Vicios inherentes

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Paul Thomas Anderson se atrevió a adaptar al inadaptable y escurridizo escritor estadounidense Thomas Pynchon. El resultado es Puro vicio, un ejercicio tan romántico como enigmático que disuelve el género negro y se introduce en un caos controlado de personajes, obsesiones y múltiples ecos posibles bajo el efecto de las drogas y el sol de California.

Caos con el que se invita a los espectadores a perderse en sus imágenes. Y tratando de descifrar lo que estas sugieren y esconden, acudimos con la colaboración de los alumnos del Máster de Crítica Cinematográfica Caimán. Cuadernos de Cine, organizado por la ECAM, en busca de los vicios inherentes del último filme de un cineasta total que, bajo el propósito de adentrarse en su marcado contexto histórico y político, absorbe una multiplicidad de referentes culturales y artísticos con los que definir una época, un narcótico estado mental. Alimentando el cine más allá de la sala, trazamos paralelismos con otras obras cinematográficas, pictóricas o fotográficas que resuenan en ella.

Bajo los adoquines, la playa

por Joaquin Fabregat

La popular pintada del mayo francés abre y cierra respectivamente la novela de Thomas Pynchon y la adaptación que ha realizado Paul Thomas Anderson. Los adoquines no solo eran las armas arrojadizas utilizadas por los jóvenes en las revueltas parisinas sino un símbolo del poder, dispuesto a no perder su statu quo; mientras que la playa representaba un ideal de libertad.

L’ultima cena (Leonardo da Vinci, 1497)

[1] Puro vicio – L’ultima cena (Leonardo da Vinci, 1497)

Estamos en 1970, comienzo de una década que supuso el final de los movimientos contraculturales de los 60 y el comienzo de un periodo de políticas ultraconservadoras. El detective “Doc” Sportello (Joaquin Phoenix) descubrirá durante su investigación como los poderes fácticos se han ido adueñando de la contracultura hippie, adoptando  su imagen para domesticarla y destruirla desde dentro, introduciendo infiltrados entre sus grupos -como un Judas en la última cena- [1]; encerrando a sus miembros en balnearios/psiquiátricos semejantes a monasterios donde se les obliga a una vida cartujana [2] dedicada a la oración, la castidad, la abstinencia y la obediencia (principios opuestos al movimiento hippie) y todo ello controlado por una organización  bajo el nombre de “Colmillo Dorado” cuyo edificio principal semeja una Torre de Babel [3] símbolo bíblico de la confusión, el caos y la inestabilidad, pero también de la ambición y del poder.

San Hugo en el refectorio de los cartujos (Fco. de Zurbarán, 1635)

[2] Puro vicio – San Hugo en el refectorio de los cartujos (Fco. de Zurbarán, 1635)

La torre de Babel (Lucas van Valckenborch,1594)

[3] Puro vicio – La torre de Babel (Lucas van Valckenborch,1594)

Sportello trata de abrirse camino entre esa gran telaraña laberíntica que llega a todas partes (desde el negocio inmobiliario hasta el tráfico de drogas pasando por el control de personas u organizaciones subversivas) en busca de Shasta (Katherine Waterston), antigua novia suya de la que sigue enamorado. Ante ese mundo, donde nada es lo que parece y se ha perdido todo rastro de inocencia, solo el amor  permitirá la salvación y la libertad. Shasta es la imagen idealizada de una Venus/Afrodita asociada con lo acuático (la lluvia, la playa, el mar [4]), símbolo del amor [5], pero también de la belleza y del deseo sexual [6]. En definitiva la playa debajo de los adoquines.

