.

Lo que quizás resulta complicado en el cine de los Farrelly, mejor ejemplificado que nunca en esta propuesta, es la dificultad de separar de la supuesta escatología (palabra comodín de los críticos para desprestigiar muchas de sus películas) del mensaje que pretenden transmitir. Este queda frecuentemente sepultado en favor de la utilización del gag cómico, su arma más potente y esa que hace que sus películas funcionen para unos y se queden en un intento fallido para otros. De lo que no se les puede acusar es de trivializar ciertas cuestiones, o a ciertas personas. Su cine es un canto a lo diferente, o más bien  un planteamiento sobre la existencia de esa gente tan aburrida a la que la solemos llamar “normal”.

osmosis jones

Membranas impermeables

por Omar Santana (Reencuadres)

Osmosis Jones (2001) es una película bicéfala. Su metraje se encuentra dividido en una porción de acción real, comandada por Bill Murray en el papel de Frank bajo la dirección de los hermanos Farrelly, y otra de animación en la que viajamos por el interior del cuerpo de Frank, dirigida por Tom Sito y Piet Kroon. Pero esa dualidad no se limita a éste, el aspecto más obvio, sino que parece extenderse por el resto de su sistema afectando al tono, sus supuestas intenciones y público objetivo.

En primer término seguimos la historia de Frank, un hombre que enferma debido a su estilo de vida entregado a la dejadez y la comida basura. El humor de corte escatológico característico de los hermanos Farrelly salpica un relato que no escatima en rostros sudorosos, vómitos verdes y granos explosivos. Sin embargo, este fragmento de la historia convive con un tono aleccionador aportado por el personaje de Shane, la hija de Frank preocupada porque las poco saludables costumbres de su padre puedan acabar costándole la vida, que parece dirigirse hacia el público infantil

El deliberadamente tosco estilo visual de este fragmento choca con el colorido segmento animado, que se construye como si de una buddy movie policial se tratara, emparejando a Osmosis Jones y Drix, una célula blanca y una pastilla para el resfriado que deben luchar juntos contra la enfermedad que afecta a Frank. Es en este segmento donde se despliegan las mayores dosis de ingenio de la película, con un acertado diseño que representa el cuerpo de Frank como el de una ciudad, yendo desde los bajos fondos situados en las axilas a el lujo del ayuntamiento en el cerebro, sin olvidar la necesaria visita turística a las grandes piedras del riñón. En esta línea se despliega una buena dosis de humor referencial, con acertados juegos de palabras y un divertido metalenguaje aprovechando el género fagocitado (guiños a los clásicos más reconocibles incluidos) al que el público infantil probablemente sea inmune.

Resulta irónico que una película que lleva la palabra Ósmosis en su título tenga una estructura tan compartimentada, con dos partes que resultan impermeables entre sí al humor y tono que abordan. El resultado puede resultar irreconocible para los adeptos al cine de los Farrelly, aunque sigue presente la mofa al estilo de vida americano, pero la película gana enteros gracias a la animación, a medio camino entre el cartoon tradicional y la animación 3D, y la apuesta por un humor tras la estela de Shrek, el gran éxito de ese mismo año.

amor en juego

De amor y obsesión

por Sofia Pérez Delgado (La película del día)

– Escribano, ¿qué es el Racing para usted?
– Bueno, una pasión, querido.
– ¿Aunque hace nueve años que no sale campeón?
– Una pasión es una pasión
– ¿Te das cuenta, Benjamín? El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios… Pero hay una cosa que no puede cambiar: no puede cambiar de pasión.

El diálogo que tiene lugar al final de una de las escenas más memorables de El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009) hace referencia a la pasión en su vertiente futbolística. Un entusiasmo que transita peligrosamente en el límite de la obsesión socialmente aceptada, como pueda ser la del cine o la música. Pero, ¿qué ocurre cuando la pasión de convierte en esa obsesión? ¿Cuando deja de ser un hábito importante en tu vida que hace que sea más feliz, para transformarse en una necesidad frustrante?

