Nightcrawler

El fin justifica (a) los medios

No son pocas las suspicacias que ocasiona una propuesta altamente problemática como Nightcrawler (Dan Gilroy, 2014) debido a su inconsistente decisión de jugar a dos bandas, espectáculo y sátira, en su retrato del sensacionalismo en la televisión local norteamericana. Sin tomar a bien posicionarse en ningún momento, y en lugar de ofrecer un lúcido punto de vista equidistante, en su apuesta por la fuerza estética de sus secuencias nocturnas y su vacío moral acaba aprobando e incluso formando parte de ese gran carnaval que tan lejos se encuentra de satirizar. El film de Gilroy se siente incapaz de alzarse sobre el propio material ni de encontrar una voz crítica, contradiciendo cualquier posibilidad satírica en su afán de espectacularizar cada decisión narrativa.

Nightcrawler

La principal decisión controvertida es la de otorgar el protagonismo absoluto, y por ende cederle peligrosamente el punto de vista de la narración, a un psicópata sin matices ni trasfondo como el interpretado por Jake Gyllenhaal. En ese sentido, las odiosas y repetidas comparaciones a Taxi Driver (1976) y Drive (2011) no hacen más que señalar su gran problema. Nunca podríamos imaginar a la figura de Travis Bickle embellecida conduciendo a ritmo del A Real Hero de College & Electric Youth, a lo que juega Gilroy por medio del estilo visual y la banda sonora fuera de lugar de James Newton Howard. Una decisión con la que denota tamaña ausencia de rigor y perspectiva que conducen inevitablemente al riesgo de la identificación y glorificación de un personaje verdaderamente oscuro, producto de una televisión y sociedad enloquecida, que no encuentra límites a sus hazañas periodísticas, ascendiendo de una escala inocente a un grado altamente temerario sin que nunca se cuestionen sus acciones. Por no decir lo contrario, deleitándose al hacer de ellas un tenso vehículo de acción merced a las magníficamente rodadas secuencias nocturnas, obra del director de fotografía habitual de Paul Thomas Anderson, Robert Elswit. Esa incoherencia al abordar el morbo y el sensacionalismo debilitan el resultado final y su efecto, en ocasiones de manera detestable como la tópica secuencia de montaje o el mezquino instante de la cuna, pero en su mayoría de forma intrascendente e inverosímil debido al superficial dibujo del resto de personajes secundarios.

Como apunte final, coinciden en cartelera y en las nominaciones a los Oscar tres películas cuyos protagonistas rozan la sociopatía, por no decir que la superan, obsesionados en alcanzar un reconocimiento del que carecen. Hablamos de Whiplash, Birdman y la presente Nightcrawler. Bajo su inmaculado e incluso virtuoso acabado técnico, en todas ellas el mensaje que prevalece no es otro que “el fin justifica los medios”. Aunque en el caso del Louis Bloom de Nightcrawler se agrava al demostrar que el fin incluso es aleatorio o fortuito, pero que todos los medios para alcanzarlo son válidos. Pese a ser conscientes de lo tenebroso del mensaje, sus responsables no ofrecen atisbos de duda, se recrean con sus largos clímax finales sin cuestionarlos, véase la persecución final o el solo de Caravan, incluso podríamos afirmar que Birdman es un clímax en sí mismo. Concediendo dicha satisfacción a sus personajes, confirman con su propio éxito un cinismo lacerante en el cine actual, que rechaza reflejar las más auténticas y complejas frustraciones de nuestra época para abrazar la comodidad de una industria cuyo envoltorio apenas oculta su irresponsabilidad.

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