La naissance de Venus (Amaury-Duval, 1862)

[4] Puro vicio – La naissance de Venus (Amaury-Duval, 1862)

5. Venus y cupido (Lucas Cranach, el viejo, ca. 1530)

[5] Puro vicio – Venus y cupido (Lucas Cranach, el viejo, ca. 1530)

6. Venus de Urbino (Tiziano, 1538)

[6] Puro vicio – Venus de Urbino (Tiziano, 1538)

Bajo los adoquines, más adoquines

por Denisse Lozano Hermida

Los años 70 suponen en EE.UU. la borrasca tras el soplo de aire fresco del giro cultural que dio lugar al Verano del Amor. Las tragedias de Altamont y el caso Manson trascendieron a los medios acelerando el declive de la moda hippie, que en poco tiempo vio transformados sus sueños de utopía libertaria en estoica decepción. La obsesión por la amenaza comunista durante la Guerra Fría, el fracaso del Mayo Francés, el escándalo del Watergate, la crisis del Petróleo y la derrota en Vietnam fueron derribando la atalaya que mantenía en las nubes a los jóvenes de la Era de Acuario, para devolverlos a un ambiente enrarecido, cada vez más descreído y paranoico. Este caldo de cultivo, aderezado por la omnipresencia de la droga (que comienza a mostrar su lado oscuro a plena luz), es en el que se disuelve Puro Vicio, la adaptación al cine de P. T. Anderson de la novela posmoderna Vicio propio (2012) de T. Pynchon, uno de los mejores retratistas de esta generación lisérgica y trasnochada.

Sous les pavés... Fotografía en el New York Times (Marc Riboud. Francia. Mayo, 1968)

“Sous les pavés…” Fotografía en el New York Times (Marc Riboud. Francia. Mayo, 1968)

Anderson se zambulle en la variopinta “resistencia new age” de California para desarrollar una enrevesada trama detectivesca, que recuerda al film noir paranoico (El beso mortal, Robert Aldrich, 1955), teñida de humor negro y psicodelia. Sin embargo, a pesar del derroche de confusión e intrascendencia que desprende el cóctel de Puro vicio, poco a poco (al igual que la novela) va sedimentando un poso amargo. La nostalgia por una promesa de paraíso que no llegó a culminarse remueve la película. Frente a la pretérita unión esperanzada de los jóvenes del Mayo del 68 contra el orden establecido en busca de libertad (ilustrada por el reportaje fotográfico de Marc Ribaud), Puro vicio retrata el desencanto, el control asfixiante y abusivo de un Estado paternalista, la decadencia a la que se ven sometidos los otrora libertarios. Un mundo en el que lo hippie no tiene cabida, donde la evasión, antes búsqueda existencial, se convierte en huida por la retaguardia. Bajo los adoquines, más adoquines.

Inherent Vice

El fin de una época

por Jonay Armas (La Butaca Azul)

En el cine de Paul Thomas Anderson siempre hay algo que se escapa, que se extingue antes de que podamos descifrarlo. Puro vicio sobrevuela una espesa trama, caótica y esquiva, pero mantiene la mirada sobre una época a punto de desaparecer. Anderson atraviesa el relato detectivesco de la novela de Thomas Pynchon e intenta poner en imágenes el paisaje dibujado por las palabras que cree haber entendido en el escritor: “teníamos todo aquello al alcance de la mano y se fue a la mierda”. Los años sesenta desaparecen en un solo suspiro.

Inherent Vice

En la pintura de David Hockney también hay algo que se escapa, como si el pintor llegase siempre tarde, de manera intencionada, a la escena que deseaba atrapar. En cierto modo, A Bigger Splash (1967) capta las sensaciones de un verano californiano pero también la fugacidad de una época, la huella de un momento en el tiempo vivido intensamente. A Hockney parece interesarle el rastro de una presencia humana, la ausencia que ahora se revela en la estela que ha dejado sobre la superficie del agua.

A ambas obras no solo les une este vínculo conceptual: la dirección de arte de Puro vicio se preocupa con especial detalle de situar la acción en localizaciones muy cercanas a la propia estética del cuadro. El predominio de las líneas horizontales, el aspecto de las casas y el atrezzo o el propio uso de los colores; todo parece consagrado a emular los mismos lugares que pintase Hockney. No deja de ser curioso que el artista haya terminado pintando, en el ocaso de su vida y con la ayuda de su tableta digital, paisajes abstractos llenos de tonalidades llamativas como si proviniesen de una mirada alucinada. La misma mirada con la que Doc Sportello asiste, en Puro vicio, al final de toda una época.