Esto analizaba Nick Hornby, el reconocido autor inglés de libros como Alta fidelidad (1995), en su ensayo Fiebre en las gradas (1993), una divertida a la par que mordaz disección del carácter británico a través del fútbol. Narrada en primera persona, su protagonista (que no es otro que el propio Hornby) se confiesa, desde la introducción y sin tapujos, obseso del Arsenal Football Club: “No hay análisis, no hay conciencia de uno mismo, no hay rigor mental en funcionamiento, porque a los obsesos les está negada toda clase de perspectiva sobre su propia pasión. En cierto modo, es exactamente eso lo que define a un obseso (y sirve además para explicar por qué son tan pocos los que se reconocen como tales)”. Hornby reflexiona sobre el concepto de “espectáculo como dolor”, que no se disfruta, que no sirve como entretenimiento, sino que crea una angustia irracional permanente. Este absurdo padecimiento convierte al protagonista en un marginado de la sociedad, perfecto para los gustos de los hermanos Farrelly, que adaptaron el libro con Amor en juego (Fever Pitch, 2005)

Esta no era, sin embargo, la primera versión cinematográfica del mismo: ya por 1997 David Evans realizó la inglesa Fuera de juego, protagonizada por Colin Firth. Hornby, que se encarga de adaptar todos los guiones de las películas que se basan en sus novelas (la misma Alta fidelidad -2000-, Un niño grande -2002-, Mejor otro día -2014-…), lo hizo también con las dos versiones de Fiebre en las gradas, transformando un tema al que en el libro le dedica escasamente un capítulo, la relación que mantenía en el momento en que lo escribió con la que fue su primera mujer, en el motivo principal, como metáfora del vínculo amoroso que le une al fútbol. Mientras que el hilo conductor de Fuera de juego son, no obstante los flashbacks que enlazan las frustraciones infantiles del protagonista con esa pasión que le ayuda a superarlas (o solaparlas), los Farrelly encajan la historia perfectamente dentro de los parámetros de la comedia romántica estadounidense, protagonizada (¡ni más ni menos!) por Drew Barrymore, una de las reinas del género. Pero pronto se aprecia que su sucesión de tópicos, al menos durante gran parte del metraje, están ahí para intentar darles la vuelta y reírse de ellos, aunque sin excesiva maldad.

En este caso, se cambia el fútbol por el deporte norteamericano por excelencia: el béisbol. El protagonista, que ofrece un adecuado talante de inmadurez patológica, es seguidor de los Boston Red Sox. Aunque se hace menos incidencia en su infancia y adolescencia, la película sí que juega con la adicción emocional que tiene el chico con su equipo. No deja de sorprender, como ya sucedía en Fuera de juego, la aparición protagónica de la paternidad en el filme, cuando en la época en la que Hornby escribió el libro, como él mismo relataba, ni siquiera tenía hijos aún (“El acto realmente maduro que debería realizar […], si es que me conozco bien, es ir a hacerme una vasectomía sin dudarlo”, afirma el escritor en uno de los momentos de humor negro más brutales). El autor parecía asumir entonces, no sin cierta reticencia, pero sí con resignación, su incapacidad de evolucionar; pero, con el paso de los años, como se aprecia en sus guiones, no ha logrado escaparse de la moralista reflexión en torno al crecimiento como persona, y que pasa inevitablemente, según parece creer hoy en día, por (plantearse) tener hijos.

Amor en juego es una película que mantiene cierto estilo (más de Hornby que de los Farrelly), es divertida sin estridencias y resulta totalmente empática. Pero no consigue desprenderse del todo de su estatus de producto hollywoodiense, algo falto de personalidad y decepcionante en su conclusión, que deriva hacia un conservadurismo que parecía ya muy superado en el género. Se aleja así del carácter sociológico, fresco en incisivo de la novela, y del irreverente temperamento de los Farrelly, que aquí ofrecen un trabajo correcto y digno, pero sin mayores alardes.

matrimonio compulsivo

La comedia como golpe de estado contra uno mismo

por Manuel Ortega (Miradas de Cine)

