Las altas presiones

Una última toma

El segundo largometraje de Ángel Santos, que anteriormente fuera crítico de Miradas de Cine entre otras publicaciones, se introduce esquivo y con una agradecida voz baja en el prisma desencantado de cierta juventud actual. O lo que queda de esta, inmóvil a su vuelta a casa frente a una realidad laboral y vital profundamente adversa, alejada de las expectativas artísticas y la idealización adolescente de la vida adulta, sin rumbo aparente.

Aunque el cineasta gallego afirme precisamente que su intención no haya sido la de trazar un filme generacional, con todo lo que ello conlleva, el componente personal del proyecto o los tan identificables lugares comunes de bares y fiestas entre amigos y estrellas galicia, así como los paseos nocturnos de su protagonista por una decadente ciudad post-industrial, remiten al fin de una época que se marcha sin darnos cuenta. Un proceso interior compartido por su protagonista, que se aferrará indeciso a cada oportunidad una vez sabe que se le escapa.

las altas presiones

Rodada en 16mm, la decisión de filmar en celuloide otorga un grano que enrarece y envuelve en densidad los ambientes y las relaciones de sus personajes, viciados entre antiguos romances que nunca fueron y desgastadas amistades, el trabajo introspectivo de Andrés Gertrúdix dota de una sensibilidad y narrativa propia que trasciende incluso al relato, apenas esbozado. Lo que concede mayor importancia a su contexto, que involucra a un entorno cultural muy concreto de Galicia y sortea así ciertos tópicos adquiridos, brillando su ejecución en secuencias reveladoras por íntimas como la del concierto de Unicornibot, pero con desigual resultado en su abrupta y más explícita rohmeriana partida en el campo en Portugal.

Ahondando en la idea de ensimismamiento y con la evocación de quien filma paisajes humanos, la puesta en escena de Santos aboga por mantener una distancia infranqueable, la soledad de un frustrado cineasta cuyo regreso a su ciudad natal para realizar un encargo en busca de localizaciones se tornará un reencuentro vital. Un reencuentro con el cine, con su propia cámara digital, pero principalmente con el amor, la amistad, la rabia y los restos que quedan de sí mismo en un espacio abandonado al que ya no pertenece. Será precisamente ese intento de formar parte de algo, de sentir de nuevo y recuperar la inspiración junto a otra persona lo que le permitirá atreverse a grabar una última toma. Una relación con la que no sabemos si acaba o empieza esta frágil y a su vez admirable película, que entre lo desesperado y lo ingenuo, sostiene sigilosa sobre sus hombros un término medio, de Rossellini a Antonioni, en apenas una caricia.

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