David Hockney - A Bigger Splash (1967)

David Hockney – A Bigger Splash (1967)

Sonámbulos de la historia

por Miguel Ángel Pérez Blanco

Puro Vicio (Inherent Vice, 2014) cierra el tríptico con el que el cineasta Paul Thomas Anderson propone su particular relectura de la Historia de los Estados Unidos más reciente. Desde The Master (2012) a Pozos de Ambición (There Will Be Blood, 2007), su última obra profundiza también en dichas relaciones sobre las que reverberan en su origen; como “una biblia de investigación las tiras cómicas de Los Fabulous Furry Freak Brothers, serie de historietas creadas por el estadounidense Gilbert Shelton en 1968.

Anderson traslada la esencia de los dibujos a una compleja dialéctica: entre el ocaso de la era hippie y la sátira política a la administración de Nixon; el film podría funcionar a modo de reverso de las prácticas de la derecha más conservadora en la América actual. Pero si en el comic de Shelton, “Freewheelin” se caracteriza por su inteligencia y experiencia callejera para comprar drogas, el detective Doc Sportello camina sonámbulo en una nube de marihuana. El personaje vive inmerso en esta cortina de humo que le impide comprender la investigación de una trama progresivamente deconstruida en su atmósfera alucinada. Una trama, que en esencia, contrapone los recuerdos de un país con los recuerdos del detective, intercalando realidad y sueño en una armónica confusión capaz de desdoblar la propia Historia.

“Freewheelin Franklin”, personaje del comic Los Fabulous Furry Freak Brothers (Gilbert Shelton, 1968)

“Freewheelin Franklin”, personaje del comic Los Fabulous Furry Freak Brothers (Gilbert Shelton, 1968) – Puro vicio

Es en este complejo enigma sobre la reinterpretación de América, donde el director consigue dibujar un difuso espacio en el que se citan una gloriosa y desbordante tradición cinematográfica, con las corrientes más rigurosas e inventivas del cine contemporáneo, y la cultura popular.

La ingravidez del colocón

por Raúl Liébana

Resuena entre las imágenes de Puro vicio (Inherent vice, Paul Thomas Anderson, 2014) la lámina Madame Butterfly de Kristian Russell, ilustrador freelance desde 1995, que realmente llegase a elaborar esta pieza como parte de una serie de moda para la revista francesa Jalouse y en la que, sin embargo, irradian de ella rasgos propios y característicos del arte psicodélico, como son el predomino de curvas, la confusión en el espacio, la impresión de que los personajes gravitan. Este es, incluso, el modo en que podríamos imaginar que percibe Doc Sportello (Joaquin Phoenix) a Shasta (Katherine Waterston) en el momento en que ella se pone encima de él.

Madame Butterfly (Kristian Russell) - Inherent Vice

Madame Butterfly (Kristian Russell) – Puro vicio

Paul Thomas Anderson nos introduce en la piel de sus personajes de un modo singular. Nos lleva de la mano, junto a ellos, a través de un viaje lisérgico. Éstos se encuentran colocados, fumados, casi de forma permanente durante todo el metraje. Para ello, en el plano narrativo, deja de importarle en exceso la/s trama/s de la historia, relegándola/s a un segundo plano. Así, la película no se mueve precisamente en el terreno de la abstracción, si no que más bien puede verse y sentirse como un estado, como un viaje alucinógeno de su protagonista, Doc Sportello, que vive inmerso en un estado de exaltación, alejándose de cualquier tipo de sensatez, para sumergirse en un mundo paralelo a la realidad y lleno de confusión.

Puro vicio termina adquiriendo una forma curva, como de una espiral, a través de las idas y venidas de sus personajes, como si estuviesen dando vueltas siempre sobre el mismo punto, sin saber con exactitud qué buscan, a dónde se dirigen o, en definitiva, qué objetivo tienen en cada momento. La película se inunda así de esa corriente de arte psicodélico, cuyo desarrollo se estimuló en los años 50, presente en la lámina de Russell y caracterizado por las líneas curvas, figuras entremezcladas, existencia de radiales, la impresión de que los personajes gravitan y la expansión de las formas, lo que en la película de Thomas Anderson adquiere su máxima expresión a través del inacabable desfile de personajes. Todo ello cristaliza en un estado de permanente exaltación que sufren los personajes, el cual provoca, por otra parte, una percepción alterada del tiempo, lo que se traslada también a nosotros, espectadores.