Para mí la nueva comedia americana comienza con los Farrelly y se quita de tonterías con esta película (al menos en su variante romántica). Que sí, que Apatow es muy bueno y que sabe y lo sabe y todo, pero no es lo mismo porque no es igual. Porque cuando te pones a dignificar un género se pierde lo indigno y ahí es donde está el sabor, la sustancia y el género propio en sí. El tuétano de las cosas que saben bien y luego se repiten y te vuelven al paladar. Matrimonio compulsivo “indignifica” esa versión indie, conservadora y frugal del humor enloquecido que al final (a)sienta la cabeza, las gónadas y el corazón. La desmonta, la sublima y la despeina.  Le da con un palo y le introduce una zanahoria por el culo a todas las moralejas que un día fueron. Porque Paso de ti (Forgetting Sarah Marshall, Nicholas Stoller, 2008) no está mal, pero es que esta está realmente bien. La posterior parece el borrador de la obra anterior, el plan inconcluso de la noche loca que tuvimos ayer.

Porque Matrimonio compulsivo desmenuza el modus operandi de la comedia romántica complaciente para ponernos en un lugar incomodo todo el tiempo, como más tarde volverían a hacer los Farrelly en sus dos magníficos capítulos para Movie 43. Porque no hay tregua ni para el personaje ni para el espectador. Porque los límites de la comedia es un oxímoron, un sinsentido, otra estrategia del poder. Porque (tú y yo sabemos que) algún día iremos a la boda de nuestra ex y los niños nos cuestionarán, con lógica aplastante, nuestra sexualidad, porque algún día nuestro padre no solo nos invitará a putas, sino que querrá compartir una cama redonda con nosotros, porque alguna vez diremos que sentimos amor, que queremos amor, que somos amor, y nos casaremos impulsivamente cuando realmente lo que nos pasa es que tenemos miedo a nosotros mismos y a nuestra soledad (con nosotros mismos), porque seremos inmigrantes ilegales en nuestra propia casa, porque seremos unos cabrones, porque odiaremos, nos odiarán, llegaremos tarde y moriremos temprano. Porque seremos las perdices que serán devoradas al final del cuento.

Porque seremos quien cante mal todas las canciones en ese viaje (que es la vida) mientras miraremos a otro lado para no ver nuestros ojos en el espejo retrovisor. Matrimonio compulsivo es el viaje organizado de la comedia romántica por sus propios precipicios e incoherencias, el safari interior en el que no se puede alimentar a los animales a los que servimos de mascota. La risa y la culpabilidad cercenada por la risa.

carta blanca

Aires de menudeza

por Pablo Vigar

En la crítica que hacía de ella en su día, Jordi Costa definía Carta blanca (Hall Pass, 2011) como una caligrafía de la pitopausia, término que el crítico acuñaba para hacer referencia a ese período de dudas de duración imprecisa –y quizás infinita– que somete al género masculino una vez alcanzada cierta estabilidad en la existencia de uno, sin importar el grado de cumplimentación de casillas –el check de los anglosajones– alcanzado. Tanto el término como la mención al crítico a la hora de referir esta cinta están en buena medida justificados: el primero se sustenta en el estado de constante insatisfacción de un género destinado a no crecer y a contemplar con nostalgia y cierta sobredimensionalidad aquellos tiempos pasados y quién sabe si mejores; el segundo, tan asociado a la comprensión del humor y sus corrientes actuales, por ser de los pocos buenos entendedores a los que bastaron las pocas palabras con que los hermanos Farrelly diseñaron una de las mejores entradas en su ya de por sí cuidada filmografía.

