Filmadrid (I): Inauguración con Cavalo dinheiro (Pedro Costa)

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El de ayer no parecía un día cualquiera en el Cine Doré de la Filmoteca Española, con todo el aforo vendido y una enorme expectación para ver Cavalo dinheiro, película inaugural de Filmadrid. Tanta que tampoco quiso faltar el mismísimo Víctor Erice, haciendo acto de presencia para conversar con un Pedro Costa al que le une una gran amistad y que encontramos especialmente abierto, distendido y generoso en el coloquio posterior a la proyección. Pese a toda las reflexiones y explicación posible que pudiera aportarnos, daba la sensación de apenas estar arañando la superficie de una película cargada de un dolor tan insondable como la suya. Por ello la conversación continuó esta mañana en el Artistic Metropol, derivando sobre un aspecto fundamental, su relación con el cine de Straub y Huillet así como sus influencias del cine clásico americano y la serie B, en especial de Jacques Tourneur, del que destacó una virtud que también acaba siendo clave en Cavalo dinheiro: su equilibrio entre lo social y lo fantástico.

Cavalo dinheiro

Cavalo dinheiro (Pedro Costa, 2014)

Pedro Costa no ha parado de repetir que pese a su apariencia fantasmagórica y atemporal, Cavalo dinheiro no es tanto una película de fantasmas, ni de zombis, como de olvidados que siguen viviendo entre nosotros. El inicio del filme, con un montaje de las fotografías de Jacob Riis en Nueva York a principio de siglo XX, conecta con sus retratos la idea de cómo vive una parte de la sociedad portuguesa, pero también de cómo afronta el cineasta su trabajo, jugando posteriormente a repetir el esquema fotográfico por medio de una serie de retablos de estos hombres y mujeres abandonados, una generación de caboverdianos refugiados en el barrio lisboeta de Fontainhas, a los que da voz con un fascinante número musical que hace de la música popular el único arma de una forma de vida que se acaba. Porque ante todo Cavalo dinheiro es una película sobre la dignidad frente al horror y el olvido.

Ventura comienza mal-vestido con un pijama y una bata, desorientado, olvidando quien era, su edad, para paulatinamente recordar, encontrar rostros conocidos y a partir de esa memoria, elocuente en la conversación del ascensor frente a un soldado en el que Costa genera un reflejo de sí mismo y de la Revolución de los Claveles, lograr salir vestido de la clínica tan expresionista en la que deambula. Un espacio que se articula en realidad como un estado mental y en el que Pedro Costa se adentra partícipe de su dolor. No hay falsas esperanzas, pero sí hay rostros y nombres propios que temen ser olvidados entre las sombras de la existencia, sin alivio, presos de un temblor en las manos de Ventura con el que Pedro Costa traslada, según sus palabras, la tensión que encierran los personajes de Ozu por culpa de la sociedad japonesa. Rodada con una pequeña cámara digital, si Cavalo dinheiro es capaz de aglutinar el poder más estético de todas las artes, su puesta en escena pictórica y la construcción arquitectónica del espacio y la luz en cada plano, junto a la presencia de la fotografía y el cine mediante subterfugios, es para sacar a la luz un documento de la sociedad portuguesa, una herida abierta para la que no hay contracampo en el que sus personajes ni la realidad puedan protegerse.

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