Ambientes viciados

por Rodrigo Domínguez

Sexo, drogas y… ¿detectives privados? En la nueva paranoia de Paul Thomas Anderson podemos ver resonancias de la fotografía del también cineasta Larry Clark. Ambos reflejan un mundo decadente y drogodependiente de una parte de la sociedad estadounidense de los años setenta.

Larry Clark - Untitled. Oklahoma City. 1963-1971

Larry Clark – Untitled. Oklahoma City. (1963-1971)

Puro Vicio (Inherent Vice, 2014) se articula con el habitual reparto coral de Anderson, característica que nos puede hacer reflexionar sobre el interés del autor por la profundidad y diversidad del retrato psicológico de sus personajes. En el caso de la fotografía de Clark, las escenas son articuladas por extenuados cuerpos desnudos que parecen buscar la anulación de sí mismos. El sexo es mostrado por los artistas que nos ocupan de una forma brutal y descarnada cuando explicito, y tentador y perverso cuando insinuado, y siempre con el aliciente psicoactivo de por medio. El acto en sí del consumo de todo tipo de drogas es sin embargo diferente, ya que en Clark tiene un sentido nihilista y autodestructivo, mientras que en Anderson supone el motor de las acciones o el sentido de porqué estas ocurren de la confusa manera en que ocurren.

Sin embargo las miradas aletargadas de los personajes, tanto de uno como de otro, están siempre nubladas y como consecuencia el mundo que observan es tan perturbador como carente de sentido. Otro aspecto de ambos autores es el uso de encuadres cercanos que nos hacen participes de la acción, situándonos en el mismo sofá, tumbándonos en la misma cama y respirando el mismo humo que los personajes. También los escenarios son comunes, sentados en el suelo del salón, dentro de un coche o en la cocina, lugares habituales para los ilícitos consumos de sus ocupantes. La iluminación aparentemente casual en las composiciones de Clark y milimétricamente pensada en las de Anderson, otorgan un ambiente perezoso y languideciente de eternas cuatro de la tarde. En esencia, un convulso momento histórico donde fueron relevantes tanto los artífices de su cultura como los pasivos consumidores de la misma y que vemos hoy retratado por dos autores desde el oscuro punto de vista de los bajos fondos.

Inherent Vice

Ver el bosque

por Jorge Domingo

La instantánea que el artista alemán Gerhard Richter tomó de un bosque cualquiera no se diferencia demasiado de la que podría haber tomado alguna otra persona de algún otro bosque, sin mayor vocación que la de plasmar una escena en el recuerdo. De hecho, se trata de una de tantas fotografía domésticas que Richter capturó con su cámara personal durante sus viajes. Pero esta imagen no es tan solo “una de tantas fotografías domésticas”. El artista ha intervenido la estampa plana del bosque con capas de pintura densa que generan nuevas formas y volúmenes. Los colores del óleo se combinan entre sí y, lo que es más importante, se mezclan con el fondo fotográfico de tal forma que resulta difícil distinguirlos aunque se puedan identificar perfectamente los dos soportes. Las manchas azuladas y los pegotes naranjas pasan a ser parte del paisaje. De un paisaje, ahora sí, más personal y complejo, con nuevos matices que hacen que el conjunto genere una serie de sensaciones más problemáticas.

27.3.89 (Gerhard Richter, 1989)

27.3.89 (Gerhard Richter, 1989)