La carta blanca que en la ficción conceden las esposas a unos geniales Owen Wilson y Jason Sudeikis parece ser la misma con la que los hermanos Farrelly hilvanan gags, conformando un tratado delirante sobre la madurez masculina, o la falta de ella, sin perder un ápice de inconformismo ni gamberrismo, aunque su final invite a pensar lo contrario. La sucesión y acumulación de noches fracasadas/abortadas como certero retrato de la pitopausia arriba comentada es el punto de arranque de la carrera de fondo en la que participan tanto los protagonistas como los directores, cabezas pensantes que han logrado en esta Carta Blanca construir una gran película que quizás, para infortunio de muchos, se pueda haber colado bajo los mimbres de una un poco más pequeña.

los tres chiflados

Hacia un gag radical

por Antonio M. Arenas

The Three Stooges son Moe, Larry y Curly. También lo fueron Joe, Shemp o Curly Joe en algún momento de las más de cuatro décadas de historia del célebre trío cómico. Supervivientes de lo que entendemos por vodevil y screwball en la televisión norteamericana, su popularidad y gran éxito entre el público infantil les llevó a permanecer en activo desde los años veinte hasta finales de los sesenta, negándose a reconocer la decadencia de sus producciones y su propia vejez, patente en largometrajes tan entrañables y fuera de su tiempo como The Three Stooges Meet Hercules (Edward Bernds, 1962), que a su vez, y desde la distancia que se nos concede, unidos a sus circunstancias contractuales resultan un ejercicio admirable, el único mecanismo de defensa posible de una manera de entender la comedia que se resistía a desaparecer.

Trío al que desde ahora Sean Hayes, Will Sasso y Chris Diamantopoulos pasaran a formar parte con honores, caracterizados de la formación más reconocida de todas ellas: Moe, Larry y Curly. Porque aunque pudiera jugar en su contra, su condición de intérpretes y comediantes de segunda línea beneficia la integridad del resultado final. Despojados de toda imagen que preservar, realizan un trabajo actoral asombroso, de equilibrismo sin red, repleto de gestualidad, ritmo y sincronización, remitiendo infatigables a las formas de un humor que ya no existe y a un espectador que ya no las conoce ni las espera, como si fuera posible seguir haciendo funcionar su mecanismo.

Con ese propósito latiendo de fondo, y en plena época del post-humor, los hermanos Farrelly parecían los más indicados para trasladar semejante material de derribo al prisma contemporáneo, nada más temerario que tratar de reivindicar la inocencia. Dividida en tres actos que funcionan a modo de sus clásicos cortometrajes, recuperando hasta las clásicas cortinillas, The Three Stooges (2012) supone algo inaudito en los tiempos que corren, un ejercicio de nostalgia cinéfila bien entendido. Su logro parte de asimilar las formas primigenias -el placer por el humor físico y los efectos de sonido- trasladadas a la celebración de lo escatológico y los diálogos idiotas, sin renunciar a una visión sarcástica de los cambios que se han producido en el mundo televisivo al que pertenecieron, introduciendo a Moe y sus gags en Jersey Shore, imaginando así las bondades que llevarían a cabo en la televisión actual de seguir existiendo.

Pero ante todo, hablamos de un proyecto por el que los Farrelly llevaban luchando años, que define su manera de entender la comedia, tan apegada a ese componente grotesco y aparentemente estúpido que en el fondo resulta esencial en toda comedia, rodeado de un candor que refuerzan con su guión deliberadamente apegado a lo emocional. La clase de empresa suicida que cualquier otro director habría rechazado, pero en la que ellos encuentran su material de origen, la raíz que da sentido a tantas horas de su infancia pegados a la televisión, una oportunidad para firmar su trabajo más radical tras las cámaras. Y radical en un doble sentido, primero por tratar de conservar el slapstick en su estado primigenio, haciendo guiños o remitiendo escenas de algunas de sus piezas, para en segundo lugar transmitirlo en su puesta en escena de forma integral, conscientes de encontrarse ante un legado y un lenguaje visual que están dispuestos a postergar. Pero como han venido haciendo desde sus inicios, también a transgredir para continuarlo. Que le pregunten a Larry David.

3 Comments

  • ¿Y ‘Vaya par de idiotas dónde está? Si junto a ‘Algo pasa con Mary’ es su mejor peli.

    • Es un estudio en proceso, como los contenidos de cada número de la revista, pero intentaremos en la medida de la posible incluirla, al igual que ‘Pegado a ti’. Y sí, creemos que es una de sus mejores y más incomprendidas películas, lo que ya es decir. Esperamos arreglarlo pronto. Saludos y gracias por comentar.

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