Mad Max: Furia en la carretera

El fervor a la forma

Treinta años después de disiparse en la memoria y quedar inmortalizado en los cuentos y leyendas de una tribu de niños perdidos, Max Rockatansky, el guerrero de la carretera, retorna a los áridos paisajes del mundo post-apocalíptico que habita esgrimiendo el mismo porte estoico que lucía la última vez que tuvimos ocasión de encontrarle. La permanencia en los años de juventud viene dada por un cambio de actor protagonista, desde el Mel Gibson original hasta ahora un Tom Hardy idóneo en el papel que hereda del primero. El también referido como hombre sin nombre –alargando en el tiempo cinematográfico la tradición abanderada en su momento por Clint Eastwood– continúa en la tradición que le vio nacer, sin traicionar referentes de ningún tipo pese al nuevo perfil que acusa.

Mad Max: Furia en la carretera

Como sucedía en la segunda entrega, el relato se articula en torno a un conflicto en el que el héroe se ve envuelto a su pesar. Alejada del primer contacto con ese mundo y del inmediatamente anterior, más ingenuo y cándido de espíritu, la carretera de la furia de esta cuarta parte consigue renovar sus formas sin necesidad de obviar su historia. La pericia de su director, George Miller, resulta por tanto fundamental a la hora de construir secuencias enteras de acción apoyadas únicamente en efectos prácticos. El retorno pues no es sólo en la teoría, también en la práctica, que asiste extasiada, junto con la platea, a un cine de especialistas y coreografías físicas perfectamente armadas que parecía ya haber perdido la batalla contra el gigante virtual.

Con todo, esa laureada y promocionada verdad no es el único de los méritos de Mad Max: Furia en la carretera. Plagada de momentos y soluciones –desmedidos primeros planos o la característica hiper-realidad del australiano al rodar ciertas escenas a mayor velocidad– que la sitúan en la primera línea de modelos a seguir en el cine de acción contemporáneo, uno especialmente conseguido es el que cierra la primera gran secuencia de persecuciones entre los convoys de guerra: un cartucho de dinamita que yerra el blanco y queda abandonado en las arenas del desierto, y que al apagarse da la señal al objetivo de la cámara para que haga lo propio. La oscuridad como muerte del plano cuando no quedan luces que lo alumbren, y como respiro y puente de transición tras un extenuante hostigamiento visual al espectador. En el apartado interpretativo, y al margen del ya comentado Tom Hardy, Nicholas Hoult como abanderado de los kamicafres en busca del Valhalla, una Charlize Theron absolutamente entregada y el siempre bienvenido Hugh Keays-Byrne como inconmensurable villano son los puntos de contacto más cercanos para el espectador, más aún que el propio Max, cómodo en su posición de secundario casi de su propia historia.

Mad Max: Furia en la carretera

Mucho se ha hablado de cómo Mad Max: Furia en la carretera ha conseguido lo que viejas glorias del pasado, véanse Indiana Jones o Star Wars, no lograron evocar al decidir volver a transitar los caminos del ayer. En el caso que nos ocupa Miller ha demostrado ser plenamente consciente de que la nostalgia no es el comodín que muchos pensaron. Si se permite, las similitudes con otras dos cintas recientes que retomaban una cierta y remota tradición están ahí. La primera es Dredd (2012), la segunda Riddick (2013). Ambas entendían la acción, como hace Miller, como fuente enérgica y en absoluto trascendental de los impulsos por que se rige el espectador, y las dos sabían combinar los recursos de ese cine físico y práctico del que se hablaba antes con un uso del retoque digital de imágenes con el fin de convertirlas en láminas impregnadas de color. Ninguna gozó de especial atención o relevancia crítica que quizás sí hubieran merecido.

Por suerte no ha sido el caso. Este texto, por el lugar que ocupa en el tiempo, viene precedido por una avalancha ingente de buenas palabras que el espectador debería soslayar al disponerse a verla, confiando sólo en que ésta hiciese el resto por él. La siguiente ya está en camino, Mad Max: The Wasteland, en la que Miller continuará haciendo las delicias de sus seguidores adentrándose en los parajes y confines del páramo. Y allá donde le necesiten Max volverá a aparecer, y Miller, por su parte, a impartir lecciones de cine a todo aquel que quiera escuchar, ver y, sobre todo, dejarse maravillar por tamaño espectáculo, el que será entonces su flamante y más reciente experimento con el lenguaje cinematográfico. Estaremos esperando.

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