Este tipo de sensaciones es el que Paul Thomas Anderson busca despertar en el espectador con su delirante y paranoica Inherent Vice (2014), repleta -como la pieza de Richter- de matices y tonalidades problemáticas que funcionan como un todo confuso. Las idas y venidas (tanto mentales como físicas) del Doc Sportello de Joaquin Phoenix y cada uno de los encuentros y conversaciones que mantiene con los esperpénticos personajes que se cruza en su camino absurdo,  le sirven al director más como una forma de crear diferentes atmósferas que como piezas sobre las que ir construyendo una trama mayor. Incluso a través de la suma y combinación de las diferentes historias y diálogos no se busca tanto dar una explicación sobre el conflicto principal sino más bien una imagen panorámica del delirio de una sociedad excéntrica y unos personajes perdidos. Igual de perdidos que los espectadores que se empeñen en desentrañar las claves de la investigación del protagonista intentando agarrarse a las pistas con las que Anderson boicotea constantemente la acción, como el esquema ininteligible que Doc garabatea en su cocina o el Macguffin que representa el personaje de Shasta que, tras desencadenar el conflicto y desaparecer, reaparece tranquilamente preguntando si ha pasado algo interesante “por aquí”. Frente a la lógica lineal y cerrada, Inherent Vice funciona a través del pensamiento analógico de la Ouija y la marihuana. De dejarse llevar y, como recomienda la voz en off de Sortilège, seguir nuestra intuición.

Este es, quizá, el mejor consejo para enfrentarse a una película que despliega mucha información pero que da muy pocas pistas. Se trata de hundirse en la confusión de la niebla, el humo, la música entre psicodélica y romántica (en el sentido más oscuro y asfixiante), y los fundidos, casi “como si estuviésemos debajo del agua” (como sugiere Shasta en la escena final). Solo así descubriremos la tonalidad interna (según el concepto de Eisenstein) del conjunto. Solo así conseguiremos, en definitiva, superar los árboles para ver el bosque… Aunque se trate de un bosque deforme y cubierto de pintura.

Paisajes emocionales

por Daniel Reigosa (Versión original sin palomitas)

De manera extremadamente coherente, Paul Thomas Anderson encamina su última película hacia estructuras de tintes surrealistas, reflejo de los vicios y virtudes generales de la sociedad americana de la época (años 70). No resulta casual, ya que el director ha ido desarrollando una particular visión de la historia americana del siglo XX a través de un meticuloso destilado de los elementos propios de su identidad, en su filmografía más reciente, comenzando en Pozos de ambición (2007); continuando en The Master (2012), en la que ya se dejaba ver una estructura visual cada vez más hipertrofiada; y que finaliza, de momento, con Puro Vicio, su película más decididamente narcótica, en lo que a visual y narrativa se refiere. Tiene sentido, por tanto, que sus imágenes cobren esa fuerza hipnótica, al límite de la psicosis, que las emparentan en fondo y forma con el fotógrafo americano Gregory Crewdson y sus elaboradas y sugestivas escenificaciones de hogares y vecindarios típicamente americanos [imágenes 1 y 2].

Puro vicio - Gregory Crewdson (Serie Beneath the Roses, 2003-2008)

Puro vicio – Gregory Crewdson (Serie Beneath the Roses, 2003-2008)

A través de sus imágenes, según el crítico de arte Alberto Martín “Crewdson construye un paisaje emocional y psíquico en el que lo cotidiano adquiere rasgos desmesurados y excepcionales, y lo reprimido e inexplicable cobra vida con un realismo exuberante” [imágenes 3 y 4]. Lo mismo se podría decir de las escenas de Puro Vicio, en las que Anderson dota a lo cotidiano de una pátina de extravagancia, sacando a la luz los desvíos más profundos del ser humano. Para el fotógrafo americano es importante asociar a sus imágenes la cualidad de convertirse en un momento decisivo y único en la vida del protagonista, en el que el espectador es libre de construir un pasado y un futuro en su cabeza, algo similar a lo que propone Anderson prácticamente en cada fotograma de Puro Vicio.

Puro vicio - Gregory Crewdson (Serie Beneath the Roses, 2003-2008)

Puro vicio – Gregory Crewdson (Serie Dream House, 2002)

La temática habitual de Crewdson incluye también la representación de la soledad del ser humano en continua relación con el “no-lugar”, que adquiere en sus obras una importante presencia. A este respecto y casi como una evolución lógica, resulta interesante también analizar al también fotógrafo americano Stephen Shore que recurre también a este particular tratamiento del aislamiento de la sociedad, especialmente frente al espacio artificial. A este respecto, Anderson consigue acercarse a los dos fotógrafos a través de la creación de atmósferas inexpresivas y asépticas, así como una configuración plana del espacio [imagen 5], que hace que sus personajes deambulen perdidos por los escenarios, una suerte de representación del ser humano totalmente alienado.

