Del revés (Inside Out): A favor y en contra

El triunfo por bandera

por Pablo Vigar

En uno de los momentos que más verdad destilan del metraje, el personaje de Alegría, agazapada entre pensamientos cercanos al olvido, solloza temerosa ante la inminencia de ese mismo destino. El mar de recuerdos en forma de esfera que la rodea le da la oportunidad de revivir instantes de la infancia de Riley, la niña que posibilita su existencia, y que se diluirán inevitablemente en el agujero negro de la existencia. Estos segundos de reflexión sobre la fragilidad de la memoria sirven a Pixar, la productora, y a Pete Docter, director de la cinta, para reivindicar el valor de estas películas como espejo del alma para cualquier adulto, lejos del ruido y la levedad de productos con características, al menos en lo formal, muy similares.

Del revés

La aparentemente sencilla y obvia representación de los sentimientos, que resultan en un marcado aspecto visual, puede servir de engaño al respetable sobre las intenciones de la cinta. Si bien los sentimientos protagonistas no llegan a romper las barreras levantadas por sus elementos definitorios –con la excepción de Alegría y Tristeza, en cuya odisea vital nos embarcamos– son los entresijos de la mente y los mecanismos que permiten su funcionamiento los que nos recuerdan que a Pixar, una vez más, se les han olvidado los críos.

Del revés está llena de ideas brillantes, desde las islas que conforman la personalidad de Riley, y que a lo largo de la historia irán derrumbándose cual cimientos de su persona anclados a su crecimiento, hasta esa cárcel que encierra el subconsciente y en ella los peores miedos de la niña protagonista, sin olvidar el cuarto del pensamiento abstracto o la fábrica de sueños, que, literalmente en este caso, es el cine. Hay que remontarse a Osmosis Jones (Peter Farrelly, Bobby Farrelly, 2001) en cines y a La cabeza de Herman (1991) en televisión para encontrar propuestas semejantes, otorgando a Pixar ese plus de originalidad que la meca del cine parece estar evitando en estos tiempos. El sentido de urgencia de la cinta permite a Pixar seguir jugando con los géneros, aportando esta vez una construcción narrativa a modo de thriller.

Del revés

Y al igual que en Ratatouille con el personaje del crítico gastronómico Anton Ego, aquí es en el tratamiento de otro personaje secundario, el amigo imaginario de la niña –a quien en la versión original presta su voz el actor Richard Kind–, donde la cinta se eleva hacia cotas terriblemente altas. Es él el responsable de una de las escenas más absolutamente desgarradoras y mejor orquestadas de la misma. La mezcolanza de ternura, melancolía y claudicación que Kind imprime al personaje son precisamente el exponente del tipo de cine que esta productora busca, y que (casi) siempre logra.

 

Emoción a corto plazo

por Antonio M. Arenas

No se puede negar que si algo le sobra a Del revés (Pete Docter, Ronaldo Del Carmen, 2015) son ideas brillantes. Pero también cabe pensar que al integrarlas se produce cierta disfunción, las ideas se desbordan y no caben en esa “fórmula perfecta” paras niños y adultos, relegadas a un epílogo más propio de una ocurrencia de títulos de crédito que a cuestiones narrativas, lo que desvirtúa sus posibilidades. Las que sorprenden durante la trama terminan antojándose intrascendentes y circunstanciales, ejemplificado en la secuencia del pensamiento abstracto, el único momento del film que explora las auténticas posibilidades visuales de la película, cercenadas por un relato y una animación funcional en el mejor de los casos.

Del revés

Ya desde el inicio, utilizando una torpe y en exceso didáctica voz en off del personaje de Alegría, recurso innecesario que volverá a hacer presencia a la conclusión, se desvela el uso tan elemental de las herramientas formales que maneja. Víctima de ese inexplicable (y financieramente fructífero) afán por satisfacer por igual tanto a niños como adultos, las emociones más primarias no solo son las que protagonizan la película, sino también las que impiden cualquier atisbo de complejidad, de experimentación, asombro y salto al vacío que las características de la propuesta demandan.

En cambio Pixar aboga por hacer comprensible hasta el más mínimo detalle, cosificando lo inefable, creando un mundo ordenado en lo más profundo de nuestra mente y en el que todo funciona de forma mecánica. Por contra así lo hace también su narración, que recorre de forma paralela, y sin matices, la melodramática y maniquea adaptación de Riley a San Francisco, junto a la aventura de corte más infantil, que en cambio es la que ofrece las mayores recompensas, como encontrar al amigo imaginario perdido en los recuerdos a largo plazo. Pero ese viaje al interior de las emociones queda empañado por la insistencia en remarcar su mensaje, asumir que la infinita alegría de la infancia se torne nostalgia, dando paso a las confusiones de la adolescencia.

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Del mismo modo que la mente de Riley no puede alimentarse tan solo de recuerdos felices, el cine no puede estar poblado únicamente por obras maestras. Y ante semejante unanimidad Pixar se encontrará lejos de alcanzarlas. Cuesta saber si surgió antes el diseño visual de la película o el de los peluches; lo que quedó de esa historia personal de la hija del propio Docter en otro producto milimetrado y universal de Pixar, de autoría diluida y de emociones que, por trazar simples arquetipos en el más convencional entorno familiar, cambiando el asco por el brócoli con pimientos donde haga falta, funcionan pero no resuenan. Al menos queda el consuelo de que nuestros actos no los controlan los Minions. De momento.

 

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