Ricki

American Girl

Al igual que el personaje de Meryl Streep se replantea su lugar entre dos vidas, después de distanciarse tiempo atrás de su familia persiguiendo el sueño (frustrado) de convertirse en una estrella del rock, Ricki (Ricki and the Flash, Jonathan Demme, 2015) supone el desencuentro de dos películas con ambiciones alejadas entre sí: la redención familiar y la oda al rock americano. Disputa reflejada en su título en España, del que se suprime a The Flash, la banda de su protagonista, siendo precisamente en la música donde reside el principal aliciente del film, que asume su intrascendencia más allá de la noticiable versatilidad de Streep a la guitarra y su lucimiento de cara a las nominaciones en la carrera de premios.

Ricki and the Flash

Por un lado, el guion de Diablo Cody, que tras Juno (2007) y Young Adult (2011) continúa el retrato ascendente de edad de complejos e independientes personajes femeninos, propone una estereotipada revisión de la familia norteamericana en tiempos de Obama. La vuelta a casa de Ricki, republicana y militarista hasta la médula -o más bien hasta la espalda, cubierta por un tatuaje de la bandera- contrasta cómicamente con su difícil relación con un hijo gay y el resto de miembros de una familia de clase alta, que la excluye de su intimidad una vez suplió la ausencia materna con su propia primera dama negra.

Aunque su regreso en un primer momento viene a llenar las carencias emocionales de sus hijos, en especial de Julie, interpretada por su propia hija, la actriz Mamie Gummer, la película afortunadamente esquiva la tentación de convertirse en un convencional e idílico camino a la redención, reencuentro romántico con su ex-marido (Kevin Kline) mediante, alcanzándola desde la reafirmación en el camino escogido, lo que incluso en varios pasajes conlleva una reivindicación feminista del rol de la mujer en la maternidad. Aspecto tan valioso como anecdótico en el conjunto de un guión cuya superficialidad en el dibujo del resto de personajes resulta flagrante e impide, junto a una desacertada dirección de extras, que la celebración familiar final resulte mínimamente verosímil.

En cambio, frente a la dejadez con la que dirige a los extras que insisten en juzgar la apariencia de Ricki o bailan coreografías perfectamente sincronizadas al ritmo de la música, así como tomando una decisión más personal y estimulante tras las cámaras, que por momentos juega afortunadamente contra la narrativa a la que se ajusta un producto de estas características, Jonathan Demme aprovecha la circunstancia para dirigir un inspirado musical. Desde la potente secuencia de inicio (al ritmo del American Girl de Tom Petty en la voz de Meryl Streep) asistimos en repetidas ocasiones a las actuaciones de Ricki and The Flash en su bar, que documenta en su mayoría de forma íntegra, otorgando toda la importancia al sonido y la realización en directo que el rock rara vez merece en el cine.

ricki_flash_2-xlarge

Director en sus inicios del célebre Stop Making Sense (1984) de Talking Heads, aunque su carrera haya parecido deambular lejos de éxitos como El silencio de los corderos (1991) o Philadelphia (1993), en la última década Jonathan Demme no ha cesado en experimentar con la realización musical, generando una extraordinaria simbiosis artística con Neil Young, junto al que ha dirigido hasta tres brillantes documentales-concierto. Precisamente, para formar The Flash se lleva de su banda al icónico bajista Rick Rosas, ya fallecido, que junto a Bernie Worrell (Talking Heads) al teclado, Joe Vitale (Crosby, Stills & Nash) en la batería y la presencia de Rick Springfield en el reparto forman un supergrupo gracias al que la película encuentra sus mejores momentos.

Dada su solvencia y la selección melómana de temas, Demme no se conforma con firmar el encargo, sino que lleva a cabo un loable intento por trasladar la evolución dramática de Ricki desde la música. Ya sea interpretando su propio tema (compuesto por Jenny Lewis) en la intimidad del hogar o descubriendo sus auténticos sentimientos hacia su compañero de grupo en pleno escenario, Demme afronta desde el plano musical todo aquello en lo que el guión es incapaz. Interés que con mayor o menor acierto persigue hasta los instantes finales, dejando en manos de Bruce Springsteen y su My Love Will Not Let You Down la catarsis emocional, por lo que Ricki se termina asemejando más a la experiencia de asistir a un concierto que a un (otro) melodrama familiar.

Comentar

— required *

— required *

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies.

ACEPTAR
Aviso de cookies