Puro vicio

Puro vicio

In God we trust

por Andrés Casian

En su ensayo sobre la religión en Estados Unidos, P.J.H. Fitcher escribía que en ese país, el concepto tradicional de religión como una institución orientada hacia Dios ha sido cambiado por el concepto de institución orientada hacia el hombre. Los norteamericanos han sido una vez más pragmáticos y realistas otorgando a la religión una función social  al servicio de personas y grupos.

Ya sea por la industria del porno, por los concursos televisivos, por los codiciosos buscadores de petróleo o por la génesis de la iglesia de la Cienciología, los temas del cineasta Paul Thomas Anderson son arquetípicamente estadounidenses. En sus últimas películas,  se ha interesado por la religión retratando a un hipócrita y fanático predicador en Pozos de Ambición (2007) y al alcohólico y farsante fundador de una secta en The Master (2012). En un breve instante de Puro Vicio (2014), el director reproduce el famoso cuadro de Leonardo da Vinci, la Última Cena. Anderson convierte a un drogadicto y soplón de la policía en Jesucristo, sustituye al pan por pizzas gigantes y transforma a los apóstoles en hippies setenteros seguidores de la marihuana. La religión al servicio del cine.

Puro vicio

Puro vicio

Anderson no es el primer artista que ha buscado inspiración en la obra maestra del genio florentino. Otra personalidad muy representativa del arte norteamericano, Andy Warhol, se sumergió en la década de los 80 en la imaginería cristiana realizando muchas versiones del cuadro. Es poco conocido que Warhol era una persona muy religiosa que iba a misa casi a diario. Frívolo, descarado y extravagante como personalidad del mundo del arte, se guardó para el ámbito privado su devoto catolicismo durante mucho tiempo. A diferencia de Anderson, Warhol representa la obra de Leonardo desde la admiración y el respeto sustituyendo los colores de la pintura original por cuatro bandas rectangulares y verticales de colores azul, rojo, naranja y rosa  reproduciendo fielmente a los integrantes del famoso cuadro.

Andy Warhol - The Last Supper (1986)

Andy Warhol – The Last Supper (1986)

Siempre se ha reconocido en la cultura de los Estados Unidos el valor de la religión como medio para elevar la moralidad pública y preservar la estabilidad fomentando la tolerancia y la buena relación entre los hombres. Parece que los ciudadanos norteamericanos,  a diferencia de Warhol, son creyentes en público y ateos en privado. Hace pocos días el artista neoyorkino batía un record de ventas vendiendo en una subasta una versión de La Última Cena en casi diez millones de dólares. Por algo será que el símbolo mundial del capitalismo, el billete de dólar lleva impreso en grandes letras el famoso slogan de In God we trust (creemos en dios). La religión al servicio del dinero.

The stuff that dreams are made of

por Antonio M. Arenas

[youtube=https://www.youtube.com/watch?v=9wrdyB3YshE&w=6750&h=61]

 

Con su ópera prima, John Huston asentó las bases de lo que hoy entendemos como cine negro adaptando a Dashiell Hammet por medio de un entramado narrativo que conducía, inexorablemente, entre la codicia, la traición y el crimen, a un halcón maltés. Una valiosa estatua que encerraba los deseos más bajos del ser humano y del relato criminal. Y aunque Humphrey Bogart escapaba un paso por delante y sin empatía alguna, en Puro vicio la implicación de Doc Sportello alcanza lo sentimental. Nuestro algo menos elegante detective se ve envuelto en otro caos y lo persigue sin entenderlo ni esperar llevarse nada a cambio, ni siquiera a la chica, frente al peligro del Golden Fang, entelequia con forma de velero por el que avistar la corrupción y el poder de unos tiempos difusos.

Halcón Maltés

Puro vicio – El halcón maltés (John Huston, 1941)

Que en la actualidad el velero más caro del mundo lleve como nombre precisamente “El halcón maltés” no deja de ser una curiosa coincidencia que permite trazar la velocidad inmóvil a la que el poder del dinero surca la California de dos épocas, la atemporal del noir y la detenida en el tiempo a finales de los setenta. El momento en el que la contracultura pudo cambiar todo y no lo hizo. Lo que nos recuerda hoy día que toda sociedad tendrá a su alrededor un Halcón Maltés, un Golden Fang que camufle de vil metal el material del que están hechos los sueños, el amor y la revolución. Y perseguirlos en una larga travesía nocturna siempre será lo que importa.

La paranoia infinita

por Paco Silva

En las imágenes de Puro Vicio se esconde uno de los misterios mejor guardados de la literatura contemporánea. Según declaraciones de Josh Brolin, Thomas Pynchon, el reclusivo autor de la novela que Anderson adapta, aparece en forma de cameo en algún instante de las casi dos horas y media de metraje. Durante décadas muchos lectores obsesivos han especulado sobre la identidad secreta del escritor, convirtiéndose irónicamente en algo parecido a esas redes subterráneas conspirativas que pueden asociarse con el universo creativo de Pynchon. Por lo tanto el nuevo filme de Anderson no es solo una nueva ocasión de zambullirse de nuevo en el particular universo creativo del cineasta californiano, también es una oportunidad para dar caza al gran elefante blanco de la literatura.

Pynchon Vice

De este modo Puro Vicio se despliega ante un pynchoniano como una desafiante doble narrativa. En las entrañas del caso principal yace un enigma de posibilidades casi infinitas del que solo existen pocas pistas en forma de fotografías de juventud de Thomas Pynchon. [1] ¿Es uno de los doctores que pueblan el manicomio? [2, centro de la imagen] ¿Está escondido para asegurarse de que no le reconozcamos ni por accidente? [3] ¿O por el contrario está escondido pero de una forma reconocible, dentro de una bolsa, como en sus apariciones en Los Simpsons? [4] Esta operación cumple un objetivo esencial dentro de esta segunda narrativa, hacerte sentir dentro de una novela de Pynchon, como la protagonista de La subasta del lote 49 (The Crying of Lot 49, 1966), que llegado a un punto se pregunta si todo lo que está experimentando es fruto de la paranoia. Es el “vicio propio” de los lectores de los pynchonianos, a los que ya solo les queda buscar bajo los adoquines.

La noche

por Lidia Fernández

Es en la noche donde tienen lugar las pesadillas y se despiertan los miedos. Es el momento en el que la oscuridad invita a salir al subconsciente, liberando nuestro lado siniestro, nuestras obsesiones, preocupaciones y neurosis. La luz consigue este ambiente turbulento, o más bien, la ausencia de ésta en un lugar donde nuestra mirada tiende a deformarse. Aparecen las sombras, la penumbra, los rostros no se distinguen y nada parece lo que es. Ante esta dificultad de visión, nuestra imaginación despierta. Fabrica lo irreal a partir del recuerdo que de lo real guarda. Pero lo hace en la oscuridad. Y en nuestro interior se alojan ciertos asuntos de los que no podemos separarnos.

Puro vicio

En Puro Vicio de Paul Thomas Anderson, la noche es como un lapso a partir del cual acontece un devenir de inverosimilitud. En la secuencia que abre el filme, la noche es creada por la propia iluminación. Vemos la oscuridad absoluta, a la propia noche en un azul oscuro muy intenso, y la única fuente de luz existente, un radiante amarillo (imagen 1). Estos colores los encontramos en las pinturas nocturnas de Van Gogh, preocupadas por plasmar esa noche espectral, donde nada es fácilmente reconocible y todo se deforma. Se evoca al subconsciente y lo onírico es lo que existe. La noche apropiada para que nuestros fantasmas vengan a visitarnos (imagen 2), recuerdos del pasado que llevamos tras nosotros y que guardamos sin ser del todo conscientes. Estos espectros de la noche nos arrastran a lo desconocido, oculto en nuestro interior, nos seducen y llevan consigo a la oscuridad (imagen 3). Nos abandonan en la noche, habiéndonos contagiado de insomnio y preocupación, dejándonos asuntos por resolver (imagen 4) que no son otros que nuestras propias pesadillas y recuerdos.

Vincent Van Gogh, La noche estrellada (1889)

Vincent Van Gogh – La noche estrellada (1889)

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