La habitación azul [Atlántida Film Fest 2015]

A cadena perpetua de tu abrazo

Podríamos decir, por su componente emocional, que la cuestión de la infidelidad es un tema predilecto en el cine, tratado en infinidad de ocasiones desde multitud de ángulos. Pero pocas veces se ha hecho un estudio tan aséptico como el de La habitación azul (La chambre bleue), segunda adaptación de la novela de Georges Simenon tras la de Walter Doehner en 2002 y último trabajo tras las cámaras de Mathieu Amalric, un thriller de tintes hitchcockianos que hace un uso impecable de la técnica de suspense más básica: mostrar al espectador la información de forma muy dosificada, a través de esbozos del pasado y del presente, hasta que todo se configura y se vuelve visible.

La habitación azul

La película empieza con un momento de éxtasis del encuentro furtivo entre dos amantes, en el que se juran algo que nunca se va a poder cumplir: estar juntos para siempre. El miedo, la angustia, y también la comodidad, rompen con esa promesa de eternidad, lo cual tendrá drásticas consecuencias. Pero al igual que los representantes del realismo artístico, Amalric rechaza el idealismo y la trascendencia, propios del romanticismo, y se centra más en lo mundanal, diseccionando el affaire con la precisión de un cirujano.

El estatismo habitual en los libros de Simenon se traslada al filme, sin que por ello el resultado suene encorsetado o excesivamente literario. El trabajo de fotografía de Christophe Beaucarne no oculta la influencia de la pintura de Gustave Courbet (El origen del mundo es un icono constante en el cine de los últimos años), siendo los primeros planos de Amalric, aquellos en los que nos muestra la desesperación tanto delante como detrás de la cámara, un reflejo de los autorretratos del artista francés. Incluso el formato (1:1.33) convierte la película en un cuadro que muta de manera constante, tanto visual como argumentalmente.

La habitación azul es una obra caleidoscópica y estilizada, con un estilo refinado, reposada por la banda sonora de un Grégoire Hetzel que parece la reencarnación de Bernard Herrmann. Un hombre de éxito y con una familia perfecta es castigado por entregarse a los placeres de la vida, siendo forzado a asumir sus actos, los cuales sí que van a marcarle para siempre. El azul invade inexorablemente su existencia; un color que en este caso no es plácido, armonioso ni cálido. Aquí es el color de la obsesión y de la muerte, no solo literal, sino también la de cualquier deseo.

Puedes ver La habitación azul hasta el 9 de julio en el siguiente enlace.

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