La fragilidad del American Way of Life

“Debemos construir un nuevo mundo, un mundo mucho mejor…
un mundo donde la dignidad eterna del hombre sea respetada”.

Presidente Harry S Truman, 1945

La resaca de la II Guerra Mundial en los Estados Unidos trajo consigo una serie de cambios orientados a la preservación de las estructuras democráticas defendidas a un enorme costo (principalmente económico) durante el conflicto. Los americanos aceptaron la creciente autoridad del Gobierno mientras la prosperidad se disparaba en el país, incluso entre la clase media que cada vez disfrutaba de un mayor poder adquisitivo. La implantación del Estado del bienestar desembocó en un nuevo estilo de vida, el american way of life, que proponía una sociedad de consumo basada en dos pilares fundamentales: la publicidad (junto con la imposición de nuevas necesidades y la disminución de la calidad de los productos) y la unidad familiar como epicentro de la felicidad del ser humano, en la que la mujer adoptaba el papel de florero para complacer al sufrido marido (según relataban las 18 reglas para hacer a tu marido feliz, documento donde se dan consejos para ser una buena esposa publicado el 13 de Mayo de 1955 en el “Housekeeping Monthly”).

A tenor de todo esto, no resulta casual que Mad Men, cuyo leitmotiv principal no es otro que la desmitificación de ese estilo de vida -basado en la mentira, en la vejación de la mujer y en la fragilidad de los sueños-, empiece su andadura en 1960, año en el que se comienzan a cuestionar los modelos neoliberales existentes, y transcurra en el seno del mundo de la publicidad (atacando desde dentro). No es tema baladí tampoco que la serie sitúe en su primer capítulo a su personaje principal, Don Draper, en el eje central de una típica familia modélica norteamericana de los años 50. Don cuenta con una mujer “perfecta” (Betty que, curiosamente, sabemos que fue modelo pin up de Coca-Cola), unos hijos “perfectos” (Sally y Bobby, a los que años más tarde se les sumará Eugene) y vive en una casa “perfecta” situada, como no podía ser de otra manera, en los suburbios de la gran ciudad, símbolo del creciente poder de la clase media americana de los años 50-60 y que tan bien han sabido caricaturizar series como Los Simpsons o Padre de Familia.

Mad Men

Betty, la esposa “perfecta”, en una sesión de fotos para un anuncio de Coca-Cola.

La década de los 60 aparece retratada en Mad Men como un reflejo de la rebeldía mostrada por el individuo de la sociedad contemporánea y de la ruptura de la relación de este con su propio hogar. En esta línea, temas como la homosexualidad, las familias monoparentales, los divorcios, o el amor libre, son tratados por la serie como armas frente al esquema impuesto. Matthew Weiner, showrunner de la serie, parece querer incidir en la idea de que todas las decisiones son válidas mientras se tomen desde el respeto e impere la libertad del individuo. En el fuera de campo de Mad Men se dan cabida una sucesión de acontecimientos que marcaron e impulsaron ese anhelo renovado de libertades, como las protestas en contra de la guerra de Vietnam (1964 en adelante), el asesinato de Malcom X (1965), la llegada del hombre a la Luna (1969) o, especialmente, el movimiento hippie (influenciado por la Generación Beat, que ya a finales de los años 50 defendía el uso de drogas, la libertad sexual o el rechazo a los valores clásicos y de la que también la serie bebe de manera consciente).

Al mismo ritmo que Don Draper consume diversos entornos familiares como si de copas de whisky y cigarros se tratase, el resto de personajes de la serie muestran también una rebeldía hacia la imagen de la familia ideal generada en tiempos de Truman y continuada en los de Eisenhower y Kennedy. Así, vemos como Peggy rechaza la maternidad para alimentar sus ambiciones laborales; Pete vive en una nube de superficialidad distinta a la de su esposa Trudy; Roger consigue aligerar el peso de su familia a través de diversas infidelidades y se convierte en uno de los máximos exponentes del amor libre; Salvatore lucha contra su homosexualidad para orientar su vida hacia lo socialmente correcto; o Joan, tras buscar con ahínco la felicidad en el seno de la familia, la acabará encontrando con quien menos se lo imagina y en las circunstancias menos pensadas.

Tan sólo Betty mantiene la certeza, no sin antes probar el pecado, de que la felicidad se encuentra en una familia modélica de permanente sonrisa, y cuyo papel se reduce únicamente a atender los deseos de su marido (ya sea Don o Harry) y lucir siempre bella y elegante. La creencia en una sociedad fundamentada en mentiras, funcionará como un virus en la frágil Birdie (como la llama cariñosamente Don) , que se rebelará en forma de profunda depresión en la quinta temporada (unido a un descomunal aumento de peso) y en forma de un cáncer terminal en la última. Betty (a la que se le podría sumar Trudy) es el resquicio de lucha del conservadurismo, la que duda pero sigue adelante, la que, incluso cuando sabe que va a morir, prefiere conservarse bella a luchar por alargar su vida, otro ejemplo más que nos brinda la serie acerca de la inconsistencia y futilidad del estilo de vida americano.

Mad Men cuestiona la concepción artificial de la familia.

Mad Men cuestiona la concepción artificial de la familia.

En el contraplano, las otras grandes mujeres de la serie muestran un espíritu plausible de lucha y de superación, y un nivel de sofisticación elevado ya sea entre las secretarias o las que han logrado escalar y ocupar puestos de reconocimiento (Joan), tornando la serie hacia un espíritu feminista que inundará todas sus temporadas. En este grupo destaca de manera especial Peggy, un ejemplo de lucha y superación, capaz de llevar la contraria al propio Don (su principal valedor y quien acabará rendido a su talento) y la verdadera protagonista de la serie para quien suscribe estas líneas. No deja de resultar curioso que la serie “castigue” únicamente a Betty a la hora de repartir los destinos de cada personaje, como si Weiner premiase la voluntad de vivir y progresar en contra del modelo estanco y tradicionalista que propone la ex-mujer de Don.

Al principio de la quinta temporada, tras caer rendida a los encantos de Don, Megan parece seguir la misma línea que su antecesora, pero acaba por demostrar una dignidad frente a su nuevo marido que a él mismo le cuesta digerir. Son los impulsos de la mujer moderna, de carácter independiente y cosmopolita, que, curiosamente, son las que reportan los mejores quebraderos de cabeza a Don, a pesar del empecinamiento de este en continuar su búsqueda de la felicidad entre las mujeres de valores clásicos, aquellas que se dejan dominar y necesitan protección.

Don se siente realizado solamente al enfrentarse a lo único real de su vida

Don se siente realizado solamente al enfrentarse a lo único real de su vida

Mad Men lanza una premisa, ya en su primera temporada, que resultará reveladora de las intenciones de la serie: la vida del propio Don Draper está basada en una mentira, la suplantación vital de la identidad de su teniente, muerto en una misión conjunta durante la guerra de Corea. La mentira será el enemigo principal a derrocar en la guerra que establece Weiner contra el tradicionalismo americano. También la soledad que genera una vida vacía basada en la mentira. Así, a medida que la vida familiar de Don se desmorona, descubrimos que siempre ha sido un alma solitaria, tanto en su infancia, como durante sus dos matrimonios (con Betty y Megan) y en sus innumerables infidelidades. Tan sólo es capaz de sentir un atisbo de felicidad y de realización personal (que tanto pregonaba el discurso del american way of life) en sus escapadas a California para visitar a Anna Draper, la mujer del verdadero Don Draper (lo real), formulándose así la gran paradoja de la serie, el ataque a los modos de vida americanos desde la propia raíz del problema.

Don no tiene (ni ha tenido) hogar, está solo, abatido, pero acaba comprendiendo que para aceptar su presente deberá reconciliarse con lo único que es real de su vida, su pasado, aunque eso acabe costándole su puesto de trabajo (basta recordar el final de la sexta temporada). Este continuo retorno al pasado, esa lucha por encontrar su sitio que no acaba encontrando al calor del hogar lo refleja perfectamente Don al realizar la que, sin duda, es su mejor presentación de un producto: El Carousel de Kodak:

“La nostalgia te punza el corazón mucho más fuerte que un recuerdo.
Este aparato no es una nave espacial, es una máquina del tiempo.
Va hacia detrás, hacia delante. Nos lleva al lugar donde nos duele ir de nuevo.
No se llama la Rueda, se llama el Carrusel. Nos permite viajar como viaja un niño:
vuelta y vuelta, y vuelta de nuevo a un lugar donde sabemos que nos aman.”

Don Draper (The Wheel: episodio final, temporada 1)

especialmadmen

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