Magia a la luz de la luna

Esperando un último truco

Pese a su más que conocido ateismo, o probablemente debido a ello, el cine de Woody Allen ha caído rendido en no pocas ocasiones a la superstición y lo oculto para tratar de buscar alguna explicación o arreglo posible a su/nuestra existencia sin sentido. En Alice (1990), Mia Farrow recurría a sesiones de hipnosis y las hierbas de un curandero oriental para encontrar esperanza en su vida amorosa. Más recientemente, en Conocerás al hombre de tus sueños (2010) ante la desolación de la mayoría de personajes, la única que encontraba alivio era aquella anciana que se dejaba seducir por una vidente y acababa creyendo en la reencarnación. En Magia a la luz de la luna nos alejamos de la cruda crónica del ahora que supuso Blue Jasmine (2013) para volver a unos cándidos años veinte, donde su protagonista (un Colin Firth fuera de tono e incapaz de aportar el cinismo y misantropia que su personaje requiere) es un exitoso ilusionista que, como no podía ser de otra manera, es un completo escéptico.

Magic in the Moonlight

Como irónico punto de partida nos encontramos ante una de esa serie de plot keywords perfectos que Woody Allen esconde en un cajón cada vez se le ocurren y que mezcla cuando necesita elaborar un nuevo argumento al que añadir variaciones y destellos de genialidad. No en vano, siendo de esa clase de cineastas que irremediablemente acaban haciendo una y otra vez la misma película, el mundo de la magia aparecía también en otras de sus obras tildadas ciertamente como menores, véase La maldición del escorpión de Jade (2001) o Scoop (2006). Inherente a su visión de la vida, el enfrentamiento entre la razón y lo emocional, lo lógico y la creencia en lo irracional, nos deberían retrotraer al diván en el que más cómodo se encuentra su cine y donde mayores cotas de profundidad alcanza. Pero nada más lejos de la realidad, recordemos que Ingmar Bergman todavía era un niño en los años veinte.

La ligereza con la que Allen presenta el discurrir de la trama romántica nos obliga a pensar en cómo un irredento pesimista, cada vez más negativo y torturado en sus declaraciones, firma películas tan luminosas. Podríamos decir que como terapia, como hacemos promesas de año nuevo, empezamos dietas o en todo caso, si nada de esto y aquello lo cumplimos ni funciona, nos basta con añadir algún filtro en Instagram para camuflarlo. Y este es el suyo. Consciente de engañarse a sí mismo y a nosotros como espectadores, no hay nada más sincero que en ese engaño se encuentre la distancia entre el fondo y la forma del film, entre la apariencia y su desvelo. Quizá el cinismo que le falta al personaje de Firth lo proponga Allen con su frívolo retrato de la Costa Azul francesa y de la serie de personajes que retrata con desidia tras las cámaras, dejando en manos el resultado en mayor medida que nunca en la ambientación, el vestuario y la casi irreal fotografía de Darius Khondji por encima del valor de sus poco afilados diálogos y débilmente construidos caracteres, perfectamente desechables.

Woody Allen - Magia a la luz de la luna

Pero como en todo truco, hay que prestar atención a los detalles. Magia a la luz de la luna se abre con la actuación en París del ilusionista oriental al que da vida Firth, lo que advierte que posteriormente nos encontraremos de nuevo con sus trucos, cambiando la magia por decisiones de puesta en escena, ya sea de forma literal en la secuencia clave que desmonta el film, o a través de la idea de performance con la que dar la vuelta al planteamiento inicial, convirtiendo al ilusionista en ilusionado, satirizando la debilidad espiritual del ser humano como la mejor de sus proezas.

Con dos extensos planos secuencia [en imagen] que reposan sobre los hombros de Colin Firth podría concretarse el dilema entre lo racional y los misterios que mueven la película, en definitiva sobre los que dan vueltas las preocupaciones del neoyorquino. Las plegarias mirando al cielo, a la nada, y el deseo más profundo vislumbrado con los ojos cerrados, donde el ateo más convencido se revela (o se derrumba, según se mire) por un instante como el mayor de los creyentes, agarrándose al amor a falta de fe en este caso, suplicando un truco de magia que no termina de suceder y esperará al fundido a negro. Truco por el que todos los años seguimos expectantes ante cada nueva película de Woody Allen, que por muy alejado de su inspiración creamos se encuentre, siempre guarda bajo la manga.

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