Filmadrid (V): Pasajes de cine

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Con solo una película en la Competición Internacional, El complejo del dinero de Juan Rodrigañez, más la presencia de Laida Lertxundi y Sin Dios ni Santa María (Samuel M. Delgado, Helena Girón) a concurso en Vanguardias, el cine español tenía su propio hueco en Filmadrid dentro de la sección Pasajes de cine. Bajo el nombre del proyecto germen del festival, Pasajes de cine buscaba continuar su trabajo de difusión de nuevos realizadores dando cabida a cortometrajes del panorama nacional más emergente. Mediante dos sesiones que pusieron a prueba al espectador, incorporando obras más próximas al videoarte como el fascinante estudio vertical del tránsito ciudadano en una escalera de metro en Ten Lines (Pablo Useros) o la contemplación nocturna de un lago de Bocanoite (Carla Andrade), en el fondo todos los trabajos seleccionados erosionaban la idea de narración.

Un concepto que resumía a la perfección Septiembre (Pablo Arellano), que evita caer en los lugares comunes más dramáticos de su retrato social depurando toda clase de narrativa, pero que también encontramos en uno de los más esperados, Pueblo (Elena López Riera). Tras su paso por la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, su directora (miembro del colectivo lacasinegra) afronta el regreso de una generación perdida a un país de anquilosados ritos religiosos, pero aunque acierta en el estilo documental con el que filma las procesiones, finalmente se siente complaciente en su desarrollo dramático y en el esbozo de personajes. En su intento de volcar la frustración de su protagonista y negarle la posibilidad de una expectativa, de un relato en su vuelta casa, cae por inmovilismo en los peores vicios de cierto nuevo cine español.

Las pequeñas cosas (Clara Simon)

Las pequeñas cosas (Carla Simon)

Más estimable resulta Las pequeñas cosas (Carla Simon), donde también asistimos a la esperanza de un relato de vuelta a casa, pero que a cambio conecta con la relación cotidiana cargada de rencillas entre una hija acondroplásica y su madre en un pueblo de provincias. Logrando definir con un tono preciso el cargado ambiente en el que conviven, sabe evolucionar junto a sus personajes hasta el delicadamente orquestado plano final, fruto de una estilizada puesta en escena que por momentos se siente algo recargada por aquello de ser (y también tener que aparentarlo) un proyecto final de una escuela de cine tan prestigiosa como la London Film School. Todo lo contrario a un proyecto académico resulta La inmensa nieve (Carlos Rivero), surgida dentro del Máster Videolab de Escuela Lens, que rechaza cualquier excusas argumental para mediante las capas de sonido y el inserto de vídeos familiares establecerse en otro plano cinematográfico, uno en el que sus personajes improvisan, se descubren y sienten la glacial emoción de un baile y su reflejo en primer plano.

Si las ficciones seleccionadas depuraban el plano narrativo, en contraposición la presencia de aparatos documentales se hacía visible tanto en Agosto sin ti (Las chicas de Pasaik), que a modo de diario refleja el lúdico intercambio epistolar de sus autoras a lo largo de un caluroso verano, así como en Los Guardianes (Miguel Aparicio), donde el relato oral acaba siendo el único medio por el que transmitir la herencia de una zona rural abandonada, pero en mayor en medida en Sedated Army Crazy Mirror (Marti M. Freixas, Joan Tisminetzky), que apela al do it yourself a través de imágenes amateurs encontradas en youtube. El resultado trasciende a la suma del material de partida y permite articular un hermoso musical hooligan que reflexiona sobre cómo los códigos de la violencia en el deporte y los de la belleza en internet se cruzan, posibilitando múltiples películas a la espera de director.

Tres corderos (David Pantaleón)

Tres corderos (David Pantaleón)

Y siendo, insistimos, precisamente de esa brecha narrativa desde donde se extraen los hallazgos presentes en Pasajes de cine, terminamos este resumen posible con Tres corderos (David Pantaleón), el cortometraje de mayor relieve y calado de la sección por apropiarse de lo real hasta alcanzar una mirada cinematográfica nueva. Retomando el trabajo con la simbología religiosa que desarrolló en La pasión de Judas, que forma parte de la trilogía titulada “Cuentos de cartón” realizada con usuarios del Centro Ocupacional de Valleseco, Pantaleón colabora en esta ocasión en el proceso de escritura con diversos pacientes y pone imágenes a sus trastornos mentales, convirtiéndolos en seres de musgo, cubriendo su cuerpo de cajas medicinales o su rostro de metal. El resultado, una suerte de tríptico desconcertante, despliega una señas de identidad propias con la capacidad asombrosa de otorgar a la locura un componente tan cotidiano como fantástico, lo que nos traslada a su punto de vista deformado de la realidad para abordar conflictos sociales. Todo ello sin perder su función terapéutica ni renunciar a la construcción total de la puesta en escena.

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