Blackhat – Amenaza en la red

El último forajido

Encontrarnos con cada nuevo trabajo de Michael Mann comienza a ser un placer parecido a recuperar a los grandes maestros, asistiendo al extraño caso de cómo su última película, que se estrena con cierta indiferencia tras ser recibida con multitud de críticas negativas y un sonoro fracaso de taquilla en Estados Unidos, correrá el riesgo de pasar desapercibida o tildada de menor en plena temporada de los Oscar, cuando nos permite el acceso al alma de un artista, un último forajido de Hollywood que alcanza la sublimación de sus gestos, de sus reconocibles señas de identidad reducidas a la mínima y por ende mayor expresión.

Blackhat

En Blackhat – Amenaza en la red (2015) no hay una sola descripción de más ni una palabra de menos, cada diálogo y decisión visual parecen haber estado allí desde el principio, resonando en su filmografía, adentrándonos en su recorrido emocional desde el instante, cercano a la epifanía, con la mirada perdida en el aeropuerto de su protagonista, un Chris Hemsworth acusado inmerecidamente por los prejuicios que conlleva su popular papel de Thor, pero que se ajusta con solvencia física y capacidad introspectiva a las exigencias que requiere su Nick Hathaway, de apellido no menos ligado al western, brillante hacker encarcelado por delitos financieros que atisba una oportunidad con la que encontrar su lugar y saldar sus deudas con la justicia.

Conviene recordar que pocos cineastas considerados de género investigan el material y preparan con tanta dedicación su proyecto como el autor de Heat (1995), cuyo método de trabajo le lleva a elaborar cada film al detalle, a consecuencia de que su obra nos obligue a largos periodos de espera. Si en su debut tras las cámaras con Thief (1981) su apuesta y planificación formal continuaban lo iniciado por Rififi (Jules Dassin, 1955) o La evasión (Jacques Becker, 1960), filmando con detenimiento y rigurosidad la pericia y las herramientas de los atracos de su protagonista, en Blackhat las imágenes de pantallas, teclados y tecnología inundan cada paso de una meticulosa trama que si bien comienza como un thriller tecnológico de urgencia y mirada global, progresivamente se despoja de ese armazón para convertirse en un profundo y revelador ejercicio de estilo marca de la casa, de skylines nocturnos, uso abstracto y en base al color de la profundidad de campo, pionero de las formas digitales, estética propia y preso de un espíritu por el que sus personajes no requieren más que de esbozos para lograr transmitirlo. En estos arquetipos románticos resuenan los ecos de los hombres rectos que pueblan su filmografía, poniendo en riesgo su relación sentimental y su propia vida debido a sus fuertes códigos éticos, por la necesidad de cumplir con su deber como un ritual.

Blackhat

Narrativamente no se antojaba un reto fácil, pero superados unos preparativos primeros compases, la exhaustiva eficiencia con la que se afronta el guión, alejado de cualquier didactismo ideológico, resulta capaz de abrir un inteligente pulso geopolítico desde el terrorismo cibernético a las conflictivas relaciones internacionales entre China y USA, los posibles desastres nucleares y el descontrol de la bolsa en tiempos en los que el crimen organizado pasa a ser una IP anónima itinerante por el globo y una cuenta en un paraíso fiscal. Toda una cercana entelequia que se introduce, literal y fascinantemente, en un mundo azul capaz de ser controlado a su antojo por un virus informático como enemigo a rastrear.

Y tras los pasos de este virus se encuentra un forzoso grupo de personajes que a cada paso se sitúan más alejados del sistema, propensos a generar un sentimiento de identificación entre opuestos. Miembros de la inteligencia china y norteamericana junto a los que el guión se desenvuelve con la sabiduría esperada, más el brillo añadido que una intérprete de la categoría de Viola Davis aporta, que se desmembran hasta desaparecer del mapa, reajustándose íntimamente debido a las consecuencias de cada irreparable estallido, de abrumador despliegue formal en las secuencias de acción y considerable in crescendo, cuya resolución alcanza cotas majestuosas. En los momentos cumbre de Blackhat resuena una precisión poética por la que transitar de la belleza fugaz a la crudeza del instante en el que brota la violencia, del ruido de la imagen digital a la emoción que evoca, de lo estoico al dolor de toda pérdida, de la tradición a la modernidad, de América a Asia, del siglo XIX al XXI, de las Torres Gemelas a The Interview, de la integridad ética contra lo banal que puebla este planeta, de un ambicioso entretenimiento a una indudable obra mayor.

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