Fuerza Mayor

Las discretas vacaciones de la burguesía

Hay un plano recurrente en Fuerza mayor que sintetiza especialmente bien la película. En el baño de un lujoso resort vemos a una familia tipo delante del espejo, cepillándose los dientes, echándose crema o lavándose las manos; según el momento de la trama en el que estemos la sensación será distinta: tensión, tranquilidad, nervios… aunque el plano -fijo- es exactamente el mismo. Un plano, por otro lado, sutil y genial desde el punto de vista técnico, porque si están delante de un espejo ¿dónde está la cámara?

Fuerza Mayor

La película del sueco Ruben Östlund puede considerarse inteligente desde el punto de vista de la concepción y brillante desde el punto de vista de la ejecución. Nos presenta a una familia de clase media-alta pasando unos días esquiando en los Alpes, pero lo que prometía ser un anuncio de agencias de viajes se trunca cuando una avalancha se aproxima al restaurante y el padre abandona a su mujer e hijos para salvar su vida. Al final todo queda en un susto, pero el ambiente familiar no vuelve a ser el mismo, ella no concibe cómo pudo ser tan egoísta para abandonarlos en una situación límite y él… bueno, él niega la mayor.

A partir de ahí se construye la trama en eterna tensión entre la necesidad de hablar sobre lo que ha sucedido, la falta de comunicación de la relación y la rigidez de las convenciones sociales. Entran en juego distintas parejas que sirven de contrapeso para encender el fuego latente o para ofrecer nuevas perspectivas. Fuerza mayor pone de relieve los problemas para modernizar el concepto de familia y de matrimonio, entre otras cosas la película es una bomba que dinamita la base sobre la que se erige una sociedad patriarcal y sexista, y de paso le pega, cual Buñuel, un par de bofetadas a la clase burguesa. Östlund refuerza todo este relato con un discurso visual que hace uso de la repetición de planos de apariencia superflua y la música de suspense descontextualizada.

Fuerza Mayor

Pero pese a lo que pueda parecer, el juego de la película no es tanto ideológico como cinematográfico. Tras la escena de la avalancha hay otras dos escenas determinantes: el “rescate” de la mujer en la nieve y la marcha a pie por la carretera. Dos escenas, que como la que abre el film, funcionan como puntos dramáticos para los personajes aunque en realidad no pase gran cosa. Östlund juega con los clichés del género, prometiendo catástrofes que nunca llegan. Esta situación vista con la distancia que toma el director consigue que recibamos el drama como comedia. Así, nos muestra esos pequeños dramas y permite a sus personajes que se lo tomen muy en serio, donde nosotros vemos sus first-world-problems ellos sienten que están en ¡Viven! (1993). Nunca reivindicamos tanto una película de catástrofes en la que la clave es que no pasa